Anabella Acevedo / Crítica literaria, guatemalteca, reside en Xela
La escritura es una de las maneras en que traducimos nuestras indagaciones personales, nuestros miedos, deseos, alegrías, en fin, todo eso que reside en una interioridad que a menudo nos es difícil compartir. Y para quienes leemos, es también una forma de acercarnos a fragmentos de esa intimidad que protegemos tanto, de historias personales que nos han marcado, y de la manera en que momentos específicos de la realidad nos afectan.
Para muchas, la escritura creativa ha sido parte de sus vidas desde siempre y se ha convertido en un oficio que nace de la imperiosa necesidad de poner en palabras lo que sienten, lo que piensan, o lo que les molesta. Otras han estado pobladas de palabras que se manifiestan de otras maneras y que no llegan a la página en blanco necesariamente en la forma de textos poéticos. Pero hay ocasiones en las que escribir adquiere un carácter de urgencia, en los que solo nombrando con palabras lo que pesa sobre el corazón y compartiéndolo con otros vamos a sentir cierto alivio, aun cuando la práctica de la escritura creativa de repente nos tome por sorpresa.
Acá una breve muestra de textos que han sido escritos por mujeres durante estos tiempos de confinamiento, de temor y de angustia en los cuales esa “habitación propia” ha tomado las formas más extrañas.
Silencio
Taparse la boca,
para hacer silencio,
el virus del miedo, patriarcado y violencia,
anda suelto hace mucho tiempo.
Prohibido
Prohibido amar,
prohibido besar,
prohibido tocar,
prohibido tocarse,
prohibido salir,
prohibido quedarse,
prohibido hacer el amor,
prohibido pelearse,
prohibido vivir,
prohibido morir.
Aurora Chaj, artista, arquitecta y emprendedora maya K’iche’ de Olintepeque, Quetzaltenango. Integrante del grupo MAIX.
Utopía desde el corazón
Para las soñadoras
para los ilusos de siempre
esta época de pandemia
es una prueba para la solidaridad
para la sanación propia y ajena
para restaurar a la madre tierra
par tejer abrazos a la distancia
con la promesa de vernos pronto
para hacer vivible este espacio-tiempo
para negarnos a la iniquidad
Para los ambiciosos
para los infames de siempre
esta es sólo otra oportunidad
para acaparar
para ganar
a costa del débil
para imponer su voluntad
para cerrar su último contrato comercial
que en la letra pequeña
exige que entreguemos todo derecho
todo anhelo de cambio
toda libertad
Pero las soñadoras, los ilusos
siempre tienen una esperanza guardada
una utopía anudada
en una esquina del tiempo
Ana Silvia Monzón: socióloga, investigadora y comunicadora social feminista guatemalteca.
De todos los dolores
Este del corazón
No por mí
Que tengo comida
No por usted
Que lee este texto
Si ud lee este texto
No está
En la sobrevivencia
(ni yo tampoco
claro está)
Tiene tiempo
Tiene wifi
Tiene compu
Tiene energía
Posiblemente
Tiene trabajo
En casa
No le han cortado el agua
Le siguen poniendo luz
Le llevan la comida
Le surten la fruta
Escucha música
Se divierte viendo la tele
Ergo
Tiene cable
Tiene Netflix
Habla desde su cel
Con la hija
Que vive lejos
Le da clases a sus nietecitos
Aplicando excelentes
Estrategias pedagógicas
A gritos
O escucha a Bach
Idiotamente
Como yo
Para no deprimirse
Mucho
Ud querido/a lectora
Tiene de todo
Aquello
Que a otros les falta
(y a veces
hasta le sobra)
Igual que a mí
Que sin querer
Acabo de ver
En línea
Allá
Por Quetzaltenango
Una foto
De una familia
2 adultos
8 niños
2 ancianos
Todos bajo un árbol
Los sacaron de un cuarto
Donde dormían
No pagaron la renta
No tenían con qué
Todos sin comida
Todos sin agua
Todos sin bebida
Todos sin futuro
Todos viendo hacia la cámara
Un poco obnubilados
Sin mascarilla
Sin gel de alcol
Sin guantes
Pensando que están
Allá en el fondo
De otra pesadilla
Creyendo que
Están viendo la tele
De la vecina
Que les cobraba 1 quetzal
Cuando tenían cuarto
Imaginan
Que quizás sí
Están soñando
Que van a despertar
Distintos
Menos pobres
Menos hambre
Sin lluvia
Sin frío
Porque es en Xela
O creerán
Que están
Dentro de un programa
Desos que ahora se estilan
De carácter
Antropológico
Que allí mismito
Lo entrevistan a uno/a
Para que diga
Lo que se siente
Ser pobre
No tener casa
No tener baño
No tener comida
No tener ropa
Para cambiarse
Eso querido lector
No le pasa a ud
No me pasa a mí
(que torturada
escribo este texto)
Le pasa siempre
A los mismos
Aída Toledo: escritora, académica, docente guatemalteca.
Seis de la tarde
y el silencio le ganó la carrera
a la noche
el cielo está claro
los zanates vuelan a sus ramas
es tarde y el cuerpo lo siente
Siguen pasando los días del encierro
obedientemente acatado
Un sopor
me insta a cerrar los ojos
dormir
olvidar
esta pesadilla
Este encierro es una puerta abierta
invitación tentadora
saltar al vacío o colgarte de la viga
partir sin dejar de ser
existir por convicción
Cada despertar
pregunta recurrente
en territorio sembrado de dudas
Abro los ojos
confirmo lo mismo
la bruma invade mi cama
nubla los sueños perdidos
Piedras en el camino
aplastan mi pecho
secan la hierba
que empezaba a crecer
Levantarse a lavar la cara
calentar el agua y leer la prensa
hacer como si fuerte fuera
como si quisiera
seguir viviendo
Ana Cofiño: investigadora, antropóloga, editora e historiadora guatemalteca.
Creo que me había acostumbrado demasiado rápido al ruido de esta ciudad. Me había acostumbrado a despertarme con los pitidos de los carros y a maldecir los cantos de los gallos de al lado a las cuatro de la mañana. Pero creo que estos días cantan menos. Me había acostumbrado a las sonrisas en la calle sin mascarilla, porque ahora hay que intuirlas. Y a los buenos días.
Me había acostumbrado al sonido del mercado. Al “¿qué va a llevar, señito?”, y a las mujeres anunciando atol de elote. Y al sonido de las freidoras en la plaza, y al de los hombres rascando el hielo de las granizadas. Y al de las campanitas de los carritos de helados. Me había acostumbrado a los ayudantes de los buses gritando las paradas desde las puertas, a los gestos que hacían con sus manos. Y hasta al reguetón.
Me había acostumbrado demasiado rápido al ruido de esta ciudad. Y ahora las calles están vacías y tristes. Y los parques ahora enseñan lo que nunca queremos ver, las personas que lo ocupan porque no tienen otro sitio donde meterse.
Y siento que con las calles vacías, el silencio y los toques de queda aquí se reabren y sangran viejas heridas. Las de las abuelas que se acuerdan de la guerra cuando eran niñas, y del miedo. Y del “¿qué va a pasar ahora?”.
Con la diferencia de que en estas noches no se oyen disparos, pero se escuchan cohetes. Y el cielo se ilumina de colores unos segundos. Como si alguien, desde su casa en la montaña, quisiera decirnos: “Tranquis, todo va a ir bien”.
Elisa San Miguel: trabajadora social española. Estaba viajando por el mundo y la pandemia la detuvo en Guatemala. Una de las colaboradoras de la Olla Comunitaria en Quetzaltenango.