En este país pequeño parece que quienes detentan el poder se han empecinado en hacer que lo que antes quedaba lejos, como escribió el poeta Ak´abal, hoy se vuelva absolutamente inalcanzable. O, al menos, así pretenden hacernos creer. Ya no solo hacemos referencia a “la comida, las letras y la ropa” sino a la justicia, la ética, la seguridad, la preeminencia de los derechos humanos, entre otros, a los cuales quieren volver letra muerta. 

Este discurso de la derrota, que difunden por cada intersticio que pueden, se acompaña de acciones concretas que socaban lo poco que quedaba de institucionalidad democrática y Estado de Derecho. El despojo que aprendieron a lo largo de la historia lo aplican hoy con esmero sobre la institucionalidad democrática. Mientras, insisten en negar lo que la ciudadanía denuncia y en responder con tecnicismos a los requerimientos de los organismos internacionales. 

Sin embargo, el deterioro democrático no se puede ocultar. La Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) en su informe de 2021, publicado recientemente, enfatizó que “el Estado de Derecho se ha deteriorado gravemente”, que “se intensificó la criminalización y estigmatización” contra quienes defienden la independencia de la justicia en el país, así como contra quienes desarrollan la labor periodística y de defensa de derechos humanos y, también, que ha habido un “progresivo debilitamiento de la institucionalidad de derechos humanos”. 

Y la debacle hace mella, claro que sí. Ante la falta de certeza de “la comida, las letras y la ropa” así como de seguridad, de defensa de la vida y propiamente de un futuro, la población se siente apresada y expulsada. Han aumentado las respuestas surgidas de la desesperación y la impotencia, hay mayor cantidad de personas que migran, o quieren hacerlo, en condiciones cada vez más inseguras, precarias y peligrosas. Se han construido todas las condiciones para que haya un incremento de la violencia en todas sus manifestaciones y, como corolario, las cifras de suicido también van al alza desde 2021, profundizándose en 2022. 

Frente a este panorama, una salida posible es asumir como verdadera la narrativa de la desidia, seguir “ganando” el sentido común del conformismo y la inacción. O podemos reforzar la esperanza, unirnos, armar alianzas, repensar nuestras estrategias, organizarnos para seguir visibilizando la ignominia, seguir denunciando sin eufemismos las prácticas autoritarias. Porque frente al deterioro y la regresión autoritaria el peor camino es el silencio y la normalización. Organicémonos porque en colectivo somos mas fuertes.