Aidé García Hernández / Co-directora de Católicas por el Derecho a Decidir México (CDD México) 

En la actualidad los fundamentalismos religiosos son un fenómeno global caracterizado por una reacción dogmática, absolutista y excluyente de determinados sectores que buscan imponer una visión única del mundo y la moral. En cuanto a sus objetivos particulares, los fundamentalismos religiosos buscan el control de la autonomía sexual y reproductiva, situación que impacta desfavorablemente a los derechos sexuales y reproductivos, así como a los derechos de la población LGBTI+. 

Los fundamentalismos religiosos consideran la autonomía sexual y reproductiva como una afrenta a la visión única que defienden, de esta manera utilizan discursos que justifican la discriminación y la violencia. Además, aprovechan la falta de información de la sociedad para generar miedo y presentarse como la única y verdadera opción que salvará a la sociedad de las amenazas a los valores de la familia. En ocasiones responsabilizan al feminismo y la diversidad sexual de los problemas sociales como la pobreza, la desigualdad social, la violencia y las enfermedades. 

En América Latina y El Caribe la manifestación más representativa de los fundamentalismos religiosos es expresada por la jerarquía de la Iglesia Católica y, de manera más reciente, por algunos sectores conservadores de las iglesias evangélicas y de algunas organizaciones sociales, cuyo principal recurso es el uso de la religión como instrumento político para imponer su visión del mundo. 

En la región particularmente, entran también los llamados grupos conservadores, (“provida”, anti derechos, derecha o ultraderecha). Actores que, de manera individual o colectiva, se oponen al avance de los derechos vinculados a la autonomía sexual y reproductiva: aborto legal, educación sexual integral, métodos anticonceptivos y derechos al reconocimiento de la identidad sexual e identidad de género, generando así un contexto de persecución y criminalización de las mujeres que abortan o requieren acceder a la anticoncepción de emergencia. En cualquiera de los casos, la situación se agudiza cuando las niñas y mujeres enfrentan condiciones de vulnerabilidad, alta marginación y negación sistemática de derechos. 

En México particularmente, el acontecimiento que desató el embate más reaccionario de los fundamentalismos religiosos fue la despenalización del aborto hasta las doce semanas de gestación, aprobada el 24 de abril de 2007 y validada en 2008 por la SCJN, aglutinando un amplio catálogo de estrategias impulsadas por los fundamentalismos religiosos, que se sigue replicando hasta el día de hoy: injerencia activa y posicionamientos públicos de jerarcas católicos, acciones de inconstitucionalidad, amenazas de ex comunión a legisladores y funcionarios públicos a favor de la despenalización, marchas en contra del aborto, campañas mediáticas con personas del medio artístico y creación de organizaciones civiles y movimientos, aparentemente no religiosos, para fungir como vocerías ciudadanas, entre otras. 

La interrupción Legal del Embarazo y, sobre todo, la decisión favorable de la SCJN, motivaron a la jerarquía de la iglesia católica a impulsar una estrategia de blindaje constitucional, que consistió en reformar 16 constituciones locales en el periodo de 2008 a 2010 para proteger la vida desde la concepción /fecundación. 

Los sectores fundamentalistas también han intervenido en el ámbito médico por medio de la presión o el señalamiento al personal prestador de servicios; el uso de la objeción de conciencia individual (personal médico y de enfermería) o a nivel institucional (hospitales): buscan articulación con institutos o comités de bioética, entre otros. En el mismo sentido, realizan acciones directas a nivel social, para disuadir a mujeres y jóvenes que requieren acceder a un derecho o servicio de atención médica. 

La obstaculización de derechos para las personas LGBTI+ también es un tema de primer interés para los fundamentalismos religiosos, en particular el matrimonio igualitario, pues el reconocimiento de derechos vinculados con la identidad de género y la orientación sexual es percibido como una confrontación al modelo de familia tradicional que defienden. 

Aunque los fundamentalismos religiosos ya no sólo establecen alianzas con actores del gobierno, sino que se han insertado a la vida política, como funcionarios públicos por medio de la conformación de partidos políticos. 

