Llegado el 25N en Guatemala, 446 mujeres han sido víctimas de femicidio. A esta altura del año la cifra ya supera la de muertes violentas de mujeres de todo 2020. Vidas truncadas. Truncados, también, los sueños de las 1mil 768 niñas de entre 10 y 14 años violadas y obligadas a ser madres, sin que exista una ley que las proteja y garantice sus derechos de aquí en adelante. Sin olvidarnos de las 8 mil 819 víctimas de violación sexual y las miles que se acercaron a las instituciones públicas a denunciar violencia física y psicológica en su contra.  

La violencia contra nosotras las mujeres no cesa. Atraviesa nuestras vidas. Las cifras oficiales, con subregistro y todo, así nos lo confirman. Mientras tanto, el sistema de justicia sigue en deuda con la mitad de la población del país. Las sentencias condenatorias, por los miles de delitos denunciados contemplados en la Ley contra el Femicidio y otras Formas de Violencia en contra de la Mujer, no superaron en 2019 ni en 2020 los tres mil casos. Y eso luego de esperar por lo menos dos años para conseguir justicia. 

Un Estado que se muestra incapaz de garantizar el acceso a la justicia para las mujeres, o lo que es lo mismo, que valida la violencia contra nosotras, en la medida que les garantiza impunidad a los agresores, que no pone en práctica estrategias masivas y contundentes de prevención, que no fortalece las instituciones que atienden a las mujeres violentadas y reduce presupuestos para erradicar esta violencia, no puede ser llamado más que como Estado femicida.  

Nosotras sabemos que a este Estado patriarcal, capitalista, heteronormado, colonial y racista, la violencia contra las mujeres le es afín porque necesita mantener y perpetuar sus relaciones de dominio y explotación hacia nosotras. Además, porque no nos quiere libres, insurrectas, cuestionando sus lógicas de muerte. También sabemos que lo que está en juego, lo que se disputa es la vida. 

Entonces para desestabilizar las bases que sostienen la violencia femicida, ponemos en el centro el cuidado del planeta y de la vida, de las personas y de la naturaleza. Nos organizamos, armamos redes, trenzamos proyectos colectivos para cuidarnos, y gritamos hoy, con más fuerza que nunca: ¡el Estado no nos cuida, nos mata! Mata la vida y la despoja.