María José Rosales Solano / laCuerda

Erradicar lo biológico de la raza y la genitalización del género

Fernando Us, Maya k’iche’

Foto: María José Rosales Solano

En este artículo intentamos reflexionar sobre el territorio de la ciudad de Guatemala y cómo funciona el racismo en los cuerpos de las juventudes y en las ideas hegemónicas. Esta intención se cruza con la acción política de desenmarañar prácticas comunes que ejercen violencia a ciertos cuerpos que, de paso, son la mayoría de personas que habitan ese territorio. Adicionalmente, la intención de repasar cómo son complejas las formas de relacionarnos entre las personas. 

Reflexionar sobre racismo ha sido una lucha de los pueblos originarios y de la diáspora negra en Abya Yala, ha sido un trabajo permanente cuestionar las formas de organización por medio de las ideas de raza y cómo funcionan las relaciones basadas en éstas. Es importante reconocer el papel de las mujeres de estos pueblos, quienes han aportando al análisis, vinculando el racismo y el patriarcado, y colocando en el centro su experiencia. Para la doctora Aura Estela Cumes esto ha sido vital para la lucha antirracista.

En este sentido, Ketzalí Awalb’iitz, joven poqomam, artista y migrante a la ciudad de Guatemala, afirma que el racismo es un régimen político que clasifica y ordena las actividades a realizar para las personas no-blancas y cuando “los cuerpos-no-blancos no siguen estas normas en donde se les ha obligado estar, sacude y hace terremoto.”

Ketzalí agrega que en el imaginario social de los territorios urbanos, como la ciudad de Guatemala, las mujeres indígenas ocupan un lugar inamovible. Las mentes ladinas no perciben que puedan ocupar otros espacios y ejercen racismo hacia sus cuerpos, ya que materialmente, también se les impide moverse. Ejemplo de ello es ubicarlas en las esferas del servilismo. Así como dice Ketzalí, “se convierten en identidades quietas”, estáticas. 

De manera que el racismo es parte del régimen disciplinario, en el sentido que moldea a la población para establecer relaciones basadas en los criterios e ideas fundantes del régimen colonial para concretar la supremacía blanca. Funciona para disciplinar a las personas para que respondan de una manera racial. Y esta disciplina responde a relaciones jerárquicas, que en algunos momentos se controlan por medio de castigos, desde una política de exterminio, cuando una persona o colectivo decide moverse de esos lugares impuestos. 

Esta dominación ha sido instalada por siglos de invasión, por medio de violencia extrema como el genocidio, el trabajo forzado y la violencia sexual. Todo ello conformó una disciplina racista y misógina en la población, además de segregar a las poblaciones por medio de una clasificación entre quién se considera “ciudadano” y quienes no-son-ciudadanos. 

Para controlar y que un territorio funcione como país, a partir de fronteras o límites, han creado e instalado el Estado, ente regulador que opera y forma parte del conjunto de instituciones que hace funcionar la disciplina racial y sexual. Este Estado requiere que por lo menos un porcentaje de la población esté segura de que esta es la “única” manera de vivir o de organizarse. Es así como logran que se mantenga con recursos y legitimidad. 

Es así como el consenso sirve para legitimar estas relaciones y no necesitan tanto el castigo. Aura Estela Cumes dice: “para que un sistema de dominación tenga éxito, se requiere que las personas inferiorizadas, por su sexualidad, color de piel, pertenencia a un pueblo, o su condición económica, acepten esa inferiorización y la reproduzcan.”. Disciplinar a las personas bajo el sistema racial significa que obedezcan las formas de clasificación que asigna la idea de raza.  

Jorge Ramón González Ponciano, doctor en Antropología, en su estudio (2006) sobre la blancura en jóvenes de la ciudad de Guatemala, demuestra cómo las personas racializadas con privilegios están convencidas de su superioridad racial. Y esta justificación conforma y mantiene las relaciones serviles que siguen presentes en Guatemala. También, demuestra cómo jóvenes empobrecidos reproducen esta clasificación racial sin mayor cuestionamiento. González realizó entrevistas con jóvenes adolescentes de diferentes condiciones de clase, asistentes a colegios y escuelas públicas de la ciudad de Guatemala, sobre las palabras “indio”, “shumo”, “cholero”. Las respuestas de estas personas a por qué utilizan y clasifican a las personas no-blancas como “choleras”, evidencian como estos argumentos tienen base en ideas aprendidas que fácilmente justifican la jerarquía racial.

