verónica sajbin y Maya Alvarado/laCuerda

 

En el marco de la pandemia de la Covid-19, el temor a la muerte es continuo. Para las familias de personas fallecidas por esta enfermedad, el duelo ha sido trastocado por las medidas sanitarias que no son parte de los rituales acostumbrados en ninguna cultura.

Por todo esto y por las muertes inesperadas por accidentes o por los hechos constantes de violencia que han acabado con la vida de mujeres, niñez, juventud, y liderazgos principalmente de los pueblos mayas, abordamos el tema al menos desde tres perspectivas: 1) Explorar los diferentes significados en los pueblos originarios, principalmente los que habitamos Iximulew 2) Las alteraciones que supone la muerte inesperada, la violencia en la muerte y la “no muerte” 3)  La necesidad de descolonizar el sentido de la muerte.

Un elemento común a las diferentes cosmovisiones es la expectativa de reencuentro con quien se ha ido, sea cual sea la causa. Intentamos aproximarnos a la explicación de cómo se genera o trastoca esa expectativa, según las distintas circunstancias.

Significado, sentidos y rituales de muerte desde diferentes cosmovisiones del mundo y pueblos originarios de Iximulew

Las diferentes culturas que habitan el planeta tienen una interpretación propia de la muerte, y ésta se refleja en los rituales que prevalecen para honrar a la persona que muere, cambia de dimensión o se transforma. Lo primero es comprender que la muerte es un hecho continuo en la vida, en nuestro propio cuerpo, siempre algo está muriendo.

En la cosmovisión maya, vida y muerte no son una dicotomía ni una ruptura. Ambos mundos permanecen conectados y están integrados. Quienes quedamos nos seguimos comunicando con nuestros difuntos, a quienes se les honra y respeta, incluso más que cuando vivían, pues han pasado por Xib’alb’á o inframundo, y el haber estado ahí significa que han adquirido mayor conocimiento del que tenían en vida, pero siguen entre nosotras. La noción de esa dimensión paralela, facilita la conexión. Las personas difuntas se convierten en ancestras y ancestros. Según el calendario maya, el mejor día para lograr conexión es el día Kame, nawual de la muerte, y también está el día Ajmaq, especial para la conexión con las y los abuelos.

La muerte se plantea como el único evento seguro que experimentaremos. Contrario a la tradición cristiana, en la cosmovisión maya lo sagrado está en el interior de la tierra, donde dejamos los cuerpos de quienes mueren, de ahí surge la vida, no en el cielo.

Los sueños son un mecanismo de comunicación por medio del cual puede haber diálogo con las personas difuntas. Las personas nacidas en el nawual Ajmaq tienen la habilidad de interpretarlos y descifrar los mensajes. También existen posibilidades de seguir compartiendo, dejando comida o bebida –boj– a las personas difuntas.

En el Popol Vuh, Hunajpu e Ixbalanqué deciden cómo morir y al hacerlo, se transforman. Ello tiene un significado vital  pues mantiene la posibilidad de lazo con quienes viven.

La tradición de los barriletes que se alzan principalmente en noviembre, proviene de la cosmovisión maya, en la cual niñas y niños deben hacerlos y volarlos para desarrollar su claridad. Es en la infancia cuando hay mejores posibilidades de comunicarse con las abuelas y abuelos.

Adornar los cementerios implica que todas las personas, tengamos las creencias que tengamos, de alguna manera nos demos el espacio de convivencia con la muerte. En cualquier día de fiesta, siempre se recuerda a quienes partieron y se les deja su comida y su licor, o en un altar. Si prevalece el dolor por la pérdida, se cree que es posiblemente por lo inconcluso, lo inesperado, en este sentido, existe la posibilidad de decir “lo siento”.

Con respecto al cuerpo de la persona fallecida, en la cosmovisión maya es importante que mantenga cerca su indumentaria, sus herramientas de trabajo y algunos utensilios personales.

Varios animales tienen significados vinculados con la muerte, tales como los perros que ayudan a transportar; los búhos como anunciadores y los colibrís como comunicadores permanentes. Incluso algunos tipos de moscas e insectos se constituyen en portadores de mensajes.

Otras prácticas culturales sobre la muerte

Otras culturas alrededor del mundo también tienen interpretaciones sobre la muerte que no suponen una ruptura con quienes permanecen vivos. Además de elementos similares a la cosmovisión maya, como compartir, incorporan bailes y cantos al ritual de despedida para quienes han cambiado de dimensión, esto en las culturas africanas. Por su lado, en las cosmovisiones orientales, la divinidad no está fuera de lo humano, sino lo habita y la persona fallecida debe buscar la fusión con la plenitud, aluden a la superación de metas para liberarse del Karma.

El cuerpo es central en todas las cosmovisiones pues es en él es donde la muerte habita y se convierte en realidad. El cuerpo de la persona fallecida posibilita el espacio social para el duelo. Algunas cosmovisiones orientales encuentran en el fuego un ritual funerario con el que se elabora el duelo, esto también sucede en las culturas nórdicas ancestrales.

En algunas comunidades africanas, las palabras utilizadas para nombrar la muerte se refieren a un espacio físico de encuentro: “la gente va a la muerte”, “va a llorar la muerte”. Sea cual sea la creencia, los rituales, ayudan a quienes quedan, a ubicar a la persona muerta en su nueva dimensión. Esos rituales también establecen la nueva forma de relación con la energía de quien se ha ido.

Antes de la instauración del cristianismo, también los pueblos occidentales tenían sus cosmovisiones de continuidad, sus rituales de “viaje”, sus referencias históricas y multiplicidad de deidades, todo borrado por la imposición de un solo dios, masculino, salvador y proveedor de “vida eterna”, lo cual distorsiona el cambio en la relación con las personas fallecidas.

