La patria, como la nación, son conceptos vagos que se han desvirtuado en la realidad: lo que se supone los constituye y estructura, que es el Estado, es un aparato al servicio de una elite restringida que, con su poder económico y político, domina todos los espacios de la vida en este país. Guatemala, como república también es una farsa, puesto que los principios que la sustentan, no valen por igual, no existen para toda la sociedad, como tampoco la democracia ni el progreso.

Hay territorios imaginarios y pequeños espacios donde a lo largo de siglos se ha manifestado un rechazo a los abusos, una oposición permanente a las políticas colonialistas, una defensa tenaz de la libertad y la creatividad, los idiomas, la memoria, y sobre todo, se ha sostenido la transmisión de conocimientos, creencias, valores que buscan el bienestar, la solidaridad, la armonía. Dondequiera que vayamos, así en el tiempo como en el espacio, encontramos mujeres y hombres luchando por la dignidad, sea protegiendo la tierra, denunciando a los criminales, alimentando los saberes.

Los cuerpos de las personas, vistos y asumidos como territorios, también son sujetos de ataques, de violencia. Eso las mujeres lo vivimos en la piel desde niñas. Nuestros cuerpos son tomados como objetos intercambiables, utilizados para su explotación, controlados y forzados para la reproducción. Por eso las feministas siempre han puesto énfasis en la necesidad de liberarnos de todos esos males que nos impiden ser consideradas y vivir como personas autónomas, con derechos y responsabilidades, con poder para decidir.

Al liberar nuestros territorios de la presencia dominadora de la cultura patriarcal que nos exige cumplir con papeles y parámetros ajenos a nuestros deseos, al dejar atrás los mandatos familiares, de-formativos, morales y religiosos, estamos dando pasos seguros hacia nuestra emancipación, y con ello, hacia nuestra realización. Ser libre de trabas absurdas, de hipocresías, de miedos, de fantasías malsanas, nos hace más ligeras, más nosotras, más genuinas, y en tanto tales, más felices.

Nuestras mentes también son territorios ocupados por imágenes, símbolos, conceptos que nos menosprecian y violentan. Por ello, es fundamental hacer una limpieza de todo aquello que nos impide reconocernos y volar. La crítica y la autocrítica son herramientas básicas para constituirnos en sujetas, al igual que la construcción de autoestima y redes de cuidado y afecto. En espacios donde podemos hablar sin censura ni descalificaciones, podemos construir conocimiento en colectivo que nos ayude para soltar las amarras de nuestros distintos cautiverios.

Como integrantes de esta sociedad constantemente sometida a la violencia, sabemos que para sobrevivir y seguir luchando necesitamos organizarnos y acuerparnos, acompañarnos, sumar y no restar. Ante la pandemia de la Covid y la crisis del malgobierno, el cuidado mutuo, el respeto, el reconocimiento son fundamentales para vencer esta oleada de corrupción criminal. 

Consideramos urgente contribuir a la conformación de otro pacto social donde el bienestar colectivo sea el centro de las políticas públicas. Queremos una sociedad que reconozca las pluralidades y que reúna las condiciones necesarias para que todas las personas gocemos de vidas dignas. Liberar nuestros territorios personales, geográficos y comunes, es la vía para el bienestar.