¿Cómo seguimos adelante después de las muertes violentas Litzy Amelia Cordón y Laura Daniela Hernández? ¿Cuántas veces nos lo hemos preguntado? ¿Cuántas veces nos han quitado la paz y la esperanza con cada mujer a la que le arrebatan la vida?

Matan, violan, torturan y queman nuestros cuerpos por diversos motivos que pueden resumirse en uno: porque nos siguen percibiendo a través de su misoginia. Por eso, unos jalan el gatillo o clavan los puñales, pero otros se permiten dejar en la impunidad a la mayoría de los casos de violencia en nuestra contra; unos perforan nuestros cuerpos, nos asfixian o encienden el fósforo que nos quemará, pero otros no hacen los esfuerzos suficientes para mejorar los servicios de atención en el organismo que debe investigar y donde el femicidio y las otras formas de violencia son de los delitos más denunciados del país.

Y como una estrategia de terror bien orquestada, vuelven a secuestrarnos y nos siguen despareciendo. Mientras duraron las medidas especiales por la emergencia por Covid-19, desaparecieron entre dos y tres mujeres por día, menor al promedio de cuatro que existía previo a la pandemia. Sin embargo, cabe hacer la pregunta, ahora que se levantaron las restricciones y se recobran paulatinamente las rutinas cotidianas: ¿volveremos a convivir con la desaparición de cuatro o más mujeres al día?  De hecho, la percepción es que en estos días han incrementado aún más los casos.

Ustedes, señores funcionarios públicos, vociferan desde sus lugares de poder, cómodos en sus escritorios sin que el dolor atraviese si quiera un ápice de su piel, se siguen demostrando incapaces de ser empáticos con el sufrimiento de las familias que han sido golpeadas por el femicidio, ineptos por omisión o por incompetencia, inertes para detener esta constante violencia en nuestra contra. No respetan nuestra vida, no la garantizan ni protegen. Por el contrario, sostienen una política de amedrentamiento contra todas aquellas que luchan en defensa de la vida, como Anastasia Mejía Tiriquiz, quien sigue en la cárcel simple y llanamente por hacer su trabajo como periodista.

De los esfuerzos que dicen pero no hacen, lo único que hemos visto hasta ahora es día tras otro, la evidencia de su política de muerte, cómplices como son de la pedagogía del terror contra nosotras. Sus manos y sus historias están manchadas ya de la sangre de las niñas, adolescentes y mujeres asesinadas, violadas y torturadas en este país.