Acciones Feministas para contrarrestar los fundamentalismos religiosos en Salud Sexual y Salud Reproductiva 

Demandar la autonomía de lo político frente a lo religioso es una forma directa de responder a la injerencia de fundamentalismos religiosos, pues la separación del Estado y las iglesias permite garantizar derechos y libertades en contextos democráticos de conformidad con el Principio de Igualdad y No Discriminación. 

CDD México ha impulsado una estrategia de formación para personal proveedor de servicios de salud, con el objetivo de promover una actuación enmarcada en la ética laica y el respeto a los derechos reproductivos de niñas y mujeres. La articulación de redes y alianzas es una estrategia importante para responder ante alertas de retrocesos y oportunidades de avance y, sobre todo, una posibilidad de ampliar la capacidad de acción y reacción. 

El activismo de jóvenes feministas desde espacios y feminismos diversos, también ha tenido un rol decisivo para contrarrestar el avance de los fundamentalismos religiosos. 

La labor de las redes de acompañamiento en aborto, responde a los diversos obstáculos que enfrentan las mujeres para acceder al aborto en los Estados, aun cuando éste sea legal, pero además contribuye a eliminar el estigma y reivindicar el derecho a la plena autonomía reproductiva, independientemente de la regulación estatal que insiste en mantener al aborto como una conducta penal, y no un asunto de salud pública, derechos humanos y justicia social. 

Los fundamentalismos religiosos y el gobierno de los cuerpos

Gabriela Miranda García / Teósofa feminista

El fundamentalismo religioso es y ha sido uno de los pilares que mantienen cualquier sistema hegemónico de dominación. Por lo que no sólo hablamos de una religión en específico, sino de un conjunto de creencias cuyo objetivo es imponer una ideología que sostenga -en parte- un orden social, ya sea local o global, con lo que finalmente se conservan lógicas de opresión. Los fundamentalismos religiosos, pero no sólo, han posibilitado, difundido y sostenido los argumentos necesarios para ello, y al ser estos de tipo trascendente, casi siempre son aceptados por miedo u obediencia. Voy a ampliar la idea con una definición sobre fundamentalismo que ya he utilizado en otros momentos y que las mujeres africanas, desde su experiencia como afectadas por estos movimientos  religiosos, han elaborado: “Es una ideología conservadora moralista basada en una interpretación particular de las escrituras (de textos considerados ‘sagrados’ para el mundo religioso cristiano) que se promueve a sí misma y se instala como hegemónica, y encuentra en ella su justificación.”[1]

El gobierno sobre el cuerpo es, sin duda, uno de los principales intereses de los discursos y prácticas fundamentalistas. Los fundamentalismos religiosos tratan de imponer ideas conservadoras que pueden ir desde un régimen sobre los fluidos, hasta las prácticas sexuales de las personas; y desde la aprobación de tratamientos médicos hasta definir el vestuario apropiado. Todo lo concerniente a gobernar el cuerpo es de interés de los fundamentalismos religiosos. Pero por qué. El gobierno y disciplinamiento de los cuerpos siempre será un recurso primordial en cualquier forma de hegemonía, porque esto le garantiza la obediencia, la subordinación o la auto adscripción de las personas. Por ello, mucho del fundamentalismo religioso ha influido en políticas estatales y decisiones internacionales, argumentando con la moral cristiana deberes patrios, familiares y hasta económicos. Podemos ver que la hegemonía del sistema se vale de los fundamentalismos religiosos para poder mantenerse, y es por ello que los ampara, resguarda y favorece. 

Para las resistencias contrahegemónicas de las feministas o de los grupos feministas, detener o contrarrestar los avances fundamentalistas es uno de los frentes de lucha, porque podría significar retrocesos en los derechos obtenidos, hostilidad en sus demandas o abusos y arbitrariedades en contra de grupos vulnerables, como las disidencias sexuales. 

A lo largo de la historia, el argumento moral y familista ha sido el más efectivo para envilecer y desprestigiar la resistencia de las mujeres. Por ello es que los argumentos fundamentalistas calzan tan bien como sus calumniadores y detractores. Los grupos fundamentalistas han sido perseguidores contantes de las resistencias feministas, porque, de lograr la emancipación de las mujeres al sistema patriarcal, colonial y capitalista, significaría el rompimiento del orden global.

