Ana G. Aupi / Poeta y comunicadora popular. Hija de lxs Aupi, y sobrina de Guatemala. Amante de las plantas

Ilustración: Ximena Rodas Soto

Desde nuestras casas (quienes tenemos), con dos meses de aislamiento, mínimamente, después de atravesar todas las alturas y bajuras, humedades y hastíos, cuando menos, las feministas no hemos dejado de “poner la nuestra” reusándonos a ser “público” del espectáculo de reajuste que está configurándose en este periodo de pandemia mundial.

Llevamos años denunciando cualquier intento de control de nuestros cuerpos y limitación de libertades, tanto normativamente como de facto, por las violencias que imponen los intereses mayúsculos. Desde hace décadas venimos analizando cómo, bajo el argumento de la seguridad, imponen leyes que controlan nuestra capacidad de decidir sobre nuestros cuerpos, de organizar nuestras vidas con quien “nos dé la gana”, de nombrarnos con el artículo que queramos, de limitarnos los accesos a libre circulación o limitar nuestra libertad de desarrollarnos como humanas completas, y no como mitad de nada.

En los últimos días hemos presenciado cómo desde muchos puntos del planeta los foros, encuentros virtuales y talleres nos acercaban a quienes estamos en red desde hace años, pero que, dados los tiempos de la supervivencia y la necesidad de dar respuesta en nuestros contextos, hasta estos días hemos reconectado de forma tan intensa y continuada.

Entre los discursos de odio que hemos denunciado y señalado estos días, uno que está llenado los foros y debates tiene que ver con los discursos de salud pública y seguridad que ocultan un repunte del fascismo y colonialismo patriarcal.

La viralización del video de la mujer de origen asiático comiendo una supuesta sopa de murciélago fue suficiente para la propagación del rumor de que esa fuera la causa del origen del virus, sin ningún fundamento científico. Esto generó la estigmatización de la población asiática a nivel mundial. Recordemos que no es la primera vez que ocurre, hay múltiples pandemias que a lo largo de los siglos han perpetuado o facilitado los avances coloniales y de control corporal de las poblaciones más vulnerabilizadas, entre las que estamos las mujeres.

Políticas de odio

En 1875, en Estados Unidos, la que fue llamada “enfermedad china” generó una de las primeras restricciones migratorias en relación con supuestas enfermedades que transmitía la población asiática. En la actualidad el propio Trump ha usado este término “enfermedad china” para referirse a la pandemia de la COVID-19.

Este tipo de acciones de desinformación en distintos momentos históricos sirvió como pretexto para girar leyes migratorias tales como la llamada Ley de Exclusión de los chinos, la cual fue firmada por el expresidente de Estados Unidos Chester A. Arthur, en el contexto de la epidemia de viruela en San Francisco, en 1882. Esta situación también fundamentó su accionar, atacando a la comunidad asiática que habitaba en el barrio chino.

La pandemia de tuberculosis de 1939 en ese país, sirvió para atacar a la población afrodescendiente; la del VIH en los noventa, a lo que años después sería el colectivo LGTBIQ; la influencia H1N1, a la población mexicana y centroamericana migrante, y así un sinfín de ejemplos.

En la actualidad Europa tiene una ley de extranjería que prácticamente sitúa en calidad de clandestinx a cualquier ciudadanx que llegue, que no tenga dinero y acceso a la propiedad. Esta situación no solo aboca a las mujeres migradas al trabajo de cuidados en condiciones de semi-esclavitud sino que además es un contínuum del expolio de saberes y de mano de obra, que así como en época colonial, en la actualidad, permite el crecimiento de la economía europea.

Mas allá de que los señores “expertos en economía” no contabilicen dentro del PIB el trabajo de cuidados que hacemos las mujeres, nos consta como éste es un aporte significativo a la economía de los países. En Colombia, se contabiliza que el 20 por ciento del PIB se produce a partir de los trabajos de cuidado no remunerado según la Encuesta Nacional del Uso del Tiempo. Camila Esguerra Muelle, opina que cuando las mujeres se ven abocadas a migrar se produce de nuevo el expolio de este aporte económico, depositándolo en las arcas de las economías europeas.

Las vallas fronterizas, las cárceles para personas extrajeras, las redadas racistas callejeras, el abandono de lanchas por salvamento marítimo, el asesinato a manos de la policía de migrantes encarcelados, como el caso de Idrissa Diallo, Samba Martine o Lucrecia Pérez, entre otrxs, se suma a la indignación que hemos vivido por el asesinato de George Floyd.

Redes de cuidados

A pesar del estado de alarma y las medidas de confinamiento muchas ciudades del mundo salieron a protestar por George Floyd y el racismo que viven las personas racializadas. Durante la pandemia, en Barcelona se configuró la Red de Cuidados Antirracistas para repartir comida a domicilio a las personas más afectadas por la pandemia. Los vendedores ambulantes criminalizados de la ciudad, organizados en una tienda y marca de ropa llamada Top manta, empezaron a recoger comida y a realizar mascarillas con sus escasas siete máquinas de coser. Por barrios se localizaron puntos de recogida de alimentos y las redes de vecinas comenzaron a responder a la necesidad de la urgencia.

Los discursos de la seguridad y la salud han estado detrás de ajustes colonialistas y patriarcales a lo largo de la historia, supongo que el reto tiene que ver en no dejar avanzar a los discursos de odio y prácticas delincuenciales que hay detrás de la justificación de la violencia policial y el control de los cuerpos en beneficio solo de algunas personas.

El “cómo” vamos a hacerlo, es la pregunta constante que tenemos las feministas, porque en el “cómo” está todo el contenido de la propuesta de sociedad que queremos construir.

 

Asian American Feminist Antibodies (Care in times of coronavirus)