Detrás de cada denuncia hay una historia de violencia. Actos en contra de las mujeres que muchas veces son justificados porque así opera el patriarcado. Y en vez de cuestionar al macho agresor, al que violenta, al que engaña e insulta, se cuestiona a las mujeres que deciden hacer públicas sus experiencias. ¿A quién debemos exigirle dominio propio? ¿A quién debemos defender?

Patricia Cortez Bendfeldt

Hace seis años viví un ataque que al inicio fue muy intenso y sistemático por un individuo famoso en redes sociales. Él y su netcenter insistieron en desprestigiarme. Todavía en las búsquedas de Google aparecen sus chismes. ¿Me dañó profundamente esto? No. Al inicio me sentí acorralada y tuve miedo porque se me calificó y se me etiquetó. Pero mi vida personal y laboral no depende de las redes. Ellas son una herramienta y yo decido cuánto comparto. Mantener mi vida privada fuera del mundo virtual y tener actitudes y comportamientos claros en mi trabajo me evitaron dolores de cabeza. Por eso no creo que exista la cultura de la cancelación y menos el linchamiento mediático.

En esos días tuve una entrevista con una profesora universitaria que no me conocía. Al escuchar mi nombre fue como si hubiera visto al diablo. Luego de hablar diez minutos con ella me preguntó por qué me acusaban en redes. Le dije que no sabía. “Tiene que ver con que soy amiga de una persona a la que quieren acabar”, le comenté. Ella sonrió y me dijo “pues no es usted nada de lo que ese tipo dice”. Ahí terminó todo.

He estado viendo las justificaciones, cada vez más academicistas y moralistas, en relación con las prácticas de escrache que están usando las chicas abusadas y que algunos consideran “un enorme daño” contra los machos escrachados y un “retroceso” en las practicas feministas. Dicen que se daña a una persona en lugar de al patriarcado y que “se cae en prácticas violentas iguales a las que queremos combatir”.

En la práctica eso no ocurre. La mayoría de los machos escrachados están tranquilos, sin demasiado daño a su imagen y con su trabajo y sus recursos intactos. Así como yo, pasaron un mal tiempo, pero luego no pasó nada más. La dinámica de las redes sociales es de la inmediatez y las nuevas noticias rápidamente ocupan el espacio de las más viejas. Ya casi nadie recuerda a algunos personajes, solo si ellos vuelvan a ponerse en la escena.

Estoy cansada de oír que además del “daño permanente” (cosa que no existe) que provoca al pobre macho el escrache, existen “razones ocultas” para las acusaciones de las mujeres. Mencionan desde que “tiene celos de la nueva pareja” hasta que “es una estrategia para desacreditar al movimiento de izquierda en Guatemala”. Y claro, también que “es una niña que quiere llamar la atención y obtener likes”. O la clásica “la están manipulando”.

Aunque piden que diferenciemos los tipos de violencia intentan meter en el mismo saco a las chicas que escrachan, cuyas formas evidencian diversos niveles de comprensión de su situación y distintos usos o finalidades de su acción.

Cada vez que hay una mujer despechada es porque primero le ofrecieron el pecho y luego la abandonaron. De ahí viene el término “despecho”, porque primero te nutren y luego te quitan el alimento.

Y detrás de cada acusación hay una historia. Una no muy agradable, sórdida, complicada, violenta incluso, en donde alguien está tomando valor para contar lo que le consta y la otra parte también ha contado lo que le pasó. El público, acostumbrado a los partidos de futbol, toma un bando, y lo hace basado en sus querencias y filiaciones. No hacen el análisis que piden.

Quienes defienden a “sus machos” dudan de la veracidad de la situación y exigen que no se califique igual al macho que le gritó “ese es trabajo de un hombre señorita” (y la despidió), y al que puso su mano sobre los glúteos de otra y le dijo “te felicito, potra” (y la contrató).

Exigen que hagamos el intento de diferenciar porque “mi macho es malo, pero no tan terrible” o porque “le vas a arruinar la vida” o porque “sí te acosó, pero te dio trabajo, tan mal no te fue y solo fue una nalgada” o porque “en realidad no tenías las capacidades necesarias para el empleo, favor te hizo”. Quizá los únicos que no son defendidos son los que cometieron verdaderos delitos: violación, pedofilia o violencia física.