Todo este cúmulo de interpretaciones sobre la muerte, provee de referentes y símbolos de continuidad y resistencia que nutren la historia y son memoria de experiencias personales, colectivas, familiares, comunitarias.

Lo cierto es que cualquier cosmovisión que tiene al centro el cuidado de la vida, abarca en su estructura el cuidado de la muerte como parte del ciclo vital que hace posible la dignidad y continuidad.

Muerte inesperada, violencia en la muerte y «no muerte»

La muerte inesperada por causa de accidentes o enfermedades en edades tempranas, así como las muertes por hambre y empobrecimiento, son responsabilidad de las lógicas de acumulación y despojo de los poderes económicos a nivel global.

Las violencias que enfrentamos las mujeres, las personas disidentes sexuales, la niñez, las comunidades y liderazgos que defienden la vida y los territorios, también distorsionan los procesos integradores de la muerte como continuidad del ciclo vital, pues supone un desequilibrio para su comprensión y aceptación. La violencia en la vida y en las relaciones sociales ha matado físicamente a personas y ha dificultado el vínculo armonioso. Ha alterado los rituales necesarios para cumplir los ciclos vitales de sanación y continuidad.

En cuanto a quien fallece inesperadamente, por violencia u otra causa, el “susto” y el miedo como parte de su expiración, confunde y perturba su energía al momento de partir.

En la guerra contrasubversiva, las comunidades golpeadas por el terrorismo de Estado enfrentaron la muerte desde formas brutales, con una exacerbación de la violencia racista, sexista y genocida. Toda esa angustia, dolor y energía alterada ha sido poco o nada trabajada por los movimientos sociales, elemento clave para lograr la articulación. Por eso, la negación de la memoria tiene impacto en toda la sociedad, incluida la niñez y juventud que no vivió esos hechos. Más allá de las posibilidades de justicia, existe la necesidad de rituales que dignifiquen la muerte de las personas masacradas y hagan posible honrar sus memorias, y equilibrar nuestra relación con ellas y ellos.

La “no muerte”

Como dijimos, los cuerpos son los espacios donde habita la vida y en su momento, al recorrer su tiempo, esos cuerpos plurales en formas, colores, capacidades de resistencias o debilidades, son habitados también por la muerte y con ello, el inicio de la nueva forma de vínculo. Al no existir el cuerpo habitado por la muerte, queda en suspenso el ciclo vital, se interrumpe el vínculo porque la muerte ha sido arrebatada. Se altera la emoción porque se requiere mantener la presencia de la persona ausente.

La Desaparición Forzada hiere los sentidos humanos y culturales, necesarios para asumir la muerte como parte del ciclo vital. Sin ella se dificulta comprender el cambio de relación con quienes ya no vemos, incluso con quienes nunca vimos pero son parte de nuestro ADN molecular y de memoria.

Por eso la Desaparición Forzada es un crimen ambiguo, de incertidumbre, de arrebato de dignidad. Una ausencia sin despedida, sin hallazgo; una hiperpresencia de esa ausencia; un diálogo inacabado y sin posibilidad de continuidad; un perturbador ruido de campana cascada en el silencio. No hay duelo, y no puede haber despedida. Solo imágenes de un lazo de vida sin muerte.

Con la desaparición forzada hay una necesidad de vida y también de muerte, de cuerpo para ser habitado por ella, de despedida con cantos, sonidos bailes y hasta llanto profundo, derramado a gritos, porque la muerte requiere de presencia para proveer los rituales de conexión que dan alivio.

La necesidad de descolonizar el sentido de la muerte

Descolonizar la muerte implica desmontar la idea dicotómica y binaria vida/muerte. La colonialidad, de la mano del pensamiento religioso impuesto a sangre y fuego, y hoy asumido con docilidad por buena parte de la sociedad, ha construido la muerte como un acontecimiento apocalíptico del que solo se salvarán de “las llamas del infierno” quienes bajen la cabeza, cumplan los mandatos sociales y teman al “castigo eterno”, entre otras cosas.

Muchas personas de pueblos originarios, pero principalmente ladinas, mestizas, urbanas de la sociedad, aprendimos a relacionarnos con la muerte desde el miedo. Quienes profesan alguna religión crecieron con el miedo a que cualquier acción u omisión fuera un “pecado”. Pero llama la atención que hay pecados como la “avaricia” que provoca la acumulación desmedida de riquezas, pero no tiene tanto peso para los liderazgos religiosos, mientras abunde el diezmo o la limosna. Los crímenes cometidos por genocidas, tampoco parecen tan graves. Con unos cuantos golpes de pecho, oraciones, ayunos o turnos en las procesiones, cualquier cosa es perdonada.

Si desde la lógica occidental, la muerte implica una escisión del ciclo vital, esto, explica de alguna manera la desesperanza y dolor que deja la violencia como causa de muerte.

En estas reflexiones también es importante colocar las interpretaciones de las  personas ateas y librepensadoras, para quienes la muerte es el hecho que hace posible la transformación de la materia, y por tanto la continuidad de la vida en otras formas. No existe la angustia judeocristiana de la culpa, y el duelo implica la necesidad de conectar  con la energía que habitaba el cuerpo convertido en materia. Cuerpo que nos engendró, nos proveyó de alimentos, nos cuido, besó y abrazó. También con los cuerpos de quienes han ido formando parte de nuestro tejido afectivo, de amistad y hermandad, cuerpos con los que compartimos la vida y los placeres.

Por todo esto, descolonizar la idea de la muerte nos parece una acción política que asumimos como feministas, desde nuestra pluralidad como pueblos, cosmovisiones, edades y sexualidades.