En varias comunidades del municipio de Cantel, el agua es más escasa por la deforestación que seca los nacimientos, mientras la demanda es mayor por el crecimiento poblacional. Estela Hernández y Armando López son defensores que desde hace años están trabajando en sus comunidades para crear conciencia sobre el tema.

Pia Flores / laCuerda

“En el pasado, cuando yo era una niña pequeña, nosotros teníamos agua todo el tiempo. Abríamos el chorro y teníamos agua. Pero ya no es así. Ahora llega de las dos hasta las cuatro de la mañana, y eso no pasa solo en una comunidad, pasa en todas”.

Estela Hernández es maya kiché y vive en el caserío Barrio Xejuyup, ubicado en el municipio de Cantel, Quetzaltenango. Recuerda que antes iba a los ríos y riachuelos a recoger agua con su familia. Nunca hacía falta, asegura la madre quien hoy tiene 45 años. Pero hace unos 15 años, luego de la implementación de proyectos de distribución de agua en las casas, Hernández notó que era cada vez más escasa en su comunidad, dado que nunca se tomó en cuenta el crecimiento poblacional de Cantel, que aumentó con más del 54 por ciento entre 1994 y 2018, y mucho menos la deforestación en las montañas que rodean al municipio.

“Sólo aquí en Barrio Xejuyup somos casi 500 familias, ya somos muchos. Y nos damos cuenta de la erosión de la tierra, que como ya no hay árboles, se secan los nacimientos de agua y se seca la tierra. Llueve y toda la tierra termina en los depósitos, tapa los tubos”, dice.

Estela Hernández quería actuar. Es parte de Ixmucané, un co- lectivo local de mujeres formadoras que promueven la participación ciudadana en la comunidad, emprendimientos de mujeres y acompañan a sobrevivientes de violencia. En 2016, ella y las otras integrantes incluyeron un eje de medioambiente y se aliaron con el proyecto de reforestación, Chico Mendes.

Agua, árboles y megaproyectos

“Queríamos aportar algo a la naturaleza, con tanto que nos ha dado, y frenar las injusticias ambientales que estábamos viendo. Por eso comenzamos a sembrar árboles”, explica Armando López, quien en 1998 fundó Chico Mendes, en la aldea Pachaj.

Durante más de 20 años ha puesto resistencia a tres amenazas que hasta la fecha siguen vigentes: la deforestación, la desaparición de los nacimientos de agua y las empresas extractivas, como las hidroeléctricas y mineras, que López asegura, tendrán más facilidad para ocupar los territorios sin árboles.

Para proteger los bosques, Chico Mendes utiliza varias estrategias. Por un lado, educar y concientizar a la población, sobre todo jóvenes quienes participan en talleres y trabajo voluntario como parte de sus prácticas de las escuelas del municipio. Y por otro, sembrar árboles en riesgo de extinción o que atraen animales en riesgo, como el cedrillo o el aguacatillo, para asegurar la protección de los terrenos. Solamente trabaja con fondos de donaciones.

Defender el medio ambiente ha provocado amenazas contra el proyecto Chico Mendes. Hace seis años, cuando López junto a otros líderes comunitarios se opusieron a la instalación de cables en el bosque, se perdieron más de 10 mil árboles sembrados por un incendio provocado. En el terreno quemado encontraron una piedra con un mensaje escrito: “Esta vez fueron sus árboles, la próxima vez les toca a ustedes”.

“Muchas veces me han dicho que si no tuviéramos esta ideología, podríamos recibir fondos, por ejemplo del INAB, para reforestar, pero no queremos recibir regalías de empresas. Hay más de 260 empresas que han solicitado licencia para explorar en el área, pero los bosques son de las comunidades”, dice López.

La alianza con el colectivo Ixmucané era importante para fomentar que las mujeres en las comunidades de Cantel fueran sujetas activas para la preservación del agua y se aliaron. Hernández y López coinciden en que las mujeres, quienes representan el 49 por ciento de la población total, son las más afectadas por la escasez de agua, pues aún son ellas quienes realizan el trabajo no remunerado en casa, relata Hernández. Muchas de las tareas, como lavar ropa, cocinar y cuidar la salud e higiene de sus familias, requieren agua. “Nosotras nos relacionamos más con el agua y se nos está limitando. El agua es vida, es un derecho. Y creemos en una relación de cuerpo y territorio. La tierra es madre, nosotras también. Con conocimiento podemos actuar desde nuestras casas y exigir acciones a las municipalidades”, dice Hernández.

Las delegadas de Ixmucané se capacitan en Chico Mendes en métodos de reciclaje y cómo construir sistemas para recolectar y aprovechar el agua, por ejemplo de la lluvia, y luego ellas mismas replican los talleres en sus comunidades.

Todo está conectado

Cada año, Guatemala pierde 132 mil 137 hectáreas de bosque. Según el Ministerio de Ambiente y Recursos Naturales, entre 1950 y 2010, la cobertura forestal en Guatemala se redujo en 53 por ciento, dejando solamente un tercio de la superficie del país con bosque, contra casi dos tercios de antes. Aunque las amenazas son varias, como los incendios provocados, la expansión de agricultura y la tala de madera, tanto de las comunidades como de las industrias, Estefanía Dahinten, ingeniera ambiental e integrante del Movimiento Ecológico Estudiantil, explica que la amenaza principal es la falta de planificación.“Aquí el uso del suelo va a como se dé. Cada persona que tiene un terreno, cada municipio y cada alcalde toman decisiones como quieren. Se pone el derecho privado sobre todo, pero eso trae problemas para todos”, dice Dahinten. Resalta que proyectos de reforestación locales, como Chico Mendes, pueden tener impactos positivos y que es necesario conocer las condiciones naturales del área. Muchos proyectos no preservan la diversidad natural de especies y terminan como monocultivos. “Hacemos pedazos los ecosistemas. El problema es que no concebimos que para la naturaleza todo está interconectado. El agua es lo que conecta todo. Una catedrática una vez dijo que como humanos deberíamos gestionar el territorio conforme al flujo de los ríos, y regirnos según las cuencas de agua”.