Claudia Korol / Integrante de Feministas del Abya Yala
En este marzo se cumplen 150 años del nacimiento de Rosa Luxemburgo. En el escrito que hizo un día antes de ser asesinada, respirando la derrota brutal de la revolución espartaquista en Alemania Rosa decía: “‘¡El orden reina en Varsovia!’, ‘¡El orden reina en París!’, ‘¡El orden reina en Berlín!’. Esto es lo que proclaman los guardianes del ‘orden’ cada medio siglo de un centro a otro de la lucha histórico-mundial. Y esos eufóricos ‘vencedores’ no se percatan de que un ‘orden’ que periódicamente ha de ser mantenido con esas carnicerías sangrientas marcha ineluctablemente hacia su fin”.
La socialdemocracia en el gobierno de Alemania odiaba la figura pequeña y gigante de Rosa Luxemburgo, temía a su palabra y a su acción. Por eso el crimen y su posterior desaparición. Era para tener la ilusión de que el “orden” que de una vez reinaba Berlín, no sería amenazado por la “revuelta” de las/los continuadores de Espartaco, que seguían rebelándose abiertamente contra la esclavitud.
Pensar a Rosa en este tiempo, nos permite asomarnos a sus concepciones políticas, pedagógicas y éticas. Como revolucionaria socialista, no hizo de las contradicciones políticas juegos de palabras dicotómicas. Frente a los debates sobre reforma o revolución, ella afirmó: reformas y revolución. Frente a los debates sobre lucha parlamentaria o lucha insurreccional, ella afirmó: lucha parlamentaria y lucha insurreccional. Al mismo tiempo, supo que en esas tensiones, habría que jugar el partido fundamental en un lugar preciso. El de la revolución, el del socialismo.
Nunca pensó que el juego era sencillo ni que la victoria era inmediata. Derrota y victoria, son parte de nuestro andar. Decía en el mismo escrito: “En Alemania hemos tenido, a lo largo de cuatro decenios, sonoras ‘victorias’ parlamentarias, íbamos precisamente de victoria en victoria. Y el resultado de todo ello fue, cuando llegó el día de la gran prueba histórica, el 4 de agosto de 1914, una aniquiladora derrota política y moral, un naufragio inaudito, una bancarrota sin precedentes. Las revoluciones, por el contrario, no nos han aportado hasta ahora sino graves derrotas, pero esas derrotas inevitables han ido acumulando una tras otra la necesaria garantía de que alcanzaremos la victoria final en el futuro. ¡Pero con una condición! Es necesario indagar en qué condiciones se han producido en cada caso las derrotas”. Indagar las condiciones de la derrota, los errores de la acción revolucionaria… un aporte político y ético de Rosa, frente a quienes temen a la crítica y a la autocrítica como al juicio final. Es la condición, decía, para futuras victorias, mirar la realidad y nuestras acciones como parte de la misma, sin condescendencia.
Rosa nació en Zamosc, en una Polonia ocupada por el imperio zarista ruso, el 5 de marzo de 1871, días antes que las y los obreros de Paris tomaran el cielo por asalto, y cuatro años después que Carlos Marx publicara el primer tomo de El Capital. Fue acunada por los cantos guerreros de la Comuna de Paris, la primera experiencia de gobierno obrero. Participó de la Revolución Rusa de 1905, vivió y vibró desde la prisión con la Revolución Rusa de 1917, a la cual no dudó de valorar, en debate con el reformismo alemán, y en criticar, en polémicas con Lenin y Trotsky. Fue parte de la revolución espartaquista en Alemania.
En 1903 fue encarcelada en Berlín, durante tres meses, por insultar públicamente al emperador de Alemania, Guillermo II. En 1904, la condenaron a dos meses de cárcel por hacer propaganda contra los planes de guerra del gobierno alemán. En 1906 fue detenida junto a Leo Jogiches, y permaneció cuatro meses en prisión por participar en las revueltas de Varsovia. En 1907, fue nuevamente a prisión por sus discursos antimonárquicos. En 1913, la detuvieron por instigación a la desobediencia frente a la guerra imperialista. En 1915, fue condenada a un año de prisión por su militancia antimilitarista. En febrero de 1916, cuando salió de la prisión, miles de mujeres trabajadoras la recibieron con flores y aplausos. En julio fue detenida nuevamente y permaneció en prisión durante el resto de la guerra. Rosa fue asesinada el 15 de enero de 1919. Su cuerpo fue arrojado al río.
Después de todas las prisiones, después de sentir su cuerpo entumecido en los calabozos en los que pasó una gran parte de su vida, después del dolor que le provocó la claudicación de la dirección de su partido, votando en el parlamento los créditos de guerra, después de sumarse a la revolución y de ser derrotada en ella, después de rechazar la propuesta de sus compañeros de irse de Berlin, para cuidar su vida, Rosa miraba la derrota y escribía febrilmente, sus primeras conclusiones. Sus últimas palabras, antes de ser asesinada fueron: “¡El orden reina en Berlín!, ¡esbirros estúpidos! Vuestro orden está edificado sobre arena. La revolución, mañana ya se elevará de nuevo con estruendo hacia lo alto y proclamará, para terror vuestro, entre sonido de trompetas: ¡Fui, soy y seré!”.
Un manifiesto de identidad que nos permite, un siglo y medio después, reconocernos en su experiencia de mujer guerrera, migrante, mujer polaca que creció en un territorio invadido por Rusia y por Alemania alternativamente, donde hablar su lengua era criminalizado. Una mujer que supo tomar la voz de muchas mujeres, para criticar a los patriarcas que se creían dueños de los socialismos, o para oponerse a la votación de los créditos de guerra. Rosa, la mujer prisionera, la mujer estigmatizada por la libertad en sus relaciones amorosas. Rosa la rebelde, la compañera de los pájaros y de las plantas. Rosa la educadora popular, la profesora de Economía en la escuela del partido. Rosa antimilitarista, feminista en sus prácticas de defensa de los derechos de las mujeres, junto a su amiga Clara Zetkin, y envuelta en un colectivo de mujeres políticas que la cuidaban y caminaban con ella. Rosa marxista, Rosa socialista, Rosa internacionalista. Rosa con su cuerpo desaparecido regresando a la superficie, mostrando sus heridas. Rosa reviviendo en el corazón de los proyectos que reúnen el socialismo y la libertad.