A Katerin Vásquez y María del Carmen Gutiérrez las separan más de 180 km. A pesar de la distancia, comparten una vocación y un desafío. Desde hace más de un año, luchan para que sus estudiantes continúen el proceso educativo a pesar de todas las dificultades que implica enseñar en un país al cual la pandemia lo sorprendió sin estar preparado para migrar a la educación virtual. Ambas compartieron su experiencia con laCuerda

Kimberly López / laCuerda

Katerin Vásquez tiene 31 años y es maestra de preprimaria en la aldea Nuevo, ubicada en el municipio de Moyuta, Jutiapa. María del Carmen Gutiérrez vive en la Ciudad de Guatemala y da clases a estudiantes de preparatoria y de inglés. Aunque el contexto socioeconómico que las rodea es distinto, ambas llevan más de un año innovando su método de enseñanza para lograr la preparación de sus estudiantes.

“Viajo con mi moto a la casa de quienes no tienen internet”

Según la información del último censo poblacional, en el municipio de Moyuta 78% de las familias no utiliza internet y en 88% de los hogares no hay una sola computadora. Los datos plantean un contexto sumamente desafiante para la enseñanza virtual que ordenó el Ministerio de Educación (Mineduc), tras la llegada de la pandemia.

La aldea Nuevo destaca por la situación de pobreza en la que viven las familias. El acceso a la tecnología, más que una necesidad básica, es un lujo que la mayoría de personas no se pueden permitir.

La falta de dinero, de hecho, es la principal causa por la cual 70% de la población en edad de hacerlo, no asiste a ningún centro educativo. La segunda causa es que deben trabajar para apoyar a sus familias. Por eso, Katerin ha implementado medidas especiales para que sus 23 estudiantes de entre 4 y 6 años no dejen de estudiar. Y lo ha logrado.

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Desde hace un año, el trabajo como maestra se ha vuelto una tarea de tiempo completo, e incluso de horas extras no remuneradas, relata. Dos veces a la semana, Katerin toma su motocicleta y visita a sus estudiantes que no cuentan con dispositivos tecnológicos ni con conexión a internet. Les entrega personalmente las instrucciones para hacer sus tareas y se toma el tiempo de hablar con mamás y papás para explicarles personalmente en qué consisten.

“Tengo que hablar con los papás porque muchos de ellos no saben leer”, agrega. El analfabetismo en Moyuta alcanza a 20% del total de la población.

Nadie compensa el tiempo que ella invierte en esas diligencias. Tampoco sus gastos de transporte. A eso se suma el tiempo que Katerin dedica a la educación de sus hijos. Durante el confinamiento, las madres y padres de familia han tenido que asumir un rol más activo en el proceso de aprendizaje de la niñez, así que durante el día, ella destina tiempo a la educación de sus 23 estudiantes y por las noches, utiliza las últimas horas del día para vigilar el proceso de sus hijos (de 6 y 8 años), para supervisar sus tareas y acompañarlos tanto como sea necesario.

Según el semáforo de alertas por casos Covid-19, Moyuta se encuentra en alerta naranja. Es decir, que quienes estudian no pueden volver a sus salones de clases de forma definitiva.

“Vamos a seguir trabajando de esa forma, vamos a visitarlos hasta sus casas mientras sea necesario”, promete Katerin.

“Pasé de trabajar con niños, a trabajar con mamás, hermanos, abuelitos”

En la Ciudad de Guatemala, María del Carmen Gutiérrez, de 40 años, es maestra de preparatoria y tiene a su cargo más de 50 jóvenes quienes también imparte clases de inglés. A pesar de que en el área urbana el acceso a internet y dispositivos tecnológicos es parte de la cotidianidad, otros inconvenientes han transformado su trabajo.

“Creo que uno de los principales desafíos ha sido que hemos pasado de trabajar con chicos, a trabajar con chicos, mamás, hermanos, abuelitos”, explica María del Carmen.

Desde el confinamiento obligado, agrega, su jornada de trabajo se ha extendido a 24 horas los 7 días a la semana. “Eso sucede porque tenemos que adaptarnos a los horarios de todos los chicos y sus papás, sacrificando, en muchas ocasiones, nuestros fines de semana o tiempo con nuestra propia familia”, relata.

Los fallos de la tecnología, los cortes de luz y las dificultades de la educación virtual son los problemas más recurrentes en las jornadas diarias. Además, estudiantes a quienes les toca resolver en soledad sus asignaciones y tareas porque sus familiares trabajan y no les pueden acompañar.

Al igual que Katerin, María del Carmen también es mamá y distribuye su tiempo entre las responsabilidades de maestra y las de madre.

“Trato de hacer todo lo referente a mi trabajo cuando estoy en el colegio o durante las noches después de que mis hijos se han acostado. Ahora estamos dando clases virtuales desde el colegio, por lo que al llegar a casa “trato” de desconectarme de mi rol de maestra y me dedico a mis hijos, tratando de conocer cómo fue su jornada, revisar tareas, ayudarlos con dudas y estudiar para exámenes”, explica respecto a su nueva rutina.

El motor de ambas es lograr que sus estudiantes no abandonen la educación, a pesar de las dificultades de esta “normalidad”. Sin embargo, dice María del Carmen, su prioridad son sus hijos.

“Amo dar clases, realmente es un trabajo que disfruto, y me encanta ver los avances que van teniendo mis chicos. Sin embargo, en el momento que vea que esto afecta el desempeño de mis hijos, no sólo escolar, sino en su forma de sentir, evaluaría la decisión de suspender mi trabajo por un tiempo”, concluye.

Más precariedad de lo usual

Según datos del Ministerio de Educación, el salario de quienes ejercen el trabajo docente en todo el país ronda en los Q4 mil. Ana Lucía Ramazzini, investigadora experta en temas de calidad educativa, opina que es una de las profesiones más precarias en el país y la situación ha empeorado en el último año, debido a las condiciones generadas por la pandemia.

“Desde siempre a los docentes les ha tocado enfrentar mucha precariedad en su lugar de trabajo. Pero ahora les ha tocado asumir costos educativos adicionales”, asegura.

Gastos que antes eran solventados por colegios y escuelas, ahora recaen sobre los bolsillos del equipo docente. “Yo he sabido que mis amistades han tenido que renovar computadoras para hacer su trabajo. Además asumen el costo de energía eléctrica, aparatos, aplicaciones que hay que instalar, entre otros, es preocupante porque se profundizó la precariedad que ya existía en el magisterio”, añade.

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El tiempo también se ha convertido en un recurso escaso, especialmente para aquellas maestras que asumen el trabajo en casa, su rol de docentes y los cuidados y acompañamiento en la educación de sus hijas e hijos.

El problema, critica Ramazzini, es que prevalece una lógica patriarcal que recalca que las mujeres deben y pueden hacerse cargo de todo.

laCuerda cuestionó al Ministerio de Educación por esta problemática; sin embargo, al cierre de esta nota no hubo respuesta.