Numa Dávila / Estudiante de antropología. Integrante de la colectiva Cuirpoétikas

Fue en el contexto de una cita -ni del todo sexual ni del todo amistosa- como inicié a recorrer la XXII Bienal de Arte Paiz. Como señalan los mapas de la bienal, el arte fue un buen lugar para ‘perderse’. Además, yo me sentía motivadx por conocer las fotografías de Paz Errázuriz, en las que las corporalidades trans locales nos sentimos convocadas, y en las cuales yo deseaba encontrarme con cuerpos, en su diferencia parecidos al mío, gozando de una posible, aunque ficticia representación. 

Hacer el recorrido fue abrirme a una zona de contactos, pues como señala Sara Ahmed “El contacto involucra al sujeto, así como a las historias que vienen antes del sujeto”) y es que, aun cuando me son familiares las narrativas ahí materializadas, a través de registros de resistencia del genocidio, la dictadura, de los pueblos indígenas, las mujeres trans y lxs “enfermxs mentales”, el hecho de estar todas esas voces juntas, en la linealidad de un mismo espacio, dejó en mi la impresión de toda la narrativa colonial. Que construye como alteridad a los grupos subyugados. 

La idea de impresión retomada de los planteamientos de Ahmed me permite, por una parte, entender las relaciones de contacto “de modo que no solo tengo una impresión de los otros, sino que también me dejan con una impresión” y por otra, me “permite evitar las distinciones analíticas entre sensación corporal, emoción y pensamiento como si pudieran ser “experimentados” como ámbitos diferentes de la “experiencia” humana para más bien proponerlos como tentáculos del conocimiento que produzco desde mi experiencia situada. 

Otro elemento importante que retomo de la autora en relación con las impresiones es el peligro de la construcción de archivos, que como ocurre en el caso de cómo se dispuso el trabajo de Errázuriz, “puede sugerir que estos textos ‘van juntos’ y que esta correspondencia es marca de la presencia propia.” Por ello pregunto: 

¿Cuáles son los poderes de estas narrativas en la forma en que fueron dispuestas en el espacio? ¿Qué impresiones dejan? ¿Cuáles son los límites del pasado y el futuro para los cuerpos que vivimos histórica y cotidianamente la incesante violencia?

Como en todo, algunas fronteras tienden a diluirse, mientras otras se vuelven a trazar con firmeza. La bienal este año echó cuerpo en seis locaciones en Ciudad de Guatemala y La Antigua Guatemala, y tuvo como propuesta curatorial Perdidos. En Medio. Juntos. Así, propuso imágenes trazadas en tres ejes temáticos: Universos de la Materia, Geografía Perversa/Geografías Malditas y Pasados Eternos Futuros. 

En una de las sedes de la Antigua Guatemala, un texto escrito sobre el muro de las instalaciones de La Nueva Fábrica, y escrito por lxs curadores Alexia Tala y Gabriel Rodríguez Pellecer, abría la exposición: 

«La bienal se plantea formas de abordar el pasado en la actualidad para pensar un futuro posible. (…) Si nos replanteamos la manera tan fija como se nombra cronológicamente Pasado, Presente y Futuro, y los convertimos tan solo en Pasados y Futuros en plural, quizá comencemos a vislumbrar posibilidades. Siempre en plural».

A propósito de estas ideas y de la reflexión sostenida sobre la materialidad que atraviesa todos los mapas de exploración y recorridos de la bienal, cabe preguntarse sobre las experiencias y zonas de contacto que son desplazadas y borradas bajo la construcción del tiempo, pensado en términos de Pasados y Futuros. 

Si bien resulta importante pensar la materialidad como una serie de relaciones y afectos interdependientes, en el marco de la bienal percibo el riesgo de dejarla planteada en un plano abstracto, con la imposibilidad de reconocer las relaciones que producen su propio cuerpo, a la vez que deja de nombrar las relaciones de poder que producen pasado y futuro, en el presente de un país que sostiene formas de esclavitud, despojo, militarización y genocidio, en las que participan las élites económicas y políticas del país de las que varios de los coleccionistas de arte forman parte.

