Vanessa Belen Dorda

Ilustración: Ximena Rodas

Abordar la violación sexual como un punto aparte durante un conflicto armado es una forma de contribuir a la construcción de la memoria histórica y al recuerdo de aquellas víctimas y sobrevivientes que fueron silenciadas durante la construcción de su propia historia.

La violencia sexual constituye “el hecho supremo de la cultura patriarcal”; es una acción política que va a sintetizar la inferiorización de la mujer y la supremacía masculina (Lagarde, 1993). Las heridas físicas de la mayoría de las formas de conflicto son generalmente visibles, se pueden tratar y, al final, son olvidadas. Por el contrario, la violencia sexual puede causar no solo un daño físico sino interno. Las secuelas a nivel emocional que causan estos actos dejan una huella difícilmente borrable.

A lo largo de la historia, la posesión del cuerpo de la mujer ha sido una pieza central en los conflictos entre grupos humanos. En este camino que se produce de conquista al otro, las mujeres fueron establecidas como objetos al serles “enajenado” su poder de decisión sobre su cuerpo y la autonomía sobre su vida (Wolf, 2001).

La violencia sexual se caracteriza por ser la estructura de poder, “el uso y abuso del cuerpo de unos por otros” (Segato,  2003:23), siendo uno de los componentes de esta relación, “el impulso agresivo propio y característico del sujeto masculino hacia quien muestra los signos y gestos de la femineidad”.

En el marco del sistema patriarcal en el que nos encontramos sumergidos en la mayoría de países del mundo, la violación sexual sintetiza la sumisión de las mujeres y la supremacía masculina. En estos actos no se tiene como objetivo principal el placer que aportan, ni es resultado de una predisposición genética de los varones, sino que es una mera demostración de poder.

Además, la violación sexual se puede afirmar que ha sido una herramienta de dominación a lo largo de la historia, que tiene un impacto psicosocial no solo en las víctimas directas, sino en todo el colectivo femenino (Brownmiller, 1975).

Las guerras en general son escenarios donde se reafirma la sexualidad masculina basada en la fuerza y la violencia frente a los otros hombres de la compañía y se utiliza como forma de humillación hacia el grupo perpetrado.

La magistrada Elizabeth Odio, vicepresidenta del Tribunal Penal Internacional para la ex Yugoslavia entre 1993 y 1997, e integrante del Tribunal Penal Internacional, subraya que “la violación de las mujeres no es una consecuencia, más o menos inevitable o intrascendente, de un conflicto armado, sino que es una política aplicada sistemáticamente para la destrucción del grupo al que se quiere eliminar, además de a la propia víctima directa”1.

Para el estudio del motivo por el que se utiliza la violencia sexual como arma de guerra en los conflictos armados es necesario comprender que significado social y cultural obtiene la sexualidad y la relación de está con el cuerpo.

Para Foucault “la sexualidad es un constructo histórico para incorporar una dominación”. El aporte principal que Foucault realiza a través de la historia de la sexualidad es que las relaciones de poder van a actuar a través de dispositivos y mecanismos y por eso el poder se observa en todas partes.2

Lo valioso de estas interpretaciones realizadas sobre sexualidad, es que desvelan el proceso mediante el cual se construyen las relaciones de poder y afirman que la sexualidad no es un proceso meramente patológico, sino que es un proceso político; en donde el conjunto de las naciones a nivel global lo aplican de una determinada una forma para someter el cuerpo de las mujeres y como humillación.

De acuerdo con el análisis de los testimonios existentes3 , se estableció que entre 1981 y 1984, miembros del ejército de Guatemala realizaron masacres contra comunidades indígenas mayas, ejerciendo violencia sexual contra las mujeres; de hecho, casi en la totalidad de los casos referidos a las masacres, los declarantes manifestaron que los militares “violaron a las mujeres”. Entre los elementos que describen cómo se llevaron a cabo las violaciones sexuales contra mujeres en el contexto de las masacres, se identifican como más relevantes: la planificación; el hecho de dejar evidencias de la violencia sexual ejercida; y la extrema crueldad y ensañamiento, incluso con los cadáveres.

En este sentido, se dispone de testimonios en la CEH suministrados por miembros del ejército que confirman que la violación sexual constituyó una práctica habitual e incluso sistemática; en algunas ocasiones fue ordenada por los mandos superiores en forma previa al ingreso en las comunidades,  con  instrucciones  precisas acerca de la forma de perpetrarlas.

Las violaciones sexuales se cometieron dentro  de  un  contexto  de  dominación de un grupo sobre otro, el ejército tenía como principal objetivo el sometimiento, la humillación y la desaparición de las comunidades  indígenas.  La  violencia sexual  queda demostrada que se utilizaba durante  el  enfrentamiento  armado  en Guatemala como forma de humillación cultural y social a las comunidades indígenas, con el único objetivo de destruir la espina dorsal de las comunidades que eran las mujeres, ya que son las transmisoras de la cultura y las portadoras de las futuras generaciones.

 

 

 

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    1. Recogido en la página de la Asociación para la Justicia y Reconciliación AJR Centro para la Acción Legal en Derechos Humanos CALDH Colectivo Nosotras las Mujeres Centro Medios Independientes, 2013.
    2. Foucault, Michel. Historia de la sexualidad, 1- La voluntad del saber. Argentina, Siglo XXI, 2002, p. 71
    3. Guatemala memoria del silencio, Tomo III del informe de la comisión para el Esclarecimiento Histórico, Guatemala CEH. Informe REHMI. Memoria realizada por UNAMG y ECAP. (2012) Tejidos que lleva el alma: Memoria de las mujeres sobrevivientes de violación sexual durante el conflicto armado.

Fuentes consultadas:

*Brownmiller, S, (1975) Against our will: Men, women and rape, Simon & Schuster, New York.

*Lagarde, M. (1990) Los cautiverios de las mujeres: madresposas, monjas, putas, presas y locas, Universidad Nacional Autónoma de México, México.

*Wolf, E. (2001), Figurar El Poder. Ideologías de dominación y crisis, CIESAS, Tlapan.

*Segato, R. (2013) La guerra contra las mujeres (1ª edición). Tinta Limón, Argentina.