El acoso sexual callejero es una realidad que diariamente afecta a niñas, adolescentes y mujeres cisgénero en Guatemala. Es un tipo de abuso que invade en el bienestar, la intimidad y la salud de las víctimas, y les violenta en su derecho de poder moverse en los espacios públicos libres de violencia. Aun así, Guatemala sigue sin una ley que lo sancione como delito.

El acoso es violencia. Es psicológica y sexual, aunque no se trata de deseo ni de placer. Se trata de manifestaciones de desigualdad, donde personas de un grupo ejercen poder sobre otro que está en condición de desventaja. Entrevistamos a dos personas trans: una mujer y un hombre, para explicar el acoso callejero sexual desde su óptica. Desde la experiencia de dos personas que en su transición han tenido oportunidad de moverse entre la condición de vulnerabilidad y el privilegio del poder.

Francelia Solano y Pía Flores / laCuerda

 

Miedo y sexualización

Lola Vásquez, mujer trans, ha sufrido acoso callejero en muchas ocasiones. Asegura que dos son los problemas más grandes que sufre al estar en espacios públicos: la hipersexualización y el miedo a que un hombre que la acose en la calle, descubra que es una mujer trans y le agreda.

Sobre el primer tema, Vásquez explica que en Guatemala “hay un imaginario social de hipersexualización, es decir, nos ligan inmediatamente al trabajo sexual. Ven una mujer trans y no ven otra cosa más que prostitución y sexo. Además, los hombres asumen que buscamos sexo”. Es por ello que los espacios públicos suelen ser más hostiles para ella y sus compañeras trans.

La mayor parte del acoso que sufre Lola Vásquez es en el transporte. Cuando sale y maneja su moto, cuenta que la acosan desde otras motos y muchas veces, hasta la persiguen para pedirle su número telefónico. Si pide un Uber tampoco escapa a los comentarios incómodos y la situación es aún peor si decide movilizarse en transporte público.

“Como viajo seguido al interior del país, he sufrido mucho acoso en los buses, incluso en buses tipo pullman. En ocasiones, en viajes nocturnos, he logrado percatarme que los que van a la par mía se están masturbando. Y digo “los” porque me ha pasado alrededor de 3 o 4 veces”. En una ocasión, cuenta Vásquez, iba en un viaje durante la noche y se despertó al sentir que un hombre le eyaculó encima. Lo que más le causa impotencia es no poder denunciarlo. “He tenido acoso y los hombres no se percatan que soy mujer trans”, comenta Lola y explica que le da miedo contestar por temor a que descubran que es una mujer trans y termine en una agresión física.

Un cambio gradual

En una etapa de su vida Vásquez no sufrió acoso sexual: antes de la transición, cuando aún tenía apariencia masculina. Recuerda que mientras caminaba por la calle no sentía miedo, no pensaba en el horario para salir y tampoco le tocaba meditar con qué ropa era más vulnerable. Tan solo caminaba, existía y podía decidir una ruta u otra sin pensar en aquel grupo de acosadores.

A medida que se fue feminizando se dio cuenta que entre más avanzaba la transición, más aumentaba el acoso. Se dio cuenta que ponerse una falda le hacía vulnerable, caminar sola o tomar el bus ya no eran actividades que podía hacer sin pensar en lo que le iba a suceder.

“Miro los privilegios que tiene un hombre y el hecho de salir tranquilo a la calle es uno de ellos. Lo digo porque cuando comencé la transición pude notar la preocupación de mi familia, amigas y novio, y mi preocupación al ver a lo que me afrontaba”, comenta.

Evadir el acoso sexual

Lola Vásquez es consciente que como mujer trans es más propensa a sufrir acoso, por eso se impuso un listado de reglas básicas para evitarlo lo más posible.  Si le toca ir sola, trata de evitar los escotes, faldas y shorts. “No sé por qué los hombres creen que la forma de vestir es una invitación hacia nuestros cuerpos”, cuenta. Además, siempre camina en calles transitadas y con iluminación. Si hay un grupo de hombres, cambia de banqueta y si sale sola en la moto, toma rutas con tráfico.

También tiene una regla esencial: si sale de noche, pide Uber y procura compartir el viaje con su pareja o con una amiga. Con precauciones como estas es fácil darse cuenta que el acoso callejero limita la libertad de locomoción de las personas que son mujeres, mujeres trans o quienes tienen actitudes relacionadas con lo femenino.

El problema continúa ahí, aunque Vásquez no camine bajo la oscuridad, aunque se vista holgado o tome todas las precauciones, es ella quien continúa limitando su libertad de vestirse y caminar por donde quiera, para evitar que un par de hombres en un espacio público puedan, con toda libertad, acosar, intimidar y perseguirla a ella y a sus demás compañeras trans.

Privilegios y masculinidades tóxicas

Hace un año Gabriel Matías cumplió un sueño. Con el apoyo de su familia pudo realizarse una mastectomía completa. Luego de años de envolver su pecho en micropore, que aparte de ser incómodo lastimaba su piel, fue un paso decisivo para tener el cuerpo que corresponde a su identidad a los 23 años. “Era como quitarme unas cadenas”, dice y resalta que desde entonces inició la etapa más feliz de su vida.

