Fabiola Morales Ortiz / Colectiva Las Tripas

Placer. ¿Cuáles son las primeras imágenes en las que pensás cuando leés esa palabra? Sabemos que gran parte de nuestros imaginarios están influidos por la comunicación, el marketing y la publicidad que nos insertan ciertas ideas. Por lo tanto, hablar de placer suele estar vinculado con lo erótico, lo sensual, cuerpos perfectos, muchas veces desde perspectivas capitalistas que fetichizan dichos conceptos. Por lo que terminan siendo estrategias idóneas para vender.

Quiero aclarar que no tengo nada en contra de dichas vinculaciones, principalmente porque a nosotras las mujeres se nos ha prohibido el placer sexual y más aún, el auto placer. Muchas feministas han retomado esta discusión para entender los derechos sexuales y reproductivos, desde un enfoque del goce.

 

Muela (2015) lo explica de manera sencilla: “Existe la tendencia de considerar que el placer sexual es, al menos en un primer acercamiento, el placer en sí. Esta verdad es planteada como válida incluso entre teóricas y activistas que confieren al placer sexual, y más concretamente al orgasmo, un estatuto primordial, la culminación del placer más absoluto o el modelo del que derivan el resto de placeres –sean o no sexuales–, lo que conlleva a la jerarquización y normativización de los mismos…”

Por lo tanto, no son interpretaciones equivocadas, sino ¿qué más hay detrás de dicho concepto? Si buscamos en cualquier diccionario básico, en mi caso tomaré el de Wikipedia, el placer es definido como: “Una sensación o sentimiento positivo, agradable eufórico, que en su forma natural se manifiesta cuando un individuo consciente satisface plenamente alguna necesidad…”

Hagamos el ejercicio de tomar de referencia dicha definición e intentemos posicionarnos en el actual contexto de pandemia mundial por el COVID-19. El encierro puede ser nuestra peor pesadilla o el espacio para disfrutar de aquello que muchas veces no hacemos, por la dinámica del día a día. Algo tan sencillo como sentarte a comer en la mesa, tranquila y sin prisas. Descansar en la cama, leer un libro acompañado de esa música que te gusta. Gozar al estar acostada en el jardín, sintiendo el verde del pasto y los rayos del sol penetrando la piel. La simpleza y belleza de contemplar el amanecer o atardecer desde la ventana o la terraza. El placer de dormir más tiempo de lo normal.

Posiblemente los ejemplos que doy se limitan a un contexto urbano e incluso alguna de ustedes estará pensando que eso solo aplica para algunas mujeres. Si analizamos la realidad de las guatemaltecas, se traduce en pobreza para muchas, trabajo precario, explotado y violencia en sus múltiples formas. Dicha descripción lleva a cuestionarme ¿Es el placer un privilegio?

Del Valle (2002) responde a dicha interrogante de la siguiente manera: “La estructura social en la que han sido socializadas las mujeres se basa en un sistema de género caracterizado por relaciones de poder que, además, está entrelazado en un conjunto más amplio de sistemas interrelacionados –como serían la etnia, la posición económica, la procedencia, la edad o el grupo cultural, por citar sólo algunos–…”

A partir de la frase de Del Valle, repienso de nuevo mis ejemplos y ahora me sitúo en el caso de las mujeres que son madres. Hemos evidenciado cómo el encierro se ha transformado en una pesadilla, jornadas de larga duración en las que combinan entre lo laboral, quehaceres del hogar y cuidados. O tomemos la situación de aquellas que no tienen como opción quedarse en casa, que deben salir a laborar, seguramente en la informalidad. Frente a estas realidades, ¿en qué momento nos dedicamos a pensar en el placer?

Bakare-Yusuf (2013), comenta que es precisamente en el estudio y la deconstrucción del término que podría convertirse en una herramienta poderosa para la transformación social, especialmente de la realidad de las mujeres. Más específicamente comenta:

…Resulta sugerente explorar las distintas experiencias positivas que un enfoque basado en el placer puede suponer para la antropología y la teoría feministas. Que incluya pero trascienda el campo de la sexualidad, como una herramienta poderosa para contrarrestar las normas de género y los estándares de feminidad y masculinidad. Una aproximación feminista que se embarque en investigaciones que expliquen la realidad social de las mujeres desde un paradigma menos victimizador y condescendiente, que articule las posibilidades del placer como motor para la transformación social…”

Las mujeres que se convierten en sujetos deseantes son transgresoras, ya que la posibilidad de reivindicar el placer les lleva muchas veces a cuestionar su posición otorgada dentro de la estructura social y familiar… (Bakare-Yusuf, 2013).

Por lo tanto, y tratando de darle una aplicación práctica a las definiciones que nos da Yusuf, el desafío pasa por reconocer que tenemos el derecho de entendernos y descubrir qué nos hace estar bien con nosotras mismas. Esos momentos que nos facilitan continuar el día a día, especialmente en el contexto de incertidumbre que atravesamos actualmente.

Hacer una pausa e identificar qué nos hace vibrar, olvidar por un momento que enfrentamos un escenario poco alentador. Esos placeres que no se obtienen de la dinámica capitalista de consumo, sino desde la posibilidad de tocar esas fibras de nuestro ser que muchas veces son más fáciles de ver en soledad y silencio. Nuestros contextos e historias son determinantes en el acceso a ese placer, y está entendido, como lo dicen las autoras, que la forma de conseguirlo y mantenerlo en el tiempo conlleva repercusiones en nuestros procesos de deconstrucción y construcción.

Ese continuum en la búsqueda del placer, debiese ser nuestro foco de atención. En estos momentos de pandemia es ideal identificar esos encuentros y desencuentros que nos hacen darle nuevas interpretaciones al término, cómo trasciende a partir de lo que disfrutamos y rechazamos. De ser un pendiente histórico para muchas de nosotras como mujeres, se convierte en ese normal trascender que nos lleva a darle nuevos sentidos a la vida, incluso en momentos de caos e incertidumbre.