Luisa Urbina / Cineasta
Mi primera referencia audiovisual diría con certeza que fue mi madre. Desde que compró su videograbadora solía documentarlo todo. Su especialidad eran las celebraciones de cumpleaños en las que podía capturar discretamente las emociones de las personas que amaba. Años después, por un amigo muy querido, comprendí que estos seres detrás de cámara disfrutan inmortalizar en video los momentos felices “para ayudar al recuerdo”. A través de estos videos, aprendí a conmoverme y a mirar desde la cotidianidad y la ternura.
Es puntualmente durante la Semana Extraordinaria de Cine Actual (SECA) de 2017, que tuve la oportunidad de ver dos películas que me marcaron enormemente: Aquarius de Kleber Mendonça Filho y La felicidad del sonido de Ana Endara Mislov. Ambas producciones, una ficción y la otra documental, me sacudieron de una manera que sólo había sentido me movía la música o la literatura. Los días siguientes no dejé de pensar en las hermosas sutilezas visuales y sonoras que había descubierto, y aunque era una experiencia un tanto nueva, supe que deseaba intensamente llegar a crear algún día algo así, algo que pudiera crear conexiones con las personas, hacerlas conmoverse. Hoy diría que al cine lo comprendo como una máquina de hacer sentires.
¿Techos de cristal en el cine?
Se considera que las mujeres, por el hecho de ser mujeres, nos enfrentamos a dificultades particulares, basadas en estereotipos y roles de género, equívocamente reproducidos a lo largo de la historia. Así se ha perpetuado la idea de que las mujeres corresponden al ámbito de lo privado y los hombres al público. Situación que ha ocasionado que, cuando las primeras deciden salirse del rol que la sociedad les ha asignado, sufran actos de violencia y discriminación en su contra.
Algunas de estas barreras o dificultades que he identificado a través de mi propia experiencia o de las compañeras en el cine, serían las siguientes: incluir ninguna o pocas mujeres en el crew bajo la excusa de no haber mujeres especializadas en las áreas requeridas; apropiarse de nuestra voz al hablar por y no con nosotras al contar nuestras historias; ser consideradas mandonas, exigentes o intensas al establecer parámetros de profesionalismo y respeto durante las producciones; generarnos incomodidad por expresar directamente lo que nos parece y lo que no, aun cuando las comunicaciones se hacen desde la empatía; sufrir insultos misóginos de forma verbal o a través de redes sociales por parte de los compañeros de trabajo, ser objeto de rumores o sencillamente, no ser tomadas en serio.
Aún recuerdo bien cuando fui directora de un proyecto, el director de una determinada área, el primer día de pre-producción, me dijo a secas que no esperara que él recibiera ordenes de nadie, palabras que, sin embargo, jamás pronunció al otro compañero director con quien trabajaba al mismo tiempo que conmigo. Tal suceso me llevó a reflexionar que, cuando se ve a las mujeres ocupar espacios de liderazgo, son consideradas exageradas e inadecuadas por saber expresar lo que quieren, pues aún resulta molesto para algunos hombres tener que recibir instrucciones de mujeres o trabajar en común para alcanzar la visión artística formulada por ellas. Pero cuando un hombre ocupa estos espacios, es considerado un verdadero líder, un compañero al que se le debe respetar su proceso, visión y producto creativo.
En ese sentido, puedo afirmar que a las mujeres se nos mide con una vara diferente, se espera desproporcionadamente más de nosotras, aun cuando el acceso a oportunidades no sea el mismo. Esto genera cargas adicionales a las actividades que realizamos pues, en lugar de preocuparnos sólo por las cuestiones naturales del cine, terminamos preocupándonos por estar demostrando constantemente que merecemos estar donde estamos, ser escuchadas y que se tome en cuenta nuestra visión, sin generarnos inconvenientes por ello.
Reconquistando nuestra mirada
A pesar de lo expresado en los párrafos anteriores, dichas barreras me han motivado a buscar hacer cine desde espacios sanos y seguros para las mujeres. Es así como a inicios de este año me encuentro con el Laboratorio de Creación Cinematográfica por y para Mujeres de la Muestra de Cine hecho por Mujeres. Laboratorio en el cual, junto con otras once compañeras, vivimos un proceso creativo y de acompañamiento muy enriquecedor, debido a la premisa de escucharnos a nosotras mismas para reconocer qué queríamos contar, desde una mirada propia y auténtica. Hubo asesorías con cineastas grandiosas que, además de compartirnos su conocimiento técnico, nos contaron sus experiencias como mujeres cineastas en el medio, situación que facilitó crear en nuestra conciencia la posibilidad de ubicar referentes que admirar.
En cuanto a la producción del corto que se entregó para la muestra Adán y el mar, la experiencia fue muy gratificante, pues se decidió que el crew fuera hasta cierto punto paritario, y, que, la mayoría de los puestos de decisión se ocuparan por mujeres, lo cual facilitó que todas y todos trabajáramos siempre en pro de la esencia del proyecto, más allá de algún desproporcionado ego individual.
Como mujer joven y cineasta emergente, mi deseo es que las mujeres ocupemos los espacios a los que debiéramos poder acceder en igualdad de condiciones cada vez más. Esto, a través de facilitar el reconocimiento de referentes mujeres en el medio, ser parte de producciones sustentadas en el respeto y la empatía, capacitarnos y desarrollarnos académica y profesionalmente y confiar en que nuestra mirada vale la pena ser puesta en escena.
Mi deseo es que en el arte en general, se desquebraje esa idea androcéntrica reproducida por años sobre la tolerancia y fomento del exagerado ego del artista y que descubramos así otras formas de crear y reconquistar nuestra mirada.