Fabiola Arrivillaga / Profesora universitaria e investigadora en Matemática Educativa

Daniela tiene 12 años y estudia en primero básico. La semana pasada, cuando trabajábamos juntas un tema de aritmética –yo soy su maestra–, ella me dijo, en voz alta y viéndome a los ojos que en su casa el listo es su hermano, mientras ella es “bien tonta”. De tonta ni un pelo, le dije yo. Y proseguí con mi explicación, aunque la cabeza me martillaba con una verdad casi universal: las  niñas  y  adolescentes suelen sentirse así, tontas, y más en cursos como matemáticas. 

El caso de Daniela no es único.

Hace poco menos de un año, de 60 niñas y adolescentes, al menos 40 afirmaban no tener la capacidad suficiente para las matemáticas. Respondieron      incluso  que, si lograban aprobar o recibir alguna   buena calificación, era gracias a su esfuerzo y dedicación, pero no a su talento. Este fenómeno no es exclusivo de la sociedad guatemalteca, ocurre en todo el mundo. La desigualdad, los prejuicios y los roles tradicionales de género parecen ser elementos dentro de las aulas de matemática, llegan de la mano de las mismas estudiantes y sus familias, y permanecen en los salones de clase gracias a las y los docentes, quienes perpetúan actitudes de minusvaloración de las niñas, algunas veces sin siquiera notarlo.

¿Son las niñas menos aptas para aprender matemática?

Si revisamos los resultados de las Olimpiadas de Ciencias, en los últimos tres años, alrededor del 75 por ciento de los premios los reciben estudiantes hombres. Afirmar, a partir de ese dato  en solitario, que las niñas no cuentan con el talento suficiente es un error, ya que es preciso tomar en cuenta las diferencias en cuanto al número de participantes: los hombres superan por mucho a las mujeres. Entonces la pregunta debería ser: ¿Sienten las niñas ser menos capaces para aprender matemática? Y, de hecho, la respuesta no tiene que ver únicamente con las capacidades y talentos, sino también con aquellas materias que van más con su “destino”.

Las mujeres han sido “construidas” en sus hogares para convertirse en prestadoras de servicios: atender al esposo, cuidar de los hijos, auxiliar al médico… De hecho, se espera que una mujer, si decide estudiar, lo haga desde campos más “afines” a su género: psicología, trabajo social, humanidades, incluso derecho. Si disfrutan de las ciencias, habrían de inclinarse hacia la medicina, afín con el rol de dar atención a los demás. El involucramiento de mujeres en ciencias, como la ingeniería, la biología, o la misma medicina, ha llevado oportunidades de bienestar y desarrollo a sus comunidades.

Una mujer estudia una carrera científica generalmente porque puede, con ello, resolver algún problema que le afecta a ella o a los suyos, como mencionan diversos trabajos de investigación, desarrollados en distintas regiones del mundo, a lo largo de lo que va de este siglo. Un hombre suele hacer ciencia por la ciencia misma. Ya lo decía Lakshmi Puri, desde UN Women, hace cinco o seis años, al insistir en la importancia de abrir oportunidades a niñas y adolescentes para desempeñarse dentro de la investigación científica: la participación de las mujeres en la ciencia sólo puede desembocar en mejores sociedades.

Ciencias inexactas

Ilustración: Meli Sandoval

Ilustración: Meli Sandoval

Queda claro que las ciencias naturales son un campo aprobado para las mujeres, pero ¿qué hay con las ciencias exactas, aquellas que no pueden sanar un corazón o llevar agua a un poblado? 

La matemática es la ciencia abstracta por excelencia, pero eso no debería significar que el acceso a ella sea desigual. Estudios llevados a cabo en universidades importantes en el mundo dan cuenta de ello: no existe diferencia biológica para justificar que las niñas se alejen de la matemática conforme crecen.

Porque el fenómeno se da a medida que se acercan a la secundaria, manifestado éste en pérdida de interés, retraimiento y menor rendimiento académico en estos cursos. Por ejemplo, se sabe que las adolescentes inglesas suelen asignarse cursos matemáticos más fáciles y menos exigentes, y prefieren pasar desapercibidas en el aula, al igual que las patojas pakistaníes, las neozelandesas o las guatemaltecas. Sienten temor.

Por un lado, ese temor responde al hecho de evidenciar a un compañero hombre como menos hábil que ellas, y meterse en un territorio en el que pueden ser mal vistas.

Siendo preadolescentes o adolescentes, el asunto social es crucial para ellas y pueden creer que al hacer sentir a sus compañeros humillados o torpes, ellas serían marginadas por atreverse a ello. Pero también sienten enojo, rabia y molestia contra sus maestros, por varias y muy justificadas razones. En primer lugar, sus compañeros hombres pueden ser indisciplinados, trabajar sucio, faltar con tareas sin sanción suficiente; a ellas se les demanda que trabajen con excelencia y se les exige que cumplan con todo. En segundo lugar, sus docentes suelen prestarles más ayuda de la que necesitan, lo que las hace sentir irrespetadas y, en última instancia, incapaces de resolver por sí mismas.

Finalmente, están cansadas de ver que sus compañeros reciban atención, retos y reconocimiento por sus logros, mientras ellas se encargan de “poner bonito” lo que hacen. Demandan respeto, piden desafíos y exigen igualdad.

Por ello, si las y los docentes de matemática nos comprometemos con que las niñas encuentren un espacio seguro e igualitario en nuestros cursos, lograremos que venzan algunos prejuicios que las sociedades patriarcales les han implantado. Quizá entonces conseguirán destacarse en un campo tradicionalmente masculino, lo que les demostrará que son igualmente capaces. Enfrentarán tareas desafiantes, lo que les evidenciará que son respetadas y que se cree en su talento. Se empoderarán al descubrirse con la inteligencia suficiente para crecer académicamente, y tomarán decisiones más libres y sustentadas.

La tarea no es simple, pero la desigualdad es dura de roer. Hay que enfrentar una acción docente a la vez Hace algunos años, Emily me dijo lo mismo que Daniela; sin embargo, en cuanto se convenció de lo equivocadas que estaban algunas de las creencias que traía consigo respecto a su capacidad y a las matemáticas, comenzó a volar. Espero lograr que Daniela, y todas las demás Danielas a quienes me encuentre, encuentren en la matemática un camino a la igualdad, y vuelen también.