Las resistencias y las teorías feministas son un bien común, aunque no sea percibido ni entendido así, las luchas feministas han permitido grandes logros humanos y de derechos para todo tipo de personas. En cambio, los argumentos fundamentalistas conservadores son la base de enormes desigualdades, de despojos, de crímenes de odio, de políticas y leyes discriminatorias, de invasiones y de tratos violentos e injustos. 

De haber un dios, tendrá los labios pintados de rojo y un pañuelo verde en su puño alzado. 

 

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[1] Jessica Horn, Los fundamentalismos cristianos y los derechos de las mujeres en el contexto africano: Mapeo del terreno, 1. https://bit.ly/3x5rPN8 consultado el 10 de septiembre 2018.

 

Para qué queremos laicidad en el Estado 

Stephanie Rodríguez/Abogada feminista de derechos humanos 

A lo largo de la historia, las mujeres hemos sido sujetas de diversas opresiones, desde la casa, la educación, la cultura, la política, sin olvidar las religiones. Y sabemos que en cada una nos han sometido a situaciones contrarias a nuestras voluntades y, sobre todo, a nuestros derechos. 

Las religiones han coadyuvado a transmitir de forma importante la desigualdad y los valores patriarcales por la enorme influencia que han tenido en las distintas sociedades.  Por ello, en los últimos años, desde diversos espacios una de nuestras luchas ha sido la demanda de separación entre el Estado y las iglesias.  

¿Y qué es la laicidad?  

Se le define como el principio de autonomía del Estado, sus instituciones, sus leyes y sus políticas públicas respecto de las autoridades, organizaciones y creencias dogmáticas. En otras palabras, es la forma según la cual el Estado debe edificarse con independencia de los particularismos morales, religiosos o de cualquier otro tipo. La laicidad debe ser un principio rector de los Estados democráticos, ya que, a través de ella, las personas, en su diversidad, pueden disfrutar de sus derechos, incluyendo la libertad de religión, para no vivir bajo una mirada y reglas impuestas que menoscaben sus propias creencias, identidades y formas de ver y sentir la vida.  

Es importante señalar algunos aspectos importantes de la laicidad, los cuales ayudan a desmitificar aspectos que erróneamente se le atribuyen. Lo primero es que no es anti religiosa; por el contrario, es garante de la libertad de creencias y de conciencia, permite a cada persona tener sus creencias sin ningún tipo coacción. 

Segundo:  no es anticlerical, porque siempre que estén separados de las funciones del Estado, quienes forman parte del clero pueden operar en completa libertad. Este es uno de los elementos más importantes, ya que nunca se coartan las creencias de las y los funcionarios públicos, lo que sí se les pide al momento de desempeñar sus funciones, es que no interpongan éstas como pretexto para incumplir con sus mandatos legales. 

Tercero:  no es exclusivamente la separación entre Estado e iglesia, aunque este es uno de los componentes del Estado laico.

Cuarto: no es la pérdida de importancia de las religiones en la sociedad, puesto que la laicidad se le exige únicamente al ámbito del Estado. En la vida privada, las y los funcionarios públicos pueden o no profesar una religión. 

Quinto: es un principio que permea la construcción del Estado y todo lo que deriva de éste, como las leyes, las instituciones y las políticas públicas; lo cual es fundamental para garantizar un Estado de Derecho. 

Sexto: es un principio que tiene como propósito final facilitar la convivencia armónica entre grupos sociales y personas plurales. La laicidad no incide directamente en las creencias y prácticas de las personas; sin embargo, se esperaría que, en un entorno jurídico, político e institucional respetuoso de todas las personas y su diversidad, éstas adopten la laicidad como principio básico para la convivencia pacífica. 

En el caso de Guatemala, hablar de laicidad y Estado laico es una tarea compleja, ya que la sociedad está influenciada y permeada sobre todo por la iglesia católica (desde la construcción misma del Estado moderno) y por múltiples iglesias evangélicas. Sin embargo, en el ámbito legal, la Corte de Constitucionalidad, a través de la sentencia 1690-2010, ha establecido contundentemente que el Estado de Guatemala es laico, por lo que las y los funcionarios públicos deben aprender a separar sus creencias religiosas personales de sus funciones legales.