María José Aldana Asturias / Feminista, antropóloga, artista y doula. Miembra de H.I.J.O.S. Guatemala, SOMOS, Ysterias y otros colectivos

En estos días extraños, con tanto sucediendo, es normal sentir miedo, incertidumbre, ansiedad, tristeza, frustración, enojo… impotencia. No hay sentimiento equivocado o exagerado, y a veces se sienten todos o varios al mismo tiempo. Muchas de las personas que estamos vivas, nunca habíamos tenido que enfrentar una crisis de tal magnitud. No me refiero a la pandemia COVID-19 solamente, sino a las estructuras desiguales y excluyentes que se han agudizado, visibilizado y fortalecido con este acontecimiento, y que nos ahorcan de diferentes formas. Esta crisis amenaza con matar de hambre a mucha gente, eliminar el poco y de por sí mal pagado empleo que muchas tienen, mientras ciertas estructuras económicas se ven fortalecidas e inflexibles (como casi siempre). Hay poca esperanza de cambio. A todo esto, se agrega una sobrecarga de información, y al mismo tiempo, una ignorancia sobre lo que verdaderamente está pasando en otros lugares del mundo, vecindarios, casas, mentes y corazones. Por momentos, agarra una parálisis sobre qué podemos hacer para cuidarnos, para cuidar a otras y para sobrevivir a esto.

¿Podemos practicar el estar presentes aún en este remolino de emociones, noticias y miedos? En estos días extraños, ¿cómo vamos a usar este tiempo de encierro? Cada unx de nosotrxs ha sobrevivido alguna crisis en la vida. Algunas personas vivimos con ansiedad o depresión, ya sea agudas o menores, con dolor crónico (ya sea en el cuerpo o en la mente), y aquí seguimos, vivas, respirando y resistiendo. Tenemos memoria de lo vivido, pues nos atravesó el cuerpo, y recordamos en muchas partes de nuestro ser cómo sobrevivimos, cómo pasamos de la angustia y la falta de ganas, a hacer nuestra cama y lavar los platos, ordenar nuestro espacio y llegar a querer vivir de nuevo, a bailar y a cantar otra vez.

Los aprendizajes individuales que te quedaron de las diferentes crisis que has sobrevivido (¡gracias por existir, por sobrevivir!), las herramientas que te sirvieron para aferrarte a la esperanza –chiquita, pero esperanza–, siguen con vos. En estos días extraños, es momento de sacar esa caja de herramientas y usar todo lo que hay en ella. Lo que te ha servido antes para cuidar tu cuerpo, tu mente y tu corazón, pueden ser un apoyo valioso ahora, para el auto cuidado y el cuidado colectivo.

En el encierro muchas cosas se pueden complicar, y también se pueden abrir momentos para obtener información importante que en la cotidianidad no era posible. En estos días extraños, escribí, platicá, reflexioná sobre lo que estás viviendo. Qué aprendizajes individuales te está dejando todo esto en el cuerpo, en tu alimentación, tu consumo, tu uso del espacio. Qué aprendizajes colectivos te está dando sobre tus relaciones afectivas, con familiares, parejas, amistades, comunidad. Qué reflexiones estás teniendo sobre lo que querés que vuelva “a la normalidad” y qué cosas te negás a seguir haciendo o creyendo de la misma forma. ¿Cómo te ves y te sentís con relación con lxs otrxs? A quienes no tienen tantos privilegios y están perdiendo trabajo, salario, comida, casa, y hasta la esperanza. ¿Cómo querés comunicarte y organizarte? ¿Qué violencias cometidas y desigualdades reafirmadas durante esta crisis queremos nombrar para que no queden en el olvido?

Aquellos que están en el poder están tomando nota de muchas cosas en estos tiempos. Qué sistemas de control social funcionan más, dónde, si hacemos caso o no, si nos alarmamos, si nos rebelamos o no, si nos organizamos más efectivamente; si la mascarilla obligatoria nos silencia.

Aquellos que están en el poder, están aprovechándose de esta crisis, defendiendo y tratando de aferrarse (con todo y garras) al poder que tienen. ¿Qué estamos haciendo nosotrxs? Tomemos nota también. Estamos en resistencia, lo hemos estado de diferentes formas, y este puede ser un tiempo para tomar apuntes de qué nos cuesta soltar, qué no nos es tan fácil ver o aceptar, qué es difícil cambiar, y qué estamos

haciendo para cuidarnos y apoyarnos. Usemos la memoria de lo vivido y las herramientas físicas, emocionales y espirituales que ya tenemos, para afrontar estos días extraños, esta crisis, y usemos este tiempo para decidir cómo queremos vivir y con quiénes queremos aprender nuevas formas de comunicación, de cuidado y de resistencia organizada.

