#PronunciarnosParaTransformarnos

Melissa Cardona / Feminista

Ilustración: Mercedes Cabrera

Y es que una crece entendiendo que la sangre menstrual no sólo es sucia sino mala, fea, incómoda y desafortunada. La colección de memorias en las que mancharse la ropa fue algo realmente amenazante o capaz de censurar placeres cotidianos es enorme. No negaremos que para algunas la menstruación es algo incómodo, doloroso y difícil. Para otras no, pero para no arar terrenos subjetivos, lo que es indudable es el enorme negocio que la menstruación representa para empresas dedicadas a la sanitización de la vida de las mujeres a quienes continuamente se nos pone en el lugar de las que algo tienen que esconder entre sus pliegues.

Todo tipo de argucias y dispositivos se han inventado para que la sangre menstrual y su arribo saludable sea vivida para las mujeres y para el resto como un hecho que provoca vergüenza e incomodidad. De ahí que el mercado se especialice en medicamentos, compresas, sprays, jabones, y todo lo necesario para visibilizar lo menos posible que este proceso hormonal y emocional suceda en las mujeres.

Hay muchos proyectos en el espectro de opciones feministas que se enfocan en abordar esta trama de elementos que es la menstruación. Muchas de ellas se dedican a contrarrestar el discurso de rechazo y negación, otras a mostrar las ventajas económicas que el mercado le saca al tema, y a proponer opciones para las que abandonan el consumo como postura ante la realidad.

Sangrar de otros modos

Hablar entre mujeres -especialmente si están iniciando una vida menstruante- sobre el significado de la menstruación y los cambios que provoca en el cuerpo y la subjetividad, es central en varios discursos feministas, desde su recuperación como espacio propio hasta la sacralización del flujo menstrual para curar traumas, abonar plantas y hacer rituales colectivos. Recuperar de los discursos más sanitarios y pulcros el de la menstruación como un hecho politizado desde la autonomía de las mujeres ha ganado mucho peso en las nuevas generaciones a quienes les significa más poder en la vivencia de su cuerpo. Amalia, una joven feminista hondureña afirma que saltar de las clases de su escuela a las discusiones entre feministas le ha hecho mucho bien, no sólo porque puede expresarse con otras de una manera libre, sino porque menstruar no sólo es un hecho fisiológico regido por un calendario, sino que significa socialmente muchas otras cosas y puede entenderlas si es que las habla. “Se nos enseña que es malo tener sexo con la menstruación o que es algo vergonzoso, pero para mí no sólo es muy placentero sino que me ayuda a relajar las tensiones del útero que me causan dolor”.

A la par de discursos negativos, existe una serie inacabable de productos que corresponden a los malestares físicos, estéticos, sociales que se suponen junto a la menstruación, siempre que la mujer en cuestión tenga el dinero para acceder a ellos. Sólo para mencionar un elemento: hay portales de internet que se dedican a contar la cantidad de basura que produce la industria de las toallas o compresas femeninas, arrojando unos datos escalofriantes, tales, “Si cada compresa después de usada pesa 5 gramos, se producen 65 kg de basura al año solo en compresas higiénicas. En cuarenta años son 2 mil 600 kg de basura. O sea, que cada cien mujeres menstruantes producen 6 mil 500 kg de basura al año. En cuarenta años tiramos a la basura 260 toneladas de protección menstrual altamente contaminante y no degradable en nuestro medio ambiente. Recordemos que una compresa tarda en degradarse no 100 años, ni 200 años, sino 500 años”1 Números más o menos, nos consta la cantidad de basura que producimos con cada menstruación y el impacto que tiene en el medio ambiente, y reconocemos la incomodidad de toallas hechas para todas las mujeres, como si nuestros cuerpos fueran los mismos. Dirán que la industria del petróleo contamina más que todo en el mundo, y sí, tienen razón.

Mujeres de antes nos cuentan cómo resolvían esta dificultad y nos hablan de paños hechos a mano, lavables y secables al sol, nos informan de sus remedios caseros contra el dolor y las molestias, y por supuesto, nos recuerdan que al ser un tema de mujeres es algo que debe ser “discreto” y muy personal.

En Honduras hay un proyecto interesante que recupera esta práctica de la toalla no reciclable, y que está sostenido por una activista que hace de su proyecto lo que denomina activismo menstruante, ella tiene, entre otras propuestas la de hacer autónoma, lejos de las corporaciones y lógicas monetarias, la elaboración y uso de toallas sanitarias cómodas, adecuadas a cada mujer, lavables y ecológicas.2

La mujer detrás de esta idea llamada Aleras, nombre con el que en Honduras también se le dice a las amigas, es una mujer negra llamada Katto, quien ha hecho una propuesta de economía personal y de conciencia sobre el cuerpo y la responsabilidad con la madre tierra en una fórmula muy asertiva y profundamente política.  Una mirada feminista que soluciona directamente varios problemas de los cuales además ella habla en talleres y conversaciones.

Aleras es una propuesta consciente de uso de materiales sanos para las mujeres y la tierra, elimina el mercado de las toallas sanitarias, reconoce la menstruación como un poder negado, y circula información positiva en una mirada feminista sobre el cuerpo y la salud integral de las mujeres y las posibilidades artísticas y gozosas de la vida menstrual.

Otra ruta para hacer la vida feminista posible en cada día.

 

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