Sofía Monzón y Liz María Salic/ Sin Cuentos

“Tenía 13 años”, recuerda Sofía. “Era un día cualquiera, bajé del bus y caminaba de regreso a mi casa después de un día más de colegio allá por el Trébol. De repente, alguien comenzó a seguirme mientras chiflaba y me decía cosas. Corrí. Estaba asustada. No obstante, ese fue solo el inicio. He tenido suficientes experiencias parecidas a lo largo de los años, algunas han sido mucho más fuertes”.

“Durante el Bachillerato, cada vez que llegaba a la parada del transmetro en Santa Cecilia para ir al colegio me encontraba con un policía que se acercaba constantemente, e incluso llegó a perseguirme en varias ocasiones. No era mi ropa, ni mi forma de caminar. No era yo. Eran ellos. ¿Pero cómo le dices eso a la sensación de miedo que aturde tus sentidos cada vez que sales a la calle?, pues, aunque no te toquen, tu cerebro te marca una nueva alerta y empiezas a reconocer tu casa como el único lugar seguro, al que das gracias por llegar con vida” agrega Sofia. 

En Guatemala, miles de mujeres tienen vivencias similares por contar o callar, ya que no todas están listas para hablar.  

Caminando por las calles, en el transporte público, en los colegios y universidades. En todo lugar somos vulnerables a ser violentadas, no porque lo busquemos, sino por el hecho de ser mujeres. Solo en 2021, el Observatorio de la Mujer del Ministerio Público (MP) reporta que diariamente se reciben un promedio de 235 denuncias por delitos contra la niñez y las mujeres, 36 más que en 2020. De estas, el 5% son por agresiones y otros delitos sexuales.

El acoso callejero es uno de esos delitos sexuales, sin embargo, en nuestro país no existe apoyo legal para enfrentar situaciones de esta naturaleza. Hay países donde sí se ha logrado legislar al respecto. En Chile, por ejemplo, existe un marco normativo que sanciona a los agresores callejeros, no por cometer un delito en sí, sino por faltar a la moral y las buenas costumbres de las personas. Y aunque es el mínimo, es un paso adelante de lo que sucede en Guatemala.

El Observatorio del Acoso Callejero en Guatemala (OCAC-GT), que nació a raíz de la indignación y el repudio que provocan las situaciones a las que las mujeres debemos enfrentarnos a diario, ha participado activamente en analizar y proveer de herramientas de denuncia a las mujeres (y hombres, cuando sea el caso) que han sufrido situaciones de acoso en algún lugar del país. En su portal web cuentan con un mapeo alimentado a partir de las experiencias de personas, quienes reportan el sitio exacto de los hechos, tanto si es en la calle, como en el transporte público, la Universidad de San Carlos Guatemala o el transmetro.

Somos vulnerables siempre. Pareciera que nuestra misma existencia nos violenta. Se nos ha robado la libertad de transitar en los espacios por los que históricamente se ha luchado, se pretende seguir negando nuestro derecho a pertenecer y ser reconocidas en la sociedad de manera digna y respetuosa, tal como un hombre lo hace. Además, se nos quita la libertad de expresarnos y ser tal cual somos por temor a que nos chiflen, que nos toquen, que nos lleven.

Mi madre nunca me ha dejado salir sola a la calle. “No es porque no confíe en ti”, dice, “es porque no confío en todos los demás”. Vivimos con miedo. Miedo de salir, de movernos, de mostrarnos. Preferimos ser invisibles, portar nuestra “cara de calle”, parecer antipáticas e ignorar nuestros alrededores para evitar que simplemente nos vean. Y aún así, no es suficiente, porque no somos nosotras. Merecemos ser libres, pero para serlo, necesitamos quitarnos la venda, aprender a ver más allá de nuestras costumbres o lo que consideramos como “normal”. Aprender a no voltear la cara cuando presenciamos un acto de acoso, a señalar a nuestras amistades cuando también acosan a alguna persona. Debemos desaprender algunos hábitos y costumbres arraigadas y darnos cuenta que, aunque esta es una práctica normalizada y replicada constantemente en la sociedad, no está bien. 

Las mujeres no deberíamos vernos obligadas a cambiar nuestra forma de vestirnos, nuestra forma de ser o de actuar para no ser acosadas o violentadas. El llamado debe orientarse a los hombres para que cambien esas actitudes, para que la culpa y la incomodidad se les traslade a ellos por esos comportamientos violentos.  

Y ese es el propósito de Sin Cuentos, generar un movimiento para luchar contra toda forma de acoso callejero, ya sea consciente o inconsciente. Queremos hacer saber que los chiflidos no nos gustan, no los buscamos y, sobre todo, no son correctos. Nunca lo han sido y nunca lo serán. La admiración y el respeto hacia las mujeres no se evidencia con un piropo y, mucho menos, tocándola sin su permiso; si se quiere demostrar el reconocimiento a las mujeres será permitiéndoles transitar con libertad por el mundo, sin limitar que se exprese tal como es.

Es un movimiento en el que todas y todos contribuimos, ¿te unes a decir las cosas Sin Cuentos?