Alda Facio

Dicen que el coronavirus no discrimina, que no solo nos ha puesto a todas las personas, por más distintas que seamos las unas de las otras, en riesgo de enfermar, sino que a todas por igual nos ha recetado un futuro amenazante. Las medidas que se han implementado en nuestra región para lidiar con esta pandemia son una prueba irrefutable de la enorme desigualdad preexistente en todas nuestras sociedades y de la rapidez con la que el sistema capitalista neoliberal se aprovecha del sexismo, la misoginia, el racismo y todas las fobias contra el o la “otra” para reproducir y fortalecer su dominio sobre la grandísima mayoría de los seres vivos, así como sobre el planeta mismo.

Esta desigualdad preexistente, especialmente contra todas las mujeres que somos el grupo más grande de personas discriminadas, está asegurando que el virus sí discrimine como lo demuestra el alza dramática en la violencia contra las mujeres confinadas con su agresor, la proliferación de barreras a la atención médica, especialmente aquella relacionada con la reproducción, y la profundización de la pobreza, especialmente la femenina, así como las grandes desigualdades en el acceso a los servicios de salud o las diferencias entre quienes pueden sobrevivir bajo confinamiento y las que no tienen más remedio que poner sus vidas en peligro, ya sea para conseguir el alimento para sus familias, o para brindar servicios que -ahora sí- sus Estados han denominado como “esenciales” o porque simplemente no tienen donde confinarse. La lista de los horrores que ha creado este flagelo del Coronavirus es interminable pero también lo es la lista de los múltiples aprendizajes que nos está dejando. Solo mencionaré dos por falta de espacio.

Aprendizajes

El primero tiene que ver con el hecho de cómo la desigualdad en los efectos de las medidas implementadas nos está permitiendo apreciar con mucha mayor claridad lo peligroso de sobrevalorar la producción de cosas por sobre el cuido de los seres vivientes y el planeta, así como la codicia de las políticas neoliberales que desde hace décadas nos venían exigiendo el Banco Mundial y el FMI. Si bien es cierto que antes de la pandemia ya se había logrado la casi completa privatización de la salud y seguridad social, las relaciones laborales, la educación, los servicios bancarios, los seguros, y hasta la justicia, las penitenciarías y la seguridad pública, la mayoría de las y los centroamericanos creíamos que esto no era tan malo porque las políticas de privatización incluían una estrategia propagandística para hacernos creer que con las empresas privadas estaríamos mejor.

Con la llegada de esta pandemia estamos experimentando la casi nula capacidad de nuestros Estados de garantizarnos, entre muchos otros, el derecho humano a la salud, como es su obligación legal; por ejemplo, porque ellos mismos han desmantelado casi todos los hospitales públicos, abandonado sus pocos programas sociales y no tienen dinero para enfrentar la crisis económica y de desempleo que están causando las medidas de confinamiento, porque el dinero que deberían haber tributado las grandes empresas privadas se fue en incentivos o amnistías fiscales.

El segundo aprendizaje que quiero mencionar es tal vez todavía más importante por lo invisible que han sido sus efectos nocivos antes de la pandemia, y es el enorme error de haber permitido que nuestros gobiernos pusieran al mercado como central al desarrollo de nuestras sociedades, relegando todo lo relacionado con las labores reproductivas y de cuido a cuestiones sin importancia para el indispensable crecimiento económico. Labores que son menospreciadas precisamente porque desde hace siglos están mayoritariamente en manos de mujeres, quienes, como nos enseña el patriarcado, no valemos casi nada.

Con la pandemia estamos viendo que el mercado no es lo central en nuestras vidas porque nos está permitiendo valorar lo que el patriarcado nos ha enseñado a despreciar: nuestra interdependencia y con ello, el aprecio por las labores de cuido mutuo y la solidaridad. De esto hay miles de ejemplos, incluyendo personas voluntariamente manteniendo la distancia física, aunque sus gobiernos no se los exijan, como está sucediendo en Nicaragua; artistas deleitándonos desde sus techos o en las calles, personas recolectando alimentos para compartirlos con la gente más necesitada, memes con tanto sentido de humor que no podemos menos que soltar una carcajada aún en aislamiento, aplausos colectivos para trabajadoras de la salud y para las que cuidan de nuestros hijas e hijos, de las y los ancianos, las que limpian nuestras calles y las que trabajan en las tiendas de comida, y tantos otros ejemplos que nos demuestran que todas las personas somos esenciales y que somos los seres vivientes, y no el mercado, lo central en nuestras vidas.