*Pieza publicada originalmente en Ysterias, con algunos cambios para esta versión

 

Hablemos de menstruaciones, ciclos y pandemia

/ Guatemala Menstruante

La primera menstruación es, quizás, lo que socialmente marca el paso de “niña” a “mujer”, como si se tratara de un límite bien definido y perfilado, donde los matices de los cuerpos y las experiencias de niña quedan relegados por el “ya sos una señorita”, “ya podés ser mamá”, o “ahora ya te van a ver los hombres”. Es desde estas construcciones que menstruar nos comienza a doler. En la menarquía nos despojan de la niñez, el marcador de los cuerpos sexuados ya pesa sobre nosotras, y nos asocian con el mandato social de la maternidad. Así, en nuestra sociedad, menstruar nos marca, en clave heteronormativa, como “auténticas mujeres”. Sin embargo, no debemos perder de vista que la menstruación es un proceso histórico, dotado de significados culturales, de emociones y símbolos, y no hay nada de “natural” en ella… No es lo mismo menstruar en tiempos de pandemia que menstruar en lo que solía ser el día a día de los tiempos pre-covidianos.

Nuestro contexto social e histórico afecta nuestros ciclos. Ejemplo de ello es que muchas personas menstruantes en estos tiempos de encierro han experimentado cambios, atrasos o simplemente irregularidades. Esto puede deberse a diferentes motivos, pero especialmente a que experimentamos ovulaciones diferentes en contextos de estrés, o puede incluso que no lleguemos a experimentarlas, lo cual repercute en que veamos o no (y con qué frecuencia) nuestra sangre. Esto no es algo que nos enseñaron… ¿o sí? Por eso es tan importante que hablemos de estos temas, que busquemos conocer nuestros ciclos, nuestros cuerpos y nuestros atravesamientos en espacios colectivos, en donde podamos aprender les unes de les otres.

Por muchísimo tiempo, las antiguas culturas, y aún en la actualidad entre poblaciones no occidentales, la menstruación era asociada al poder, e incluso al ámbito de lo divino. Mediante un proceso histórico, y por ende social, se despojó a las mujeres de dicho poder, se relegó la menstruación a una esfera privada, íntima, y se construyó como un tema tabú, del que poco hablamos y sobre el cual nos han impuesto silencios que norman y median nuestras experiencias y subjetividades como seres menstruantes.

“No se puede amar aquello que no se conoce”, dijo alguien alguna vez. Y, precisamente para la menstruación y nuestra ciclicidad, esto es de importancia trascendental. De la mano del despojo de la divinidad y el poder asociado a la menstruación, también existió un despojo de nuestros saberes corporales, nos enseñan muy poco sobre nuestros cuerpos, sobre nuestra ciclicidad. Por qué mi ciclo se alteró ahora en el encierro, nos han preguntado varias voces diversas. Y quizás no tengamos todas las respuestas, pero sí podemos encontrar algunas al escuchar a nuestros cuerpos hablando a través de los sentires y de la sangre misma.

También nos despojaron de nuestra sangre, haciéndonos creer que es sucia, y algo que debe ocultarse y desecharse. Estos momentos de encierro nos dan también la oportunidad de experimentar otras formas de menstruar, sin desechables. Quizás podamos encontrar algún tutorial sobre cómo hacer toallas de tela con materiales que tengamos en casa, o puede que finalmente nos animemos a comprar una copa menstrual… o quizás vayamos un paso más allá y decidamos intentar menstruar libremente (manchando cada rincón de la casa). Creemos que en estas decisiones hay un gran poder, con ellas podemos traer los aprendizajes al cuerpo, y poco a poco descolonizarlo y despatriarcalizarlo. Estos momentos de introspección sobre nuestros ciclos pueden ser ventanas poderosas para ir recuperando la ternura, regresando los saberes al corazón, trayendo de vuelta un amor radical, no solo por nuestro cuerpo en sí, sino por sus procesos, incluida la menstruación.

El encierro nos ha llevado a habitarnos de maneras más conscientes, quizás para algunas este privilegio nos ha acercado a escuchar un poco más a nuestros cuerpos y nuestra sangre. Hoy, en pleno 2020, los tiempos covidianos no nos permiten sentirnos cerca estos cuerpos menstruantes y compartir las experiencias y el abrazo rojo y sororo. Y, sin embargo, la pandemia no puede frenar la vida que nos corre, roja, entre las piernas: ¡que siga fluyendo sólo la sangre menstrual!