#PronunciarnosParaTransformarnos

Lily Muñoz / Socióloga feminista

Hace casi un año ya, desde que la vida humana en el planeta se vio obligada a asumir transformaciones súbitas y vertiginosas, como nunca antes habíamos experimentado en la época histórica que nos tocó vivir. En un primer momento, el estupor se apoderó de nosotras y nos paralizó, ante el pavor y la incertidumbre infinita que se extendía en el ambiente, nublando nuestro horizonte personal y colectivo. Y es que nunca habíamos vivido una pandemia de dimensiones globales como la del Covid-19; si bien escuchamos alguna vez sobre la viruela o sobre la pandemia de la “gripe española”, para nosotras eran solo datos históricos, acontecimientos que vivieron nuestras ancestras y ancestros, pero nada más que historia.

No cabe duda de que, las mujeres hemos tenido diversas experiencias vitales durante la pandemia, pero siempre compartimos el piso común del sistema patriarcal que nos oprime, desde hace más de cinco mil años. Y el confinamiento colectivo obligatorio constituyó una suerte de laboratorio donde fue posible observar en todo su esplendor, la matriz de poder patriarcal que mantiene a la mayoría de mujeres en la subordinación, ante la implacable dominación masculina.

La peor de las pesadillas

Muchas mujeres vivieron la peor de sus pesadillas, viéndose obligadas a asumir la doble y hasta triple jornada, pero de manera simultánea y en un solo lugar. De pronto tuvieron que crear estaciones para el teletrabajo y estaciones para que sus hijas e hijos pudieran continuar sus estudios de manera virtual, pero con el acompañamiento y la supervisión de ellas, en sustitución de las y los maestros. Al mismo tiempo, tenían que realizar todas las tareas domésticas vinculadas a la reproducción de la vida del núcleo familiar (limpiar, lavar, cocinar, entre otras) y al cuidado de la vida de todas las personas que habitan en su casa (incluyendo bebés, gente de la tercera edad, personas con discapacidad, enfermas, etcétera).

Esto último adquirió una relevancia de primer orden, pues debido a la pandemia, fue necesario implementar las más estrictas medidas de bioseguridad en casa, para evitar que la familia se infectara, además de velar por la salud mental de cada integrante del núcleo familiar. Con todo y eso, el temido virus se filtró en varias familias y las mujeres tuvieron que asumir el cuidado de las personas enfermas, aislándolas en cierta área de la casa, mientras implementaban todo tipo de estrategias para evitar que el resto de la familia se contagiara. Aun así, muchas tuvieron que enfrentarse a la impotencia y al dolor inconmensurable que provoca la muerte de seres amados de su entorno más inmediato.

Y claro, hasta aquí me he referido a las mujeres que tuvieron el privilegio de contar con un trabajo durante el confinamiento. Hubo muchísimas otras que no tuvieron ese “privilegio” y sufrieron los azotes del hambre y la pobreza, y tuvieron que sacar sus banderas blancas, ante el más absoluto abandono estatal, municipal y social. Por si fuera poco, las tormentas Eta e Iota llevaron a su máxima expresión la situación de vulnerabilidad en la que se encontraban miles de mujeres y sus familias, en distintos lugares del país. Otras, sumidas en la total indefensión, vieron morir trágicamente a sus hijas o hijos, por desnutrición crónica.

Pero eso no fue todo. En medio de la pandemia de Covid-19, otra pandemia avanzaba silenciosamente y a hurtadillas en los hogares: la pandemia de la violencia contra las mujeres, las adolescentes y las niñas (la pandemia “en la sombra” le ha llamado la ONU). Las cifras de denuncias por violencia contra la mujer, por violaciones sexuales, por femicidios, por desapariciones de mujeres y niñas, por violencia intrafamiliar, etcétera alcanzaron cifras sin precedentes, en Guatemala y en el resto del mundo, aun cuando sabemos que la mayoría de víctimas no denuncia, y menos en pleno confinamiento, sin condiciones, sin recursos y sin estrategias de atención claras y efectivas por parte del sistema de justicia, cada vez más indolente y tolerante ante el aberrante continuum de violencia que flagela sistemáticamente a las mujeres, las adolescentes y las niñas en el país.

La sanación, una metamorfosis

Afortunadamente, organizaciones como el Centro para la Acción Legal en Derechos Humanos (CALDH) y la Asociación de Mujeres Mayas Kaqlá, dedicaron tiempo y recursos a impulsar un trabajo que resultó extremadamente estratégico para un grupo importante de mujeres residentes en la Costa Sur de Guatemala. Se trata de un proceso formativo que prepara a mujeres -que trabajan en organizaciones, colectivos o grupos de la sociedad civil- para convertirse en sanadoras que acompañarán a mujeres sobrevivientes de violencia en Escuintla, Retalhuleu y Suchitepéquez, ofreciéndoles atención primaria de salud, a nivel psicoemocional. La propuesta va más allá de la atención psicoemocional en su sentido más convencional, porque la sanación parte de una concepción holística de los seres humanos, considerando las distintas dimensiones que nos constituyen: mental, física, emocional y espiritual.

Otro aspecto inédito de la propuesta, consiste en que cualquier aspirante a sanadora, antes debe sanarse a sí misma, como requisito indispensable para apoyar a otras, en sus procesos. En consecuencia, durante el año 2020, las mujeres involucradas en el proceso formativo, trabajaron intensamente en la sanación de las emociones y los traumas que más les estaban afectando durante el confinamiento, debido a la agudización de sus problemáticas, en el contexto de la pandemia.

Sin duda, quienes participaron en esta primera fase del proceso tuvieron el privilegio de contar con un espacio para compartir con otras mujeres sus dolores y sus angustias existenciales más apremiantes y, sobre todo, pudieron sanar en lo más profundo de su ser, experimentando una metamorfosis que marcará un antes y un después en sus vidas. Ellas ya son sobrevivientes -del virus y de la violencia- y ahora se construyen como sujetas políticas, gracias a CALDH y a Kaqlá, que nunca sabrán con certeza, lo que su invaluable trabajo implicó para estas mujeres, en el año más desafiante de nuestra historia reciente. Ojalá se multipliquen estos procesos de sanación en nuestro país, como estrategia para la liberación interior y para la construcción del auténtico empoderamiento de las mujeres, lo cual conducirá irremisiblemente, a la eliminación del continuum de la violencia contra las mujeres y de las estructuras y relaciones de poder patriarcales que lo sostienen.