A propósito de la presentación del libro Si vuelves y no estamos de Gabriela Miranda, Editorial Parutz, Guatemala, 2020

Melissa Cardoza / Honduras

Esta manera de no olvidar que tienen las poetas, repartida en la poesía para todas, como el pan y la dignidad, hacen que un poemario como éste nos vuelva a decir los propósitos que el oficio de escribir ha conquistado en la locura del mundo. Al menos uno de ellos:

No olvidar.

Entre las voces de las cosas, las madres, los hermanos y la poeta que busca sin cesar el gesto y la voz de los amados arrancados una noche de septiembre del sueño y de los sueños, hay un dolor tan grande que apenas pueda caber en la redondez de una vocal como un gemido.

Gabriela Miranda, de origen mexicano y andariega de esta Abya Yala, ha afilado estos textos para que no digan más de lo que ya sabemos, y tampoco menos, para que al leerlos todo ese mundo que anhelamos, no deje de mostrar la vileza que nos desgobierna, soportable por la ternura de criar a un hijo que no aguanta la injusticia ajena.

Cada poema le pertenece no sabemos si a Mario, a César, o a la novia que se gradúo en la ausencia de su amado que sería también maestro. ¿De quién es la poesía si está hecha del anhelo por la digna vida? Como las Madres de la Plaza de Mayo, tenemos las palabras de este poemario en el pecho, imágenes a mano de los que no han vuelto a casa, el grito de las consignas, los pasos recorridos para dar con ellos y con aquellos que taparon el sol con un dedo en ese tiempo de lluvias.

El monte huele bien cuando se prepara la tierra y alimentar es un acto de valentía en estos sitios tan llenos de sangre joven derramada, porque sólo reditúa la muerte en los caminos de ese México tan querido, en estos septiembres que lucen verdes, blancos, rojos y a gritos. Pero hemos perdido milpas, rutas y olfatos, cariños y placeres del dolor que no cesa por los 43 normalistas desaparecidos. En Ayotzi hay 43 sillas que les esperan.

Gabriela Miranda García tiene vocación por la palabra que va puliendo como en un bordado pequeño para el bolso que contiene seguro un libro y unas llaves, una libreta con versos. Ha hecho de estos poemas llamadas para que nunca sea posible acostumbrarse a la desmemoria y la injusticia, que apestan el  terso aroma de la dicha común. No son estridentes, no lo necesitan, la poeta usa las diarias palabras enlazadas con el hilo de las lágrimas de la rabia y la nostalgia de quienes a ella le faltan.

Ni perdón ni olvido

En los textos se siente el latido de una calle que les vio pasar porque eran jóvenes, vigorosos y luchadores. El verso entonces les hace homenaje y junto a la simple vida diaria de tazas humeantes y gallos cantadores, planta una y otra vez que vivos se los llevaron y vivos los queremos.

Estos que no llevan mi sangre pero sí mis huesos

(y los huesos se quedan después de la sangre),

son mi madre y mis hermanos, el abuelo que soñé,

son mi casa, cama y mesa.

Todo en este texto es quizás demasiado íntimo, todo se lee como bajito, cercano, se respira apretado y su modo de decir es silente como un ojo de huracán. Talvez porque lo más duro crece desde ahí.

¿Qué es esta pesadilla? Se pregunta la poeta, porque no hay modo alguno que entendamos, porque el entendimiento sería aceptar. En la poesía por 43 desaparecidos no hay ni una sola letra de comprensión porque cuenta de vientres y recién nacidos, de maíz tierno, de botas que aplastan la vida. No es entender ni aceptar.

43 partes que no encuentran su sitio, el texto de Gaby, repartido como quien hace bocados de tortilla para alimentar niñas y niños, no son esperanza. Nombran de una vez ese incansable dolor que se acumula en los huesos como el más desalmado frío, y lo que nos mantiene vivas por el anhelo de que un día vuelvan con la paz entre sus manos y nos quiten de una vez este insomnio. O será más bien que como Gabriela, somos nosotras y nosotros quienes les debemos las palabras, explicar qué ha sido desde entonces esperarles y por qué esta lista de preguntas, tan terrestres como la de la poeta ¿Comiste?

Llena de justicia, la palabra de Gabriela en Si vuelves y no estamos reúne una síntesis en sus verbos y sustantivos, nombra qué roto está el tiempo en el que vivimos una historia de jóvenes raptados por gendarmes; de banqueros que matan a campesinas, de maestros limpios de delitos que faltan a sus alumnos aún no nacidos, de esta Mesoamérica tan umbilical y siniestra que nos hace andar entre escombros y entusiasmos.

Y entonces, sin ellos, con Gabriela y con todas las demás que tenemos vocación para la memoria, contamos de nuevo… uno, dos…tres … 43 … ¡nos faltan 43!