 

Un tiempo sin apremios

Clara Coria / Psicóloga feminista argentina

La cuarentena instaló un aislamiento que impuso la renuncia al contacto corporal e hizo que la piel llorara ausencias. Es cierto que hubo aislamiento, pero también es cierto que las conexiones fluyeron por todos lados. También es cierto que nos quitó libertades -lo cual es muy ingrato- pero también ofreció una oportunidad inesperada para descorrer telones, desprender máscaras y mostrar desnudeces. Las superficialidades quedaron expuestas en carne viva, los disfrutes sencillos que la vida ofrece recuperaron visibilidad y el sentido de una Humanidad solidaria reclamó un lugar de reconocimiento. Las fortalezas y debilidades de las personas y del mundo quedaron expuestas sin maquillaje posible que las disimulara. Todo quedó al desnudo.

Lo inédito abrió un panorama inesperado. Hasta entonces, el Tiempo circulaba convertido en un transitar vertiginoso, imponiéndose como recurso de poder al servicio de la producción -a cualquier costo- sin importar atropellos. Era un Tiempo que abrumaba, confundía y distraía de las necesidades genuinas. También engrosaba creencias ilusorias, reclamándole garantías a la vida y pretendiendo controlar el futuro. Era un Tiempo vanidoso que maltrataba el devenir cotidiano en pos de un futuro competitivo e impredecible.

Pero algo cambió. El Tiempo en cuarentena hizo su entrada con otra identidad. Se instaló como Tiempo sin apremios, portando consigo no pocas verdades y grandes sorpresas. Era un extraño desconocido para muchos. Quienes acostumbraban a vivir un ritmo programado, el día se les hacía eterno y la noche lejana. Por el contrario, hubo quienes, inesperadamente, descubrían que el día se les iba de las manos. Ya no era el apuro por llegar para seguir andando. Era descubrir el placer de transitar un Tiempo palpable y visceral que permitía apoderarse del Ahora. Un Ahora casi siempre descalificado como recurso de bienestar, en pos de alcanzar eternidades inexistentes.

Antes de la cuarentena anhelábamos un derrotero previsto y creíamos posible asegurar nuestro futuro, negando la incertidumbre, que es lo único cierto. Ahora necesitamos poder querer lo que aún es incierto, porque hay mucho por construir dentro y fuera de nosotros. Estoy convencida que debemos sacarle provecho a esta cuarentena inédita, para revisar el uso del Tiempo sin apremios y la capacidad para disfrutarlo. Animarnos a zambullirnos en nuestro propio adentro para escuchar sin tanto miedo a este nuevo Tiempo que guarda en su cuerpo de cristal, tan frágil, tan transparente y tan opaco a la vez, otras propuestas para un porvenir distinto, más respetuoso, más solidario y más responsable. Perdida en el silencio de mi balcón que mira hacia calles desiertas, me atrapa una brisa de cambios y un deseo de protagonizarlos me empuja a asumir como propias.

 

Miradas a esta “nueva normalidad”

Francelia Solano / laCuerda

laCuerda entrevistó a dos mujeres quienes dan su punto de vista sobre cómo podemos salir luego de casi cuatro meses de encierro y confinamiento, los escenarios y qué cambios podemos incorporar a nuestras vidas. Una de ellas es Andrea Tock, politóloga, investigadora social e integrante de la Asamblea Feminista, un espacio plural conformado por mujeres de varios lugares del país, donde se construye una propuesta política y de la vida desde una visión feminista.

Tock habla de la visión para el país y los escenarios que nos esperan. Por su parte, la bióloga e investigadora, Bárbara Escobar Anleu, conversó sobre el origen y cuál es el camino para que esto no se repita.

Dos visiones de la Guatemala post-pandemia

La pandemia trajo consigo una serie de problemas y preocupaciones alrededor del mundo. En Guatemala, el panorama no era diferente al principio, dice Andrea Tock, quien comparte cuál es su visión al terminar este periodo de confinamiento. Varios escenarios podrían ser esperanzadores, pero otros, los más realistas, no muestran un cambio significativo. “Algunas de las preocupaciones que se tenían eran en torno a las medidas que se estaban tomando y cómo realmente no se estaba distribuyendo el dinero de forma efectiva”. Desde la Asamblea Feminista existe una fuerte crítica “hacia los programas del gobierno”, como el Bono Familia que tiene casi tres meses de retraso en la entrega, o los otros nueve programas que llevan una ejecución menor al 13 por ciento, según la Bancada Semilla.

