Empezando por nuestros cuerpos, en su sentido integral de seres en convivencia, es decir, conscientes de saber que formamos parte de un todo más grande que nuestra individualidad. Ello implica hacernos responsables no sólo de nuestro bienestar personal, sino del entorno, del social, de la naturaleza donde vivimos.

Gran compromiso este que nos planteamos las feministas de construir formas de vida armónica, porque ello implica meterse de lleno a la política, a la negociación cotidiana, a los pactos, alianzas, convenios, acuerdos que se requieren para transformarnos en y con el mundo. Sabemos -porque los hemos estudiado y sufrido- cómo funcionan los mecanismos de las opresiones, cómo se ejerce la dominación y el poder: hemos sido sujetas de abusos y de explotación de muchas maneras y durante demasiado tiempo. Eso nos ha dado lecciones, conocimientos, resistencia.

Un reto ha sido cómo terminar con un sistema que destruye y mata para el bien de pocos, y cómo darle paso al bienestar colectivo, a maneras de relacionarnos más edificantes y placenteras, justas.

Las feministas, es decir quienes -a lo largo de la historia- han denunciado, cuestionado y enfrentado, así como las que han trascendido los límites impuestos por el patriarcado, han luchado por un mundo mejor, no por el predominio, no por el poder omnímodo, no por darle vuelta a la tortilla, sino para hacer de las sociedades, lugares donde podamos vivir nuestros ciclos en paz, disfrutando de lo que la vida en común nos ofrece.

El análisis de lo que sucede en Guatemala visualiza un agravamiento de la crisis de impunidad que ha ido en aumento con el gobierno actual. La misoginia, unida al fundamentalismo y a la corrupción, son pilares para sostener la violencia contra las mujeres, mecanismo mediante el cual se realizan negocios de trata de niñas y mujeres, explotación sexual, laboral y delitos que producen riquezas para grupos criminales.

A sabiendas de que el Estado no nos cuida, es fundamental sumar fuerzas, fortalecer alianzas, agregar energías, aportar experiencias, saberes, recursos, amor y creatividad, para hacer acopio de resistencias y darle continuidad a nuestros sueños. Aferrarnos a lo que hemos venido construyendo en diferentes espacios y de maneras diversas, como feministas, es algo grande, valioso, que reúne las potencias de mujeres jóvenes, adultas, mayores, ancianas de distintas procedencias y creencias, mujeres que hablamos idiomas distintos y nos entendemos porque juntas hemos caminado y estamos dispuestas a seguir, en pos de nuestras propuestas de vidas sanas, sin miedo, vidas libres.

Cuidarnos, sanar, vivir libres, parecen deseos inalcanzables en un país como éste. Pero asumir como responsabilidad política dichas consignas, implica, como siempre, exigirlo para todas las personas, no sólo para quienes pueden pagar por servicios de salud, comida orgánica y seguridad integral.

Es deplorable que el Estado le niegue a la población el acceso a los servicios básicos de salud que una epidemia requiere. Las elites son tan voraces, que no consideran el riesgo que implica vacunar sólo a quienes tienen el dinero para pagar. Negociar con la salud es un crimen imperdonable.

Por ello, como sujetas políticas, repudiamos al gobierno encabezado por Giamattei, así como a ministros, diputados, a la fiscal del Ministerio Público, alcaldes y autoridades espurias que no sólo están robando lo que la población aporta con su trabajo, sino que ponen en riesgo el porvenir de varias generaciones. Hacemos un llamado a DEFENDER EL TERRITORIO DE NUESTRA DIGNIDAD.