Pero el resto sí. Y en su defensa una serie de argumentos para hacernos a nosotras culpables: “Que se haya burlado todos los días de tus 200 libras no es malo, porque vos estás gorda. Debiste adelgazar”, “es que los hombres son infieles, vos ya sabías que tenía varias, que te haya puesto el cuerno no es tan malo, no te golpeó”, “es que ni que fuera psíquico para averiguar lo que te gustaba, lo hizo pensando en vos, creyó que te iba a gustar”, “que no te dejara acompañarlo a todos lados era lógico. ¿Para que le hicieras una escena? Si vos sos tan complicada e inestable”, “vos decidiste hacer esas dietas pendejas, si estás flaca es por tu gusto, él solo te apoyó a dejar de comer”, “¿te dijo que no vieras a nadie? La pendeja sos vos porque te dejaste”, “¿Le prestaste dinero? Pecaste de ingenua”.

Son comentarios que carecen de empatía, que revictimizan, que insisten en que solo algunos delitos deberían tener castigo y que niegan que la violencia patrimonial, económica y psicológica también existen y que el dolor del rechazo, la rabia del abandono, la burla y la miseria duelen, y a largo plazo también dañan vidas.

Por los escritos sobre el tema que he compartido en Facebook he recibido comentarios que quieren hacerme sentir un verdugo de hombres y una amenaza para el feminismo. Según las críticas yo levanto mi hacha y les corto la cabeza con mis comentarios. Exagerando el daño y afirmando lo mucho que duele el linchamiento mediático, como si hubiera regimientos de mujeres armadas cortando penes en la calle. A veces el escarnio no pasa del grupo de las cuatas en donde ya no podrán ligar. Las que insisten en que no debemos educar hombres ahora se dedican a defenderlos de una persecución inexistente.

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Las mujeres viejas hemos tardado años en construir mecanismos para identificar agresores. El costo ha sido grande, aprendimos a golpes y decepciones. La nueva generación está trabajando para apoyarse entre ellas. “Si a mí me tocó esto con él, cuidado amiga” nos dicen. Construyen un catálogo de “cuídate de este” que es muy valorado por sus pares.

¿Qué hay detrás de las acusaciones? En lugar de cuestionarlas a ellas por qué lo hacen preguntémosles a ellos ¿qué hiciste?, ¿qué prometiste y no cumpliste?, ¿qué violencia o micro violencia ejerciste?, ¿qué relación tenías con ella?, ¿fuiste capaz de terminar la relación con la verdad, sin engaños, con madurez?, ¿te aprovechaste de tu puesto?, ¿te aprovechaste de su edad e inexperiencia?, ¿te burlaste durante o después de la relación?, ¿la ridiculizaste o la sigues ridiculizando?

Y si volvemos a decir “es que no todo es delito” seguimos haciéndole el juego al patriarcado. Entenderán que todavía se toleran algunas cosas y no que estamos hartas de las violencias. Ninguna de las acusadoras lo hace contra un hombre que no conoce de nada. Hay una historia, y aunque en nuestra forma de ver pensemos “ay qué exagerada, ni que le hubiera dolido tanto”, hay un daño y ella tiene derecho a expresarlo. Es su forma de sanar.

Cuando les preguntas, los acusados saben quién los acusó. Están conscientes de que ejercieron violencia, pero creen que no era para tanto, que no debieron ser expuestos “a un sufrimiento tan grande como el del escrache en redes”, porque “no creen que ella haya sufrido igual y es injusto”. Y volvemos al inicio. A buscarle tres pies al gato pensando que “no es justo que me pongan al lado de un violador, yo no la lastimé”. Físicamente tal vez no, pero eso no exime de las otras formas de violencia.

De todos los escritos que rechazan el escrache o lo validan hay algo que nadie dice: quienes deben reflexionar y no amenazar con demandas y repercusiones para el movimiento feminista son el escrachado y sus amigos. Y eso contando a “nuestros hombres”, es decir, nuestros hijos, padres, hermanos, etc.

Se les está pidiendo a las mujeres “dominio propio” y “pensar antes de actuar”, pero al escrachado no se le pide lo mismo. Y con la defensa tácita que ejerce el “esas no son las formas”, muchos ya están envalentonados, dispuestos a seguir con su reguero de mujeres dañadas psicológicamente gracias a sus “prácticas de cortejo” o a sus limitantes emocionales para identificar que están lastimando, no amando.

¿No será mejor que reevalúen su privilegio masculino y entiendan dónde fallaron? Porque al parecer, saben que siempre pueden confiar en “sus mujeres” que los van a cuidar.