La transición no es solo adecuar la apariencia y obtener el cuerpo. “Entrar al mundo masculino”, como lo describe Matías, implica una dinámica constante entre lo psicológico, lo físico y lo social, según su experiencia. Conforme avanzaba su tratamiento hormonal, socialmente su cuerpo y su apariencia física gradualmente se reconocían como masculinos. Eso significó que poco a poco se fue ganando el privilegio, que menciona Lola Vásquez, de poder moverse en los espacios públicos libre del acoso sexual, él que vivía antes desde el cuerpo femenino. “Me doy cuenta de que ya no me da miedo estar en la calle en la noche. Recuerdo cuando mi apariencia encajaba en lo femenino, los chiflidos, los comentarios y esa sensación de que alguien me iba a tocar, por ejemplo en los buses, y de tratar de no caminar sola porque alguien me podía atacar y violar.”

Hubo una época, cuando comenzó su transición, que su apariencia era de una mujer masculina y el acoso cambió a comentarios humillantes, burlas, pero siempre con tonos sexuales. Hasta finalmente desaparecer, con su feminidad, tanto que casi llega a olvidar a veces la ansiedad de persecución constante.

Pero existe un miedo que nunca se va. Ahora Matías pasa desapercibido en la calle, pero siempre tiene miedo a que algún día alguien se de cuenta que es hombre trans y que será víctima de un crimen de odio. En este punto los caminos de transición de Vázquez y Matías se cruzan.“Aún me pueden violar, este miedo sigue. Y que lo van a hacer con saña porque ‘¿cómo te atrevés a creer que sos uno de nosotros?’. Existe esa aberración a lo que no es masculino”, dice.

Solo en los primeros nueve meses de 2020 se registraron 15 asesinatos de personas LGBTIQ en Guatemala. Es un riesgo latente que Matías trata de manejar, acordándose de lo mucho que ha logrado ya en transición. Se enfoca en hacerse responsable de su existencia, de quién es, qué siente y qué vive, y de aprender de sus sentimientos, para vivir. Aunque a veces cuesta. Goza del privilegio de una familia que lo ha apoyado y acompañado en todo. Al mismo tiempo, resalta que está en un momento de mucha introspección y reflexión, sobre sus propios procesos y qué implica vivir como un ser masculino. “Cambiar el cuerpo, no cambia tus inseguridades y miedos”, comparte Matías.

Un choque cultural

Al ser reconocido socialmente como hombre y comenzar a moverse en el mundo como tal, Matías pudo observar desde adentro, cómo funcionan las dinámicas de masculinidad tóxica, en las que se basaba su privilegio recién adquirido. Se sentía a veces como un “infiltrado”, y la presión implícita de seguir ciertos patrones para no ser cuestionado en su masculinidad. “Noté que siempre hay una competencia constante para ser él más hombre. Una lucha primitiva. He de reconocer que yo también me he visto entrar en estos jueguitos. Por ejemplo, si algo amenaza tu hombría, tratas de inflarte. Te pones chistosito o sigues algún chiste. Luego viene la culpa. ¿Por qué no pude pararlo si yo sé cómo es estar del otro lado?”, explica.

Siempre supo que era hombre y durante mucho tiempo se enfocó en transicionar para pertenecer socialmente al mundo masculino. Pero nunca se había detenido a cuestionarse “qué tipo de hombre quiero ser” y qué implicaba serlo. Fue en este momento que se confrontó con su propia masculinidad y las inseguridades que aún le persiguen.

Le genera ansiedad que, al cuestionar la cultura machista, otros hombres podrían interpelar por qué él no se comporta como los demás. Si alguien se enterara que es hombre trans, insinuaría que es porque no es un ‘verdadero’ hombre, igual como se hace aludiendo a que un hombre es ‘gay’, por no cumplir con los estereotipos de género. Aún en el mundo masculino, Matías siente que tiene que luchar para defender su masculinidad.

“Yo no sé qué es levantarme por las mañanas y tener los genitales que yo quiero. Es como que el hecho de que no poseo un aparato reproductor masculino hace que no pertenezca. Es un dolor profundo que estoy en proceso de tratar. Es el miedo internalizado a no pertenecer, entonces activa algo en mí, porque no quiero convertirme en un foco de atención o de burla”.

Masculinidades positivas

En la experiencia de Gabriel Matías, son pocos los hombres que verbalizan estas dinámicas de poder. Se dejan llevar por el ‘macho alfa’ y solo lo hacen, igual como hizo él. Cree que muchos ni siquiera se dan cuenta o no lo perciben como algo malo porque siempre fue así. “Ellos vieron a sus papás ser así, y a sus abuelos, como si fuera normal”, señala. Tampoco los quiere justificar. Considera necesario que los hombres, cisgénero y trans, asuman la responsabilidad de romper estos patrones.

Especialmente el acoso sexual callejero. Él no ha participado en el acoso, pero es común observarlo en el espacio público y considera que la única manera de cambiarlo es denunciarlo en el momento, como forma de concientización y de ‘desarmar’ las masculinidades tóxicas. Asegura que existen hombres con masculinidades sanas que lo hacen y que tiene la expectativa de que cada día sean más. “Requiere valor, ser esta persona que esté dispuesta a perder el miedo y denunciar estas cosas. Solo falta que uno se atreva a hacerlo y más lo van a seguir, pero yo no he logrado hacerlo todavía. Aún estoy aprendiendo”.

Existe una complicidad implícita en él, dice Matías, hasta que aprenda a confiar en su masculinidad, independientemente del aval de la sociedad que tantos años luchó por obtener. Es un proceso que está dispuesto a llevar. “Yo he estado al otro lado, lo he sentido. Esta conducta tóxica hace que las mujeres tengan miedo. Las usan a ellas, a su integridad, para inflarse a sí mismos. A mí me agrada entrar al mundo masculino, pero hay que aprender a denunciar esta conducta”, concluye.