Francelia Solano / laCuerda

Ilustración: Mercedes Cabrera

Llegar a los 60 años para algunas personas es sinónimo de descansar, disfrutar el retiro y gozar luego del trabajo de una vida. Para algunas mujeres menos privilegiadas de clase media o baja significa llegar a la edad de la segunda maternidad, cuando deben hacerse cargo de las y los nietos. Para algunas puede ser opcional, para otras, una forma de subsistencia.

Marta* tiene 60 años y voluntariamente se ofreció a cuidar a su nieto por las mañanas para que su hija pueda trabajar como maestra. Cuenta que le genera satisfacción ver a su nieto crecer pero que después de unas horas, la tarea suele ser un poco agotadora. A la hora de la siesta ambos descansan.

Antes de la pandemia, la rutina se cumplía religiosamente. El pequeño iba al colegio, al regreso ella lo recibía con comida y le cuidaba mientras llegaba su hija de vuelta. El trabajo no es remunerado, pero para ella la ganancia es tener de cerca a su nieto. La ventaja que tiene Marta frente a muchas abuelas niñeras, es que las condiciones las pone ella, pues no depende económicamente de su hija. Al estar en su casa, ella también puede decir si hacer o no las tareas del hogar, además de que cuida solamente a un menor.

Esclavizadas…

No todas las abuelas niñeras tienen posibilidades de negociación como Marta. La doctora Luisa Charnaud, quien ha seguido de cerca las condiciones de las adultas mayores desde una perspectiva feminista, cuenta que muchas abuelas son prácticamente esclavizadas.

Existen muchas a quienes les imponen el cuidado de dos o más nietos. Charnaud pone como ejemplo la historia de una mujer de 70 años, con enfermedades como diabetes o hipertensión, que además cuida a sus seis nietos. En casos como éste, el abuelazgo no se disfruta y muchas veces la mujer termina perdiendo su paciencia por completo, presentando actitudes de desesperación y enojo, que no solo repercuten en ella, sino también en sus nietos.  “Hay mucha frustración”, concluye Charnaud.

En otros casos, las abuelas no solamente son las encargadas del cuidado de sus nietas/os, sino también de la limpieza del hogar. A los 60 años o más, las energías no son suficientes para el cuidado de muchas niñas y niños, ni de mucha limpieza, pero en un sinfín de ocasiones las abuelas no tienen más que ceder, pues dependen económicamente de sus hijas o hijos.

Pero el problema no nace de “madres o padres desconsiderados” como suele pensarse, sino de la falta de recursos. Charnaud opina que cuando hay suficiente dinero, se puede pagar a alguien que haga la limpieza, para que la abuela solamente cuide o supervise. Pero ese no es el caso de la gente con ingresos paupérrimos como los de Guatemala. Así que muchas familias trabajadoras deben buscar alguna solución a su problema inmediato.

Disfrutar el abuelazgo

Con la madurez de los años y con las experiencias aprendidas de la vida, disfrutar de un ser tan pequeño es sin duda un privilegio, cuando es voluntario. Así como la maternidad deseada es una linda experiencia, el cuidado desde el abuelazgo también lo es cuando es deseado.

La doctora Charnaud recomienda que si no hay alternativas ni recursos, se de una negociación en las familias; explica que se puede ceder en temas como la limpieza en el hogar, por ejemplo. O se cuida o se hacen las camas, ambas no.

Estos acuerdos podrían contribuir a disminuir la carga de las abuelas. Sin embargo, la verdadera solución al problema podría encontrase en una restructuración desde el Estado, estableciendo guarderías para que la niñez reciba cuidado mientras sus madres y padres están trabajando.

La Secretaría de Bienestar Social (SBS) cuenta con Centros de Atención Integral que cumplen esta función para niñas y niños de entre seis a ocho años de edad. Según la SBS, el programa beneficia con el “cuidado diario, gratuito y responsable, de hijos e hijas de padres y madres trabajadoras, mientras se desempeñan en su jornada laboral”. También ejecuta el programa de Reforzamiento Escolar y Prevención de la Callejización, donde extienden el cuidado hasta los 12 años.

Aunque es un paso importante, no es suficiente. En todo el país hay 41 de estos programas, pero 15 se concentran en el departamento de Guatemala. Además actualmente, debido a la pandemia, permanecen cerrados.