“Hay visiones diferentes de cómo comenzó todo esto y cómo se puede terminar” relata Tock. Estas dos se dividen entre un cambio y que todo permanezca igual. “De un lado hay un grupo que es un poco más optimista y esperanzador. El otro grupo, un poco más pesimista con una crítica fuerte hacia las políticas estatales y el crecimiento de las desigualdades”.

Después de cinco meses se ha visto que las desigualdades, que ya existían antes, se han acrecentado; en algunos casos, las mediciones se vuelven un poco difíciles, entre ellas la violencia contra las mujeres (…) estar en casa hace más difícil el proceso de denuncia. Esto debido a que la víctima y el victimario viven en el mismo lugar y al estar ambos en el encierro, se dificulta hacer una denuncia..

Hay hábitos en los que esta pandemia puede dejar un atisbo de esperanza, como las redes de cuidado de la vida y las formas de ayudarse entre sí. Andrea Tock explica que “La pandemia en ciudades y hogares de clase media, ha quitado el velo a todo el trabajo reproductivo, que históricamente ha sido invisibilizado y nunca se ha considerado como un trabajo”. Pues ahora puede haber mucho más conciencia del trabajo que lleva la preparación de comida, la limpieza del hogar y tareas relacionadas con éste.

De manera intuitiva, Andrea apunta que quizás «los hábitos como la preparación de comida, el manejo del tiempo, el estar conscientes de dónde viene la comida, cómo se produce y cómo estamos interconectados y hacernos pensar en nuestros hábitos de consumo» podrían ser otro de los cambios que traiga consigo la pandemia.

Hábitos de consumo

¿Dónde se originó la pandemia? Es la pregunta que Bárbara Escobar Anleu, una bióloga conservacionista, quiere que hagamos. Explica que es importante para saber de dónde viene el problema y cómo corregirlo para evitar que suceda lo mismo en un futuro cercano.

«Vayamos al inicio de la pandemia, antes de su llegada a Europa. Sí, al primer brote, que inició en un mercado húmedo en Wuhan. En el lugar se vendían animales silvestres vivos y muertos, entre ellos los pangolines y murciélagos», agrega Escobar. El primero es el animal más traficado en el mundo y según la Unión Internacional de Conservación de la Naturaleza (UICN), está también en peligro crítico de extinción.

Escobar apunta que «estamos hablando de animales que sacan de su hábitat de forma ilegal, los trasladan muchos kilómetros, los llevan en malas condiciones y están amontonados. Los animales, al igual que las personas, tienen patógenos. Todo esto llega a afectar la salud de las personas. Con esos escenarios ya no es tan difícil entender cómo una enfermedad de unos animales está en los humanos» dice, explicando que el tráfico de animales silvestres fue la causa inicial de problemas.

Para la bióloga, desde hace muchos años los «profesionales y personas que estudian estos temas, estaban advirtiendo que esto iba a pasar por el mal manejo de la vida silvestre y la mala relación con la naturaleza» y esto se pudo evitar. Pero si nuestros hábitos no cambian, según Escobar, nos esperan muchos escenarios similares para un futuro.

Escobar explica que debemos «reflexionar sobre la relación que tenemos con los demás seres vivos y ( … ) pensar profundamente sobre los hábitos de consumo». Por ejemplo, añade que es poco probable que encontremos pangolines en el mercado, pero podemos pensar en lo que estamos comprando para comer o para vestirnos. «Hay cambios bien profundos que tienen mucho que ver con el sistema que nos ha llevado a esta pandemia. Un sistema que prioriza el dinero, la economía a costa de la vida de las especies y otras personas» dice. Entre ello, ver si lo que estamos consumiendo viene de un productor socialmente responsable y no de monocultivos, como la palma aceitera en Izabal que contamina ríos y lagos.

Otro de los grandes contaminantes, por ejemplo, son los colorantes. Según un ensayo de Marissa Jaccot, publicado por la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo, la industria textil es W1a de las más contaminantes pues tiene W1 «mayor consumo de agua y las aguas residuales que se generan contienen un gran número de contaminantes de diferente naturaleza». En Guatemala esta industria representa un 9 por ciento del PIB según AGEXPORT.

Jaccot, defensora del ambiente, ha expresado en diversas ocasiones que al igual que los colorantes, los saborizantes artificiales son también fuente de contaminación de ríos y lagos por el mal manejo de plantas de tratamiento. Escobar concluye que, si no sabemos el origen de lo que consumimos, quizás sea mejor mudarnos a la compra local de pequeños productores.

Si aprendemos la lección, esto podría ser determinante para un cambio en nuestra forma de consumir y una excelente oportunidad para debatir sobre cómo el comportamiento de la humanidad nos ha llevado hasta esta pandemia.