Francelia Solano y Pia Flores / laCuerda

Según el Observatorio de las Mujeres del Ministerio Público (MP) sólo el 24 por ciento de las denuncias de violencia contra las mujeres, realizadas ante esta institución, ingresan al sistema de justicia. Sin embargo, no significa que todos los casos obtengan sentencia condenatoria, el Observatorio reporta que ese porcentaje “ya fue solucionado en el sistema de justicia” pero es de destacar que en ese dato se incluyen casos que resultaron con sentencias absolutorias, otros desestimados, sobreseídos, archivados o remitidos a algún juzgado.

Las cifras dejan en evidencia que la gran mayoría de casos de violencia contra las mujeres siquiera “se solucionan” en el sistema de justicia, queda en la ambigüedad de la información otorgada por el MP qué sucede con el 76 por ciento restante de denuncias que ingresan. ¿Se estancan los casos?, ¿se pierden en vericuetos administrativos?, ¿permanecen largos meses en espera de los tiempos judiciales? Según Dorotea Gómez, Defensora de la Mujer de la Procuraduría de los Derechos Humanos (PDH), esta instancia ha recibido casos donde se ingresó la denuncia en 2017 y la agraviada tuvo que esperar hasta 2020 para asistir a una audiencia.

La impunidad tiene una raíz: las fiscalías que reciben denuncias de violencia contra las mujeres (que incluyen niñez y adolescencia) están sobrecargadas de trabajo. Durante el 2020 se recogieron en promedio 202 denuncias diarias de violencia cometida contra la niñez y las mujeres, lo cual representa 33 por ciento del total de las que ingresan al MP. Se reportaron 388 femicidios (1 por ciento); 51 mil 184 casos de violencia contra las mujeres (71 por ciento), de los cuáles 41 por ciento (27 mil 969) correspondieron a violencia psicológica y 27 por ciento (18 mil 826) a violencia física; y 149 denuncias por violencia económica, la menos denunciada. Además, fueron reportados 6 mil 732 casos de violación sexual a mujeres, lo que representa 9 por ciento de las denuncias sobre mujeres y niñez, así como 3 mil 406 de agresión sexual (4 por ciento).

En una visita de la PDH a estas fiscalías se identificó que cada auxiliar fiscal tiene un promedio de entre mil 500 y 2 mil casos que investigar al mismo tiempo y deben dar seguimiento a distintos delitos: violencia contra las mujeres, femicidios, alertas Alba-Keneth e Isabel-Claudina. Gómez comenta que recomendó que se pusiera más personal a cargo de estas fiscalías, sin embargo el MP adujo que no había presupuesto.

A su vez, la PDH encontró otras deficiencias o anomalías en el servicio que el MP brinda a las mujeres. Una de las más graves consiste en la renuencia a recibir las denuncias con argumentos violatorios de sus derechos. Uno de los casos paradigmáticos de 2020 fue el de una mujer que vivió una situación de acoso y agresión sexual durante la pandemia, en el transporte de la empresa para la que labora. El chofer la amenazó con violarla si no le tocaba las partes íntimas, sin embargo, cuando ella fue a denunciar al MP, le aseguraron que no podían recibir la denuncia pues la violación no se concretó.

En 2017 el Comité de la Convención sobre la Eliminación de toda Forma de Discriminación contra la Mujer (CEDAW siglas en inglés) emitió las observaciones finales con relación a la discriminación y la violencia contra las mujeres, al acceso a la justicia, así como a la salud materna. En febrero de 2020 la PDH realizó un informe sobre el cumplimiento del Estado en torno a dichas observaciones y determinó que lejos de mejorar, los datos indican que la situación de violencia contra las mujeres y niñas ha empeorado.

Prevención de la Violencia contra las Mujeres desde la Cosmovisión Maya

Verónica Sajbin / laCuerda

La Cosmovisión Maya representa una forma de conocimiento distinta a la del sistema predominante en la actualidad, y puede ser iluminador conocer los esfuerzos que se realizan a partir de esta perspectiva para interpretar y establecer mecanismos para la convivencia humana. En este sentido, quiero referirme a tres documentos (seguramente hay más) que proponen la prevención de la violencia contra las mujeres desde la Cosmovisión Maya.

Uno de ellos es el conocimiento sistematizado por la Asociación Pop Noj, a través de una publicación del año 2009, titulada Prevención de la violencia contra las mujeres desde la Cosmovisión Maya. Recuperar y promover los principios, valores y prácticas de la cultura Maya es prevenir la violencia. De este documento quiero hacer énfasis sobre lo que nos dice de la sabiduría en los nawales para la prevención de la violencia, partiendo de que la Cosmovisión Maya, en este caso kaqchikel, cimienta una educación que toma conciencia de la sincronización que debe haber entre el vivir de cada día con la energía del tiempo, en los diferentes ciclos, y la búsqueda constante del equilibrio y la armonía entre el cosmos, la naturaleza y las personas. En ese sentido, cito: “Cuando los nawales o energías de las personas son orientadas y equilibradas, se da una mejor convivencia entre las personas y sobre todo en el matrimonio. Los 20 nawales en la cosmovisión maya son los 20 caracteres que definen la personalidad y potencialidades de las personas, mujeres y hombres. Influyen en el desenvolvimiento individual y social de la persona. Su influencia en algunas personas es más intensa y en otras menos, según sea el nivel de su energía. Conocer los nawales ayuda a auto descubrirse para corregir los antivalores y fortalecer los valores”.

