Andrés Cabanas / Comunicador
Los periodos electorales dificultan la construcción de alianzas. El sistema electoral y de partidos, por su propia naturaleza, prioriza la defensa del espacio propio frente a la construcción de espacios amplios de carácter flexible; impone la voluntad de una discutida mayoría de votantes sobre la búsqueda de consensos; y sobredimensiona la disputa del poder institucional frente a la disputa del poder en sentido amplio. A esto añadimos una cultura organizativa en el campo popular y en general en el Estado y entre los sectores de poder que, mayoritariamente, centraliza decisiones, eterniza liderazgos y recela de la autocrítica.
No obstante, el debate sobre las alianzas partidarias está, y es positivo si incluye además otras reflexiones a largo plazo.
Planteo las siguientes ideas
El debate tendría que transcender lo coyuntural-electoral, donde apenas se discute la articulación de siglas o (en el peor de los casos) el reparto de candidaturas. La alianza necesaria discute y construye procesos de refundación, disputa el poder más allá de lo institucional-estatal y acumula fuerza para la impugnación de este sistema y la construcción de un modelo económico, político y social desde diferentes miradas.
En este sentido, el debate y los acuerdos para alianzas pueden orientarse a partir del reconocimiento de la diversidad de sujetas y sujetos y las múltiples propuestas y acciones para la transformación ya existentes frente a este sistema. Y debe desarrollarse con diferentes actorías (se nutre especialmente de la fuerza de las juventudes, por su dinamismo y voluntad de cambio) y diferentes visiones, ideologías, interpretaciones teóricas y sobre todo, prácticas de lucha y de vida en resistencia.
La alianza no tendría que pretender homogenizar ni centralizar (más) la toma de decisiones, ni minimizar las diferencias existentes: históricas, de implantación territorial, de tiempos, ritmos y formas de trabajo, de paradigmas (feminismos, diversidad sexual, buen vivir y otras). La metodología para la construcción de alianzas enfatiza en lo que une (genealogías de lucha, diagnóstico del estado finca-oligárquico-criminal, propuesta cada vez más avanzada de estado plurinacional) y asume las diferencias como riqueza y posibilidad de construcción de un proyecto mejor.
Otro punto a valorar es la necesidad de que los procesos de alianza partidaria se construyan desde la coordinación de comunidades, organizaciones sociales y población no organizada, a partir de las luchas cotidianas para la defensa del territorio, el agua, el conocimiento milenario, los idiomas, la identidad, la salud, la cultura y la soberanía alimentaria, que asimismo crean redes de apoyo para la sobrevivencia. Las alianzas entre partidos no garantizan per se la incorporación de voces y decisiones comunitarias, por lo que resulta una paradoja que la ingente organización social y territorial, expresada en multiplicidad de luchas y acciones, no tenga una representación suficiente en el debate sobre alianzas y en general en los proyectos de los partidos políticos.
Por último, siguiendo el hilo del pensamiento gramsciano de la prefiguración, para alcanzar alianzas es tan importante el resultado como el proceso que seguimos. De hecho, considero que el proceso, es decir, la forma en que intentamos construir alianzas y la forma en que realizamos política y acción colectiva transformadora, es el Debate con mayúsculas. Lo podemos hacer con apertura al disenso para construir consensos, o con verticalismo, imposiciones, liderazgos perpetuos, discursos cerrados e invariables. Concebimos las alianzas desde el respeto a otras sujetas, la escucha y la apertura o desde un sujeto central hegemónico. Aceptamos la autocrítica o trazamos líneas rojas que dejan fuera del debate las falencias de dirigentes que ya no representan el sentir de la población, al tiempo que exacerbamos las críticas despiadadas y más o menos explícitas a quienes no piensan exactamente igual que nosotrxs.
Así, la construcción de alianzas no puede ser una herramienta para justificar lo que ya hacemos y reforzar nuestras certezas sino para cuestionar, interpelar y refundar nuestras formas de organización y decisión. De lo contrario, reproducimos en conductas y prácticas aquello que decimos combatir: la invisibilización y exclusión, la intolerancia, la insolidaridad y la idea de un país de unos que se impone sobre los demás.
Hoy por hoy los procesos de alianza (de los que por cierto existe poca información más allá de los escasos participantes en los mismos) se construyen con bases poco sólidas –de arriba hacia abajo- o funcionan como autojustificación de mis aciertos o exculpación de mis errores: siempre son los otros los que impiden avanzar.
Existe una oportunidad, en primer lugar y en el corto plazo, para construir una amplia coalición que articule lo organizado y motive a la gente desencantada para enfrentar este Estado autoritario y este estado social apático y conservador. En segundo lugar, la apertura de procesos de confluencia/articulación tendría, en mi opinión, un efecto simbólico movilizador, renovando y ampliando formas de organización y toma de decisiones en las que las comunidades y las diversas actorías sociales sean las decisoras, y generando un campo común que articule simbólica, física y emocionalmente nuestras luchas y demandas, nuestras visiones y sueños, más allá de siglas, votaciones y coyunturas.