Francelia Solano / laCuerda

 

El gato está acostado sobre una silla en el rincón de la sala, mientras Ana María Rodas recita un fragmento de su libro Poemas de la izquierda erótica. Ella tiene 83 años, las energías de una adolescente de 15, y nos comparte la historia de su camino hacia el feminismo.

Es 1942 y la pequeña Ana María plancha su vestido con sus manitas antes de sentarse en el piso a jugar, tiene cinco años y así se despide de un patio lleno de niñas. Su familia ha decidido mudarse al callejón La Aurora en la ciudad de Guatemala, donde hay solamente niños. En su nueva casa ella pasa mucho tiempo sin salir a jugar y solamente se mantiene leyendo.

Un día se arma de valor y sale a preguntarle a los niños si puede estar con ellos. El grupo de chicos se queda callado, excepto uno quien le dice: “No jugamos con vos porque si te agachás se te ve el calzón”.

Ana María regresó a su casa pensando cómo solucionar el problema del vestido. En la noche, cuando llegó su mamá le dijo que quería que le regalara un pantalón para poder jugar en el piso sin lastimarse las rodillas. “En ese tiempo no había pantalones para niñas”, dice Ana María, quien tiene cinco libros publicados.

Al siguiente día su mamá, Ana Maria Pérez Lagomazzini, llegó con un pantalón de mezclilla gruesa. La pequeña no podía esperar a presumir que ahora podía jugar como cualquier otro niño y así fue, trepó árboles, jugó comic, capirucho, arrancacebollas e incluso a las peleas, que le dejaron un relieve en su nariz, que no duda en mostrar con orgullo y como fruto de su aventura al descubrirse a sí misma como feminista, sin saberlo.

Conociendo el feminismo

“Mi papá nos enseñaba pintura y mi mamá nos leía libros de adultos” agrega Ana María, mientras explica cómo fue formada con sentido crítico. Su papá, Ovidio Rodas Corzo, trabajó para el periódico El Imparcial. Ella también creció rodeada por las noticias y de hecho frecuentaba mucho la imprenta. “Cuando llegaba, me daba cuenta de que cuando hablaban de Ubico [Jorge Ubico, presidente de Guatemala de 1931 a 1944] lo hacían en voz bajita”, cuenta como anécdota.

Todo cambió cuando Juan José Arévalo, electo presidente luego de la Revolución de 1944, llegó al poder y su papá comenzó a trabajar para el Diario de Centroamérica. Fue allí cuando a los 13 años le pidió permiso para ir a trabajar al periódico. “Tenía mejor ortografía que los demás periodistas”, comenta, explicando que llegó a escribir pequeñas notas.

Justo en ese lugar llegó su segunda experiencia con el machismo. A esa edad miraba cómo algunos hombres se levantaban al balcón y comenzaban a decir “vení a ver ese culito”. Ella no entendía hasta que se dio cuenta que con “culitos” se referían a las mujeres “disponibles”, que cuando se convertían en las novias, dejaban de llamar de esa manera, aunque siempre con algo de desdén. Cuando eran esposas ya eran la señora de, señala. “Pero el nivel máximo de respeto ¿adivine qué era?”, dice con una risa escondida mientras responde: “las respetaban cuando eran mamás”.

Sin duda el periódico fue una gran escuela para Ana María Rodas, quien logró destacarse en un ambiente predominantemente masculino. De hecho, tenía relación estrecha con los cronistas deportivos, con quienes llegó a formar parte de la junta directiva de la federación de waterpolo -algo que no se miraba en esos tiempos- dice extendiendo su mano derecha y con voz de orgullo.

“Todas estas experiencias me llevaron a reflexionar sobre todas las libertades de los hombres y las restricciones para las mujeres”, apunta.

El parteaguas

En 1958 Rodas estaba casada y con tres hijas, pero a inicios de los sesenta se divorció. Esto llegó en una época de grandes cambios en la cultura, en la revolución musical con los Beatles y la guerra de Vietnam. Por supuesto, la época cuando las mujeres comenzaban a informarse, leer y cuestionar.

A diferencia de muchas feministas de entonces, Rodas no llegó al movimiento “con la francesa”, como le dice ella a Simone de Beauvoir sino con Shulamith Firestone, una escritora y feminista judía, estadounidense y canadiense. Ella fue una de las voces más importantes en el feminismo radical y en la segunda ola del movimiento. “Las mujeres vivíamos el feminismo, no nos juntábamos a hablar de él”.

Fue una época marcada por grandes cambios, también en la literatura guatemalteca en los setentas, por tres textos: 1) Los compañeros de Marco Antonio El Bolo Flores 2) La interpretación de María de Jorge Isaacs, en un tono burlesco por Dante Liano y 3) Poemas de la izquierda erótica de Ana María Rodas. Este último la hizo conocida fuera del país. Eran los setentas, para entonces una mujer hablando de las dos palabras prohibidas, causó revuelo en un país conservador, fuera de los círculos intelectuales de la época.

En pequeños detalles Rodas hacía revolución.

“Domingo 12 de septiembre. 1937 a las dos de la mañana: nací”, narra en voz alta la primera línea de su libro -era revolucionario decir esto, en una época en la que las mujeres escondían su edad- continúa leyendo:

De ahí mis hábitos nocturnos

y el amor a los fines de semana.

Me clasificaron: ¿Nena? Rosadito.

Boté el rosa hace mucho tiempo

y escogí el color que más me gusta

que son todos

Me acompañan tres hijas y dos perros:

lo que me queda de dos matrimonios.

Estudié porque no había remedio;

Afortunadamente lo he olvidado casi todo.

Tengo hígado, estómago, dos ovarios,

una matriz, corazón y cerebro, más accesorios.

Todo funciona en orden, por lo tanto,

rio, grito, insulto, lloro y hago el amor.

Y después lo cuento.

Cierra el libro rojo con sus manos con pliegues que le ha dejado la edad, agarra su té de jazmín y sigue contando, como siempre lo hizo.