Rosario Orellana/ laCuerda

El Estado de Guatemala tiene una enorme deuda para garantizar los derechos humanos. Particularmente para la comunidad LGBTIQA+ no ha creado condiciones básicas que permitan construir vidas y sexualidades dignas. Las personas LGBTIQA+ se enfrentan a sectores conservadores de extrema derecha con parafernalia religiosa enquistadas en las instituciones, que polarizan a la población y normalizan la discriminación y exclusión. 

La Oficina de la Alta Comisionada de la ONU para los Derechos Humanos (OACNUDH) documentó en el país un total de 29 as   esinatos de personas LGBTIQA+ durante el 2021. Por su lado, el Observatorio por Muertes Violentas de la Red Nacional de la Diversidad contabiliza 28 crímenes de odio en el mismo periodo y destaca que el departamento con las cifras más alarmantes es Izabal, casos que han quedado en la impunidad. 

A estos asesinatos se suma otro tipo de violencias en las que según Human Rights Watch en su informe “Violencia y discriminación contra personas LGBT en Guatemala”, se incluye en el listado de agresores a agentes de seguridad pública, entre otros actores. 

Este hallazgo coincide con la historia de Doug Tejeda, director de It Gets Better [Se pone mejor] en Guatemala, un joven que se identifica como gay quien a sus 20 años sufrió un ataque por parte de la Policía Nacional Civil (PNC) dando un giro completo a su vida. “Fue la primera vez que yo vi la maldad en los ojos de alguien”, recuerda. 

Las marcas de la violencia y la indiferencia 

 

Tejeda se sintió “diferente” desde muy pequeño y a los ocho años comenzó a sufrir acoso y burlas en el colegio porque era “muy femenino”. El entrevistado rememora que nunca tuvo una figura de apoyo con quien hablar, aunque si tiene claro que una de sus maestras llamaba “rarosas” a las personas LGBTIQA+, “sin imaginar el daño que puede causar a un niño”, señala. 

Juan Pablo Hernández, presidente de la organización Visibles, explica que la homofobia se ha transformado “en el miedo a que las cosas cambien, a que los pensamientos evolucionen. Es un miedo a que tomemos espacios públicos, a que nuestras demandas sean escuchadas, aunque esto no represente ninguna amenaza para nadie”. Hernández destaca que ese miedo conlleva al odio “porque las reacciones [frente a la diversidad sexual] son agresivas. Las personas reciben información de sus familiares, amigos, escuelas e iglesias en donde te repiten que está bien tener miedo al cambio y eso causa que quienes están explorando su sexualidad y su identidad sellen el clóset.” 

Doug relata que una noche de viernes, cuando volvía a su casa ubicada cerca de la Calzada San Juan en la zona 7 capitalina, después del gimnasio, dos PNC le apuntaron con un arma y lo detuvieron. Inmediatamente el joven salió corriendo, pero los nervios y la desesperación por encontrar ayuda le hicieron caer. “Después de un buen rato, llegó una nueva patrulla con unos 15 policías. Todos me pegaron, cada uno por turnos. La gente pasaba a un lado y nadie hacía nada”, describe. 

Tras la golpiza, el joven fue llevado a un callejón. “En ese momento algo se rompió en mí. Pasé del miedo extremo a la ira”, dice. Luego de varias horas llegó a una comisaría en donde nuevamente fue víctima de gritos y agresiones sexuales por parte de los agentes, quienes además extorsionaron a la familia por seis mil quetzales. 

Fue llevado al preventivo y fichado. “Me acusaron de robo en grado de tentativa y posesión para el consumo. De eso me enteré durante mi audiencia de primera declaración, que se hizo hasta el martes siguiente. Se resolvió por falta de mérito. Esto me pasó por ser quien soy”, sostiene. A partir de ese momento, el hoy director de una organización que busca empoderar y conectar a las juventudes LGBTIQA+, reconoce que “si esto no hubiera pasado, no sé en dónde estaría; yo en ese momento tenía otras metas y esta situación me partió la vida en dos”. 

Doug atravesó por múltiples procesos debido al trastorno de ansiedad generalizado que se le diagnosticó y hasta la fecha toma medicamentos y practica deporte como método de sanación. Por los estigmas ante su condición postraumática, se vio obligado a renunciar de su trabajo, viajó a Estados Unidos, se internó en al menos dos ocasiones, tuvo pensamientos suicidas y asistió a terapias con psicólogos y psiquiatras. “Hice todo lo que pude para estar bien”, manifiesta.

Tras varios años en una montaña rusa de emociones, Doug Tejeda comenzó a conocer y trabajar el tema de VIH/SIDA, y hoy afirma que ello ha sido un pilar fundamental para su desarrollo. “Yo decidí mantenerme negativo, pero entendí que al hablar sobre población LGBTIQA+, debemos conocer sobre el VIH/SIDA. Existen muchos activistas que te dirán que la comunidad no solamente es eso, pero en Guatemala sí fue el VIH/SIDA la lucha que unió a las comunidades, fue una condición que los orientó para organizarse y por eso es importante», concluye. 

Amar e informar

Tanto para Doug como para Juan Pablo, la difusión de información pertinente es básica para transformar los entornos de la población LGBTIAQA+. “No solamente es informar sobre las distintas identidades y posibilidades con respecto a la sexualidad y género, sino también visibilizar otras experiencias, que hay personas que pasaron cosas igual que yo y que me pueden comprender y esto no lo hacemos por los heterosexuales, lo hacemos por quienes vienen atrás de nosotros”, declara Hernández. 

Por su lado, Tejeda afirma que hace falta una mirada amorosa hacia las personas LGBTIQA+ cercanas, y que se necesita abrir canales que difuminen las brechas de desigualdad; que el Estado asuma sus compromisos en la creación de políticas públicas para garantizar los derechos de la población LGBTIQA+ “que posiblemente no cambiarán las realidades, pero elevarán el tema. Se hablará de la comunidad”. Razona también que se requieren garantías en dignidad laboral, acceso a la educación y educación sexual integral. 

Hernández, por su cuenta, acepta que ha habido avances importantes como la “manifestación tan nutrida de marzo pasado para que se eliminara la Ley de Protección a la vida y la familia, la existencia de la campaña Somos Familia y las transmisiones y entrevistas en televisión. La gente puede nombrarse y ponerse banderas. Es satisfactorio, aunque también todo esto incluye tanto dolor y esfuerzo. Sabemos que no podemos transformarlo todo, pero sí estamos haciendo pequeños cambios” puntualiza.