Darse la posibilidad de considerar al arte como un objeto de sentimiento que nos informa sobre la política cultural de las emociones en el contexto de Guatemala, también abre a pensar sobre cómo somos afectadxs por las relaciones materiales e históricas que constituyen los espacios donde se nos invita a sentir. El espacio físico y la arquitectura de varias de las sedes de este evento, adornadas por ejemplo con piezas arqueológicas mayas dispuestas como piezas decorativas, nos dice mucho de la normalización de las prácticas de despojo y saqueo de los pueblos y territorios mayas, y nos habla de la política cultural de las emociones que sostiene y reproduce el sistema racista en este país. 

Entonces, desde mi marco de entendimiento ladino-mestizo, me pregunto ¿cuáles son los objetos de nuestro sentimiento? ¿Cómo nos relacionamos a través de emociones como la indiferencia? y ¿Cuáles son sus efectos en un país histórica y estructuralmente machista y racista? ¿Cuál es la relación entre indiferencia y muerte?   

En una nación que se forja sobre violencias sexuales y raciales, ¿cómo podemos evaporar el presente? si éste está plagado de denuncias que en esta edición de la bienal incluso invadieron el espacio de exhibición a través de pintas con denuncias por abuso y acoso sexual en contra de Benvenuto Chavajay, Ángel y Fernando Poyón. Por supuesto que este caso no debe de entenderse como un punto cero. Las denuncias desde hace muchos años se han puesto en el espacio expositivo, han entrado por la puerta grande y se han colocado allí, desde la producción artística en las narrativas de artistas que, como Aníbal López, Marilyn Boror, Sebastián Calfuqueo y Oscar Perén, entre otrxs en esta edición, han puesto y ponen de manifiesto el racismo, la colonialidad, la heteronormatividad, la militarización y el criollismo como sistemas de poder y opresión, cuya imbricación opera en Guatemala. 

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¿Por qué hasta ahora las denuncias no han tenido resonancia en el orden de las cosas, en las formas en las que se ‘curan’ las cosas?

Más allá de los discursos, las instituciones y espacios de arte guatemalteco blanco-criollo-ladino y mestizo, pareciera que no se ven lo suficientemente responsabilizados para abordar las problemáticas que enuncian. Por citar un ejemplo, la Bienal, aun cuando hubo denuncias en sus propios muros y al interior de sus salas, no se ha pronunciado públicamente. Lo cual también tiene sentido puesto que estas denuncias son anteriores y han sido un hecho conocido en la comunidad artística local, pero ello no necesariamente ha sido motivo para la búsqueda de resolución de conflictos.

Aunque la Bienal en su dossier de prensa hacía notar que “Guatemala es un país idóneo para pensar el tiempo histórico de América Latina” hace evidente la contradicción entre lo que dice y lo que hace al preferir la censura y el silencio. Sin embargo, pienso que este tiempo tiene mucha potencia para alimentar las artes de los diálogos que están sucediendo en otros movimientos políticos y sociales, locales y regionales, en torno a los conocimientos situados, las violencias raciales y sexuales, las reformulaciones del contrato sexual entre hombres, mujeres y otras criaturas, así como del extractivismo y las prácticas de despojo y explotación. 

Este que presento, es un texto mutante, que ha traspasado las olas de la violencia epistémica del cis-tema capitalista de la blanquitud, del mundo del arte, y que sostenido en su vulnerabilidad se abre al contacto, porque el silencio no es opción ante la censura.  

En la pasada Bienal encontré voces que hablan desde sus experiencias situadas, desde las relaciones y corporalidades con las que encarnan la cotidianidad, y agradezco sentirles y haber sido afectada por sus preguntas, sus curiosidades y preocupaciones. Encontré, por otra parte, otras que siguen reproduciendo prácticas de saqueo, racismo y apropiación para intentar decir algo. 

Y encontré también “otras”, como el retrato de Debby Linares, que para nuestra memoria trans, marica y disidente, moviliza deseos y potencias, que nos recuerdan que, como disidentes sexuales, hay que habitar los espacios y hacerlos nuestros.

¿Qué tipo de voz está rompiendo el silencio
y qué tipo de silencio se está rompiendo? 

Adrienne Rich.