La pandemia ocasionó en la Antigua Guatemala mucha pobreza. El turismo extranjero se redujo totalmente y el nacional, hasta ahora llega a visitar, pero no a consumir, aseguran los artesanos y la demás gente que vivía del turismo en los alrededores de la ciudad colonial. El ruido de sus estómagos es muy alto y sus ingresos bajos. Ante el panorama desolador, Mayarí de León ha creado un programa de huertos familiares y otros que ayudan a mantener la esperanza viva.
Francelia Solano/ laCuerda
¿Qué extrañan de su vida antes de la pandemia? le preguntan los maestros a algunas niñas y niños que reciben lecciones en la Escuela de Arte Luis de Lión, en San Juan el Obispo (a tres kilómetros de la Antigua Guatemala). Uno extrañaba el helado de vainilla, otra una sheca de queso, pero Josefina* extraña el mar. Mayarí de León, quien dirige el proyecto educativo, pasó días pensando cómo llevarle la sensación del mar en medio de una des- esperanzadora pandemia y un encierro producido por la misma.
Luego de pensar tanto, se le ocurrió que quizás Josefina disfrutaría de la arena del mar y un coco. El maestro encargado del seguimiento de la pequeña lo llevó. Josefina pasó un día entero acariciando la arena, no era el mar, pero era la es- peranza de volver a él.
De León dirige varios proyectos que ayudan al desarrollo de la comunidad. Antes de la pandemia, tenía una biblioteca que recibía entre 400 y mil 500 niños mensualmente. En ésta recibían apoyo niñas y niños de preprimaria, primaria, básicos y diversificado con sus tareas. Con la pandemia, la biblioteca quedó vacía y los libros abandonados.
Sembrar esperanza
“Las primeras semanas (cuando comenzó la pandemia) no dormía”, dice De León al explicar que no sabía cómo mantener el contacto con las niñas y los niños y tampoco cómo gestionar fondos para ayudarles. Las familias y la niñez comenzaron a sufrir las consecuencias de la pandemia pronto: sin el turismo que caracteriza a la Antigua Guatemala, los artesanos quedaron sin trabajo, los que trabajaban en la capital fueron despedidos y los que vendían ropa no la podían comerciar.
El hambre llegaba, mientras la Covid-19 avanzaba y tomaba algunas vidas. De hecho, San Juan del Obispo fue totalmente cerrado por ser un lugar con sospechas de tener uno de los primeros casos comunitarios en el país. De León describe la llegada de la pandemia “como agua caliente cayendo sobre hielo”, deshaciendo todo a su paso.
Es por ello que la directora de este centro decidió apoyar a 10 familias para la creación de huertos familiares, para que pudieran producir su propia comida. En el área las personas se dedican al cultivo, pero lo hacen solamente de un producto. Con los huertos, ahora las familias pueden tener brócoli, cebolla, tomate, acelga, lechuga, frijol, maíz, rábano y papa. También les han enseñado a diversificar el espacio, sembrando en cajitas de leche y esto se ha replicado a familias cercanas a las personas favorecidas.
De León calcula que actualmente hay el triple de familias beneficiadas por la réplica de los huertos. Esto les ayuda a sobrevivir para poder minimizar el hambre. Para Mayarí de León, en esta aldea “la meta de esta pandemia es no morir hambre”.
El bosque de las memorias
Pero no morir de hambre no es el único reto, sino hacer que la desesperanza no se apodere de las personas. Es por eso que De León ha comenzado un ambicioso proyecto, sin saber cuándo se podrá concretar. Ella espera que las familias cuiden una ceiba para trasplantar en un terreno cuando termine la pandemia. La idea es hacer un “bosque de las memorias” donde las ceibas representen a las personas desaparecidas durante el conflicto armado interno. Este es un gesto significativo para Mayarí, ya que su papá, el escritor guatemalteco Luis de Lión fue secuestrado en 1984 y desde entonces no se sabe nada de él.
En 1962 Luis de Lión fundó la biblioteca que hoy ayuda a la niñez de esta comunidad. Mayarí cuenta que durante esa época, su papá gestionaba los lugares donde se debían guardar los libros, regularmente en diferentes casas, para evitar que el ejército los quemara, pues leer, educarse y cuestionarse estaba prohibido.
Después de 42 años, Mayarí de León, tomó las riendas de la biblioteca e hizo una escuela de arte en su casa, donde enseñan marimba a niñas y niños de escasos recursos y a quienes pueden pagar también.
Trasladar las clases a casa
Antes de la pandemia, Jorge* iba religiosamente a su clase de marimba. Ahora, en su casa alejada de todo, incluso de la señal de internet y telefonía, continuar ha sido difícil. Para su lección, Jorge viaja 25 minutos en bicicleta y utiliza los Q5 de saldo que su papá, que se quedó sin empleo, se esforzó para pagarle. Sin embargo, la recarga de internet no es suficiente para poder concluir la sesión.
Es complicado, confiesa De León, quien asegura que han intentado de todo para continuar las clases. Su voz se quiebra cuando habla de que para quienes asisten a sus programas, estos espacios significan un respiro de sus problemas familiares, una forma de distracción y un refugio que ahora no pueden tener frente a la violencia que muchos viven.
Pero tiene la esperanza de que todo cambie. Mientras, motiva a la niñez a seguir con lo que tanto le gusta, para que cuando todo esto termine, retomen la gira de conciertos de marimba por Centroamérica que se suspendió a raíz de la pandemia.
*Si desean ayudar a financiar las clases en línea de algunos niños del proyecto Luis de Lion, pueden comunicarse al teléfono 78306651.