Mactzil Ixtz’unun Camey Rodríguez / Mujer maya kaqchikel, nacida en Chimaltenango el 20 de junio del 2000

 

Crecí al lado de mis padres y mi hermano menor. Estudié 11 años en un colegio católico para niñas, donde, como regla impidieron que usara mi indumentaria, pero en el tema de la espiritualidad no hubo objeción, ni tampoco fue reemplazada por la religión que se profesaba en la institución. Era de las pocas niñas mayas que había en el colegio. Mi espiritualidad e identidad fueron formándose de manera increíble pues hablar de mi cosmovisión, la forma de interpretar la vida, la conexión que se tiene con la madre naturaleza y el no dejar de usar mi traje fue un acto de resistencia que comprendí con el tiempo.

Me gradué de bachiller en ciencias y letras para luego iniciar mis estudios superiores en la Universidad de San Carlos de Guatemala. Comencé una licenciatura en nutrición, pero me di cuenta de que la carrera no contribuía a mi proyecto de vida. Mi interés es más en la parte social, por lo que a finales de 2019, decidí iniciar la carrera de Ciencia Política. Al mismo tiempo comencé un emprendimiento que consiste en la elaboración de aretes, lo cual me ha permitido generar algunos ingresos.

Para empezar a contar un poco sobre el movimiento estudiantil y mi participación en él, quiero recalcar que mi historia tiene un pasado. Mis papás fueron dirigentes de la Asociación de Estudiantes Mayas Saqb’ilo’ Mayab’, fundada en Quetzaltenango, cuando iniciaban sus estudios en el Centro Universitario de Occidente (CUNOC). El propósito de la organización era apoyar a estudiantes mayas que llegaban a la ciudad, de otros municipios y departamentos, y que no contaban con los recursos económicos suficientes, por lo que se les ayudaba facilitándoles becas, talleres de formación y capacitación, así como un espacio que contaba con computadoras. Con la historia de mis padres creció mi deseo de participar, dar seguimiento desde mi espacio y luchar por los pueblos indígenas, pero sobre todo por las mujeres mayas.

El movimiento estudiantil ha tenido un papel muy importante dentro de la universidad, siendo uno de los movimientos sociales con más población guatemalteca involucrada. La lucha de los pueblos indígenas también ha trascendido a la lucha estudiantil,  vivimos en un país multicultural y la universidad debería reflejar ese contexto, pero con respecto a esto, la educación superior tiene muchas carencias; el porcentaje de estudiantes indígenas en relación con mestizos/ladinos, es grande. La educación tiene un enfoque occidental diferente a la de los pueblos indígenas, que se encauza en otra filosofía y ciencia.

En nuestro paso por la universidad, nos damos cuenta de los grandes retos que conlleva ser mujer y además maya. Las mujeres constituyen el 53 por ciento de la población estudiantil y las mujeres mayas, un 0.10 por ciento. Somos poco visibilizadas y nos dejan fuera de la toma de decisiones. Al inicio de mi vida universitaria esto no tenía mucha importancia, me dedicaba únicamente a mis estudios, pero a inicios de 2019, me invitaron a ser parte de la agrupación Consciencia, primer espacio político en el que participé.

Esta agrupación tenía como propósito formarse y armar una planilla para la siguiente Asociación de Estudiantes Universitarios (AEU) “Oliverio Castañeda de León”, y me invitaron a ser parte. Por cuestiones de papelería, en ese momento no pude participar, pero quedé en la junta directiva de la agrupación como vicepresidenta. A los meses fueron las elecciones para la nueva AEU y nuestra agrupación salió ganadora.

Me integré a la comisión de género para aportar como mujer maya, al poco tiempo la titular II de la secretaría renunció y me propusieron ocupar el puesto. Esto me emocionaba mucho porque considero fundamental el papel de la mujer maya en estos espacios para motivar que otras también formen parte, visibilizar nuestras luchas y evidenciar que estudiar una carrera universitaria es un gran paso para cambiar esos estereotipos marcados dentro de nuestra cultura, que imponen que debemos estar en la casa, dedicarnos a los oficios del hogar y formar una familia pronto.

Este 2020 iba a ser un año de nuevos cambios en mi vida, el inicio de una nueva carrera, una nueva jornada de estudio, un espacio diferente para conocer a nuevas personas y mi inicio en la asociación estudiantil, pero con la pandemia mundial causada por la COVID-19, eso cambió. Mis planes tomaron un rumbo diferente, con el confinamiento y la cuarentena en casa.

La universidad pasó de ser presencial a virtual, detrás de una pantalla y con tareas en línea, comunicándonos con profesores por medio de una plataforma, algo que nadie se esperaba, afectando a muchos que no tienen posibilidades de tener computadora, Internet y un espacio adecuado.

Desde mi experiencia fue complicado al inicio, implicó acomodarme a esta nueva dinámica, a estar sentada la mayor parte del día frente a una computadora, trabajar mis proyectos en grupo por mensajes y llamadas, tratando de cumplir con todos los cursos.

Algunos catedráticos no dieron clases, solo mandaron tareas y la autoformación fue algo primordial para mi aprendizaje. Nadie se preparó para recibir o dar clases en línea y es algo que de ahora en adelante tendrá que reforzar la universidad para afrontar futuras problemáticas que se presenten en el mundo y el país.

¡Por mis abuelas, por nosotras y por las que vienen, la lucha sigue!