La otra publicación a la que quiero hacer referencia es la realizada en 2007 por la Asociación de Mujeres Petén Ixqik, titulada Manual de atención de casos de violencia de género por medio del derecho indígena. De ésta lo que quiero resaltar es el capítulo tres que trata sobre (22) Apuntes para la resolución de casos de violencia contra las mujeres en el derecho indígena, en el cual hay un ejercicio de definición sobre la VCM, el derecho indígena y su importancia para el pueblo q’eqchi’; priorización de casos a referir a la justicia estatal; las instancias de mediación que hay dentro del pueblo q’eqchi’; la participación de las autoridades, el papel de las y los alcaldes auxiliares, de las y los ancianos, de las autoridades relacionadas con la salud, de las autoridades religiosas, de los y las guías espirituales mayas; las etapas que se siguen en la resolución de casos por medio del Derecho Indígena, entre otros apuntes. Es decir, se hace un esfuerzo para explicar qué es y qué acciones se debe tomar en cuenta para la resolución de los casos de violencia contra las mujeres desde las prácticas ejercidas por el pueblo q’eqchi’, desde su manera de ver e interpretar el mundo.

Por último, es preciso mencionar el módulo 4: Prevención de la Violencia desde la Cosmovisión Maya, de la Guía de Educación Integral en Sexualidad y Prevención de la Violencia. EIS – PV, elaborada por la Unidad de Salud Mental del Área de Salud de Alta Verapaz, en el año 2018. Este módulo tiene como objetivo promover los conocimientos y valores ancestrales de la cultura maya, en este caso, desde la cosmovisión de los pueblos q’eqchi’ y poqomchi’, para la atención y abordaje de la violencia contra las mujeres en Alta Verapaz. Parte de la importancia de comprender cómo se ha ido fortaleciendo históricamente la violencia en nuestro país y en ese territorio específicamente, retoma la comprensión de los nawales haciendo énfasis en la compatibilidad de las energías de cada uno de ellos: “la compatibilidad y la incompatibilidad de los nawales cobran relevancia en la construcción de relaciones armoniosas y prevención de violencia”. Algo importante es que propone sanar la victimización, reconociendo qué nos otorga y para qué sirve el rol de víctima y el sufrimiento, a partir de la pregunta ¿Por qué es tan difícil abandonar el rol de víctima y, con él, el sufrimiento? Nos plantea que para salir de víctima es importante recuperar la filosofía de vida del pueblo maya, cambiar la forma de ver la vida y las relaciones entre mujeres y hombres. Para ello es necesario regirse desde los principios y valores mayas.

Les dejo estas pinceladas de los contenidos de estas propuestas, con la esperanza de motivarles a su búsqueda y profundizar en cada una de ellas, y sobre todo, hacerlas vida, desde lo personal hasta lo familiar-comunitario y colectivo, para contribuir a vidas libres sin violencia y a ser todas y todos sujetos políticos emancipados.

Entretejiendo respuestas de forma colectiva

Silvia Trujillo / laCuerda

La violencia contra las mujeres es la pandemia naturalizada y de largo plazo. Es una realidad insoslayable y cruel que enfrentamos las mujeres en el mundo entero, un continuum, un problema complejo, multiforme y opresivo como lo define Jules Falquet, quien, además, considera que es tan grave como la tortura política. La misma autora afirma que este tipo de violencia persigue frenar cualquier intento de autonomía de las mujeres y cuando se lo analiza en sus efectos colectivos, pretende obturar intento alguno de organizarse, de luchar contra la opresión que se vive.

Más allá del diagnóstico hostil, podemos organizarnos para enfrentar el sistema en el cual se sostiene esta violencia desatada contra nuestros cuerpos. Esa mancuerna entre patriarcado, colonialismo y capitalismo debe ser cuestionada de raíz, tal como se propone desde la Asamblea Feminista: “No es posible seguir tolerando un esqueleto criminal que nos hace levantarnos todos los días a escenarios de vida donde se reproducen culturas de mando, de violación, controles sobre los cuerpos; donde abundan los espacios y tiempos de hambre, desperdicio, guerras y mutilaciones…Grandes revoluciones deben acontecer para vivir la libertad” para vivir libres de violencias, para cuidar la vida.

Sí, pero ¿cómo lo hacemos? Hay que empezar desde lo cotidiano, enfrentarnos al ninguneo del que somos objeto diariamente, cuestionar y denunciar a los hombres de la familia, de la comunidad, del trabajo, que nos violentan. Cuestionarlos y enfrentarlos, pero de forma colectiva, organizarnos para que ellos sepan que nunca más contarán con nuestro silencio cómplice o con nuestra inacción. Planificar y crear formas que, respetando nuestros entornos y cosmovisiones, nos permitna estar unidas para hacer frente a ese flagelo.

Partir de la convicción de que es posible vivir de otra manera, cuestionar los límites estrechos que nos han inculcado a fuerza de domesticación familiar y miedo permanente. Desechar las ideas que frenan nuestros proyectos y crear nuevas, nuestras, que pongan en el centro del pensamiento y acción el cuidado de la vida, la nuestra, la de las otras personas y seres vivos.

También será importante que cuestionemos esas relaciones personales, comunitarias y sociales mediadas por la competencia y los “valores” hegemónicos y que levantemos vínculos que se entretejan desde la empatía, el respeto, el buen trato, la confianza mutua y la búsqueda del bien común universal.

¿Recetas? No, aquí no van a encontrar “la receta” para acabar con la violencia hacia nosotras y nuestros entornos, porque esas las tenemos que ir armando entre todas, en cada contexto, partiendo de los ámbitos de pertenencia más cercanos, hasta llegar a la organización social y política. Lo que sí tengo claro -y eso es innegociable- es que “la receta” tendría que ser plural, respetuosa, paritaria y, sobre todo, colectiva.