Daysi Flores

Yo nací en dictadura, pero no la recuerdo porque crecí en medio de los discursos democráticos que me hicieron creer que no había otra forma de existencia social válida y que no había forma de retroceder a los horrores ocultos del pasado. El 2009 me enseñó que estas certezas eran equivocadas: Un Golpe de Estado me hizo conocer demasiado de cerca los horrores de los que sólo había escuchado en las historias contadas en voz baja por las abuelas. Yo, al igual que la mayoría del pueblo hondureño y las feministas junto a él, salí a la calle convencida de que una dictadura no tendría cabida en pleno siglo XXI, pero el tiempo nos enseñó que el golpe se dio justo para instalar una.

Consignas como “Ni golpes de Estado, ni golpes a las Mujeres” daban cuenta de un nivel de análisis feminista colectivo que logró conectar diversas luchas, como la de la conciencia de que cuando el Estado es asaltado desde la violencia, debe ser disputado, y que esa disputa está íntimamente relacionada con las luchas por la vida digna de las mujeres. Este análisis se vuelve más claro cuando estás viviendo en carne propia un golpe crudo y evidente que nos cruza el cuerpo, la vida y todos los pactos sociales. Sin embargo, a medida que las dictaduras se van asentando y algunas grietas se abren, el análisis se vuelve más complejo y menos claro.

Doce años pasaron

La dictadura se fue asentando, la resistencia se volvió la normalidad y las feministas tuvimos, al igual que muchos movimientos, un decaimiento en el debate y un desgaste en la inmediatez de solventar la vida y atender las urgencias a las que nos sometieron como pueblo. En 2021, contra todo pronóstico, después de tres fraudes electorales, Honduras inicia un camino de retorno a la democracia de la mano de la primera presidenta en la historia: Xiomara Castro, esposa del presidente derrocado en el golpe del 2009. Este hecho histórico en sí mismo encuentra a los movimientos feministas debilitados y con grandes consecuencias en la forma en la que se asumen frente a él. El debate de la radicalidad vs. los Estados vuelve a permearnos como movimiento feminista.

Parafraseando a Holland-Cunz, ecofeminista de los noventa, el feminismo es percibido como un movimiento que ha fracasado con éxito y en Honduras, a pesar de que las feministas nos sumamos a la lucha por el retorno a la democracia, esta percepción nos ha acompañado a lo largo de la resistencia y ha dado paso a reflexiones diversas como las de Luchemos: una organización política feminista que aporta a la transformación formando parte de procesos de disputa del poder con y desde las mujeres.

Frente a estas lecturas, y sobre conocer si entrar a la contienda electoral y al gobierno actual, no las conflictúa como agrupación feminista, Carmen López, de Luchemos, comenta: “nosotras entramos a esto desde la lógica de cambiar al menos lo mínimo, ya que esto iba a ser mejor que lo que teníamos.  Nos preguntamos si el entrar en la lógica del Estado y de un cargo público no iba a contradecir la convicción de que la institucionalidad no es un instrumento donde se cambian realmente las cosas de manera estructural. Si entrar al Estado iba a significar la absorción de la radicalidad y la coherencia que queremos tener en todo nuestro camino. La disyuntiva de si con las armas del amo se cambia la casa.”

En Honduras hemos crecido políticamente en medio de un movimiento feminista que disputa posiciones entre lo liberal y lo radical. En ambos extremos se posicionan debates teóricos y públicos, que distan no solo de la práctica de lo posible, sino del ejercicio colectivo político transformador; apartados, muchas veces, del reconocimiento de la realidad cotidiana que viven las otras mujeres no feministas, incluidas las de los partidos políticos, y que dejan poco espacio para evidenciar la diversidad de posturas y prácticas que conforman los feminismos.

Para Sara Ney, también de Luchemos, “es trascendental el entendimiento de que la diversidad es una fortaleza para nosotras y es justo esa diversidad la que nos ayuda a mantenernos en el debate sin desarticularnos.”

Luchemos ha logrado sostenerse a pesar de los dilemas y las contradicciones buscando caminos que las lleven a pactos acuerpantes que no comprometan, por ahora, el debate político. “A veces se sentía como contradicción, pero a puro debate político nos dimos cuenta de que al final, vivir con esa contradicción no era algo precisamente malo pero que ameritaba de mucha práctica política en la discusión. Toda la antesala de discusión y reflexión política nos sirvió muchísimo para que, en este momento tan decisivo, la misma contradicción no nos deshiciera, pero ya los acuerdos mínimos estaban y los hemos respetado”, señala Carmen.

Honduras ha iniciado un camino osado para soñarse. Algunas compañeras feministas dentro y fuera de Luchemos han decidido acompañar esta osadía. Quedan muchas preguntas en el tintero: ¿Caben en esa construcción de un nuevo amanecer las esperanzas de las mujeres para poder decidir sobre nuestros cuerpos, nuestras camas, nuestro país, nuestras vidas y la del planeta? ¿Podrán los caminos abiertos ayudarnos a remendarnos con hilos fuertes y resistentes para enfrentarnos a las fuerzas oscuras asentadas en los 12 años de dictadura? ¿Será este gobierno un instrumento más para profundizar el desmantelamiento de movimientos sociales desde lo partidario? O ¿Quedará espacio para la crítica, el debate y la construcción de una sociedad democrática?

La reflexión colectiva y el debate quedan abiertos…