Silvia Trujillo /laCuerda

Durante más de dos siglos de lucha feminista, cada espacio ganado, cada derecho reconocido ha sido fruto de una batalla ardua en desigual correlación de fuerzas y siempre como una concesión arrancada a los poderes patriarcales.  Si ubicamos el siglo XVIII como punto de partida de la lucha reivindicativa y contra las opresiones (económica, política, sexual, laboral), hoy, a pesar de las enormes brechas que aún existen para el logro de la vida como aspiramos vivirla, se han reconocido muchos derechos -aunque en la práctica todavía haya que hacerlos efectivos-.

De todas las luchas, una de las más largas ha sido por el reconocimiento de ciudadana plena y por el derecho a votar y ser electas. Y si bien es cierto que estas demandas de reconocimiento de derechos cívico-políticos es considerada por algunas corrientes feministas como parte de un movimiento reivindicativo que sólo concentra su lucha en la igualdad de derechos entre mujeres y hombres, sin tomar en cuenta los límites y las insuficiencias de la igualdad jurídico-formal, se hace necesario hoy regresar al sufragismo para revisar algunas lecciones.

Las luchas son largas…pero sabemos esperar

Una de ellas es la prolongación en el tiempo y la persistencia de distintas generaciones para lograrlo. En Francia desde que se enunció la demanda, hasta el reconocimiento del derecho al voto trascurrieron 155 años.

Ya en 1790, aparecía en los discursos de la convulsa Francia la demanda de ciudadanía. Madeimoselle Jodin, quien había tenido una activa participación en los acontecimientos previos al proceso revolucionario, le dedica una incisiva demanda a la Asamblea General diciéndoles que, así como los hombres argüían igualdad, libertad y fraternidad, ellas querían ser partícipes de los debates públicos y la toma de decisiones “(…) al romper el silencio al que la política parece habernos condenado, podíamos decir últimamente: nosotras también somos ciudadanas”1.

Un año después, en 1791, redoblaron la apuesta, propusieron la Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana, redactada por Olympe de Gouges, donde demandaban la igualdad jurídica de mujeres y hombres, así como la posibilidad para las mujeres de participar en igualdad de condiciones en los asuntos públicos y la toma de decisiones. Perdieron esa batalla. Muchas de quienes osaron desafiar su lugar en la historia terminaron sus días en manicomios o guillotinadas.

Durante todo el siglo siguiente, las mujeres permanecieron luchando y poniendo en evidencia su situación de exclusión, denunciaron la persistente negativa masculina a otorgar el derecho de voto, así como la discriminación en el terreno laboral y educativo. Siguieron demandando la igualdad legal, equidad laboral y salarial, ser propietarias, participar políticamente, así como, el ejercicio de su sexualidad sin la imposición de la doble moral contenida en los marcos legales androcéntricos. El advenimiento del siglo XX las encontró luchando y reclamando su derecho al ejercicio del sufragio y desde distintas organizaciones (Societé du Suffrage des Femmes y Solidarité des Femmes) [Societdad del Sufragio de las mujeres y Solidaridad de las mujeres] realizaron numerosas acciones públicas de protesta y encendidos reclamos desde los medios de comunicación. Muchas fueron encarceladas durante este largo período. La demanda fue resuelta hasta 1945, año en el cual a las francesas les fue permitido votar.

Esa violencia no es nuestra…se la devolvemos

La segunda lección que nos deja ese proceso es que el repertorio de formas de protesta puede variar y que son válidas las acciones directas cuando se cierran todos los caminos. En Inglaterra, por ejemplo, las hermanas Pankhurst apelaron al activismo de explícita confrontación como forma de hacer visible la violencia que el Estado operaba sobre las mujeres cuando les negaba la posibilidad de votar. Intercalaron movilizaciones masivas con estallido de buzones, bombas incendiarias contra propiedades, pintas en edificios e irrupción en eventos públicos para evidenciar sus demandas. De hecho, cuando se le increpaba sobre esas formas Emmeline Pankhurst respondía: “…nos tienen sin cuidado vuestras leyes, caballeros, nosotras situamos la libertad y la dignidad de la mujer por encima de todas esas consideraciones, y vamos a continuar esa guerra como lo hicimos en el pasado; pero no seremos responsables de la propiedad que sacrifiquemos, o del perjuicio que la propiedad sufra como resultado. De todo ello será culpable el Gobierno, que, a pesar de admitir que nuestras peticiones son justas, se niega a satisfacérnoslas”2.  El derecho al voto les fue reconocido a las inglesas mayores de 30 años en 1918 y en 1928, a todas las demás.

En Francia sucedió lo mismo, las mujeres organizadas, hartas de esperar el “permiso” masculino para votar, asumieron acciones directas. En 1904 decidieron quemar públicamente el misógino código napoleónico que durante 100 años había condenado a las mujeres a vivir tuteladas, además, durante varios años irrumpían intempestivamente en el parlamento, se enfrentaban a la policía en las calles y convocaban a manifestaciones no admitidas por el Estado.

Les dijeron “locas” … hoy son derechos reconocidos

La lección más importante es que, así como a las mujeres que se atrevieron a reconocerse ciudadanas las trataron de locas y durante muchos años, sus demandas fueron interpretadas como una aberración al orden establecido, hoy la igualdad jurídica y los derechos cívico políticos de las mujeres son reconocidos por la mayoría de sociedades del mundo.

De tal forma que hoy, cuando se cuestionan las luchas que ponemos en agenda, cuando se deslegitiman nuestras formas y nuestras demandas no tenemos más que volver a la historia para darnos cuenta que será más tarde o más temprano, pero #SeráLey.

 

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  1. Alicia Puleo (ed.), La Ilustración olvidada. La polémica de los sexos en el siglo XVIII.
  2. Emmeline Pankhurst. Mi propia historia.