  • Ernesto Alvarado, recién graduado bachiller en ciencias y letras en un colegio privado de clase media baja, dice que “todos los que no tienen pisto son shumos”. “Son shumos todos los que no son mara caquera, los que son pelados, patanes para hablar, especialmente con las chavas. Los shumos quieren ser todo, pero a nada llegan. 
  • Nancy Guzmán, cursante del último año de perito contador en una escuela pública, dice que “la palabra shumo se refiere a indio, pero de una manera aún más despectiva que indio”. Un “shumo”, dice Albertina Rodríguez, estudiante en un colegio mixto de la capa media alta, se distingue de alguien que no lo es “por su forma de hablar, de caminar, se nota que es un indígena y por su físico. Por eso dicen: ‘Ah, es un shumito”. Sin embargo, a pesar de ser un sinónimo de indio, la palabra shumo se utiliza, asienta Nancy, “cuando una persona toma actitudes que no son aceptadas en el grupo y se le dice ‘Ay, que shumo sos, puro shumito’ 

Estas palabras funcionan para la reproducción del racismo y su forma de clasificar los cuerpos: distanciarse del “otro”; la dicotomía “caquero-shumo”; la comparación con lo “indio”, utilizando otras palabras que “valoran” los cuerpos, entrelazando diferentes categorías cuyo significado desprende el mismo desprecio. En la actualidad (2021), según algunas y algunos adolescentes, en lugares “caqueros” de la ciudad de Guatemala utilizan palabras como “talixte” o “maxquil” y en lugares más populares, siguen utilizando la palabra “indio”.

Es así como grupos con privilegios de clase mantienen una distancia imaginaria y material de las personas no-blancas; y están interesados en mantener esta disciplina racial en los diferentes ámbitos de las relaciones sociales. Así que reproducen y crean nuevos castigos, burlas y violencia en la cotidianidad para que las relaciones serviles se reproduzcan y mantengan el sistema de dominación y acumulación de capital. Cuando se habla de “lo blanco”, la blancura o blanquitud, no sólo es en referencia al color de piel, en especial en Guatemala, sino más bien se refiere al deseo de pertenecer al grupo de poder, asumiendo que la ideología blanca que impera en países de Occidente es superior, es la verdad, es la única forma de sentir y ver la vida. 

El colonialismo, una política de dominio en la actualidad

En la cotidianidad las personas racializadas sin privilegios[2] sienten y experimentan las prácticas racistas permanentemente: Desde el desprecio hasta los obstáculos para generar los medios de vida, y como consecuencia, son quienes principalmente viven las políticas de hambre, despojo, desalojos, torturas, asesinatos, persecución, etcétera. En palabras de Aura Estela, “El racismo colonial es la columna vertebral de la sociedad guatemalteca actual y el origen de muchos de sus problemas contemporáneos, especialmente lo relacionado a las técnicas de violencia usadas contra las poblaciones indígenas” negras, afrodescendientes y garífunas. 

El racismo es un régimen de dominación que tomó fuerza desde el siglo XVII basándose en justificaciones biológicas y religiosas para demostrar la supuesta superioridad de las élites blancas. El colonialismo, como estructura, ha generado un sistema donde se clasifica lo blanco como superior en el sentido de la inteligencia, la población con “derecho a la propiedad de los medios de producción y a someter a la otredad, a los no-blancos. Como menciona la autora, el racismo es “cuestión de despojo y de exterminio”.

Según Antonio Pop Caal, abogado q’eqchi’ quien en 1970 escribía sobre “la situación colonial, el poder ladino y el racismo” argumenta que el colonialismo o las relaciones coloniales son un problema endémico en Guatemala, “consistió en el establecimiento de un sistema de dominación sistémico, por la vía política, administrativa, religiosa, cultural” sobre la población originaria de estas tierras. 

Desde el análisis de las mujeres negras, Alejandra Pretel y Betty Zambrano en su artículo “Rotundamente negra”, mencionan la lucha contra el invento racial que impone el blanqueamiento de las personas negras. 

Esa creación, la raza, que en la colonia nos impuso la categoría de no humanxs, que jerarquiza no sólo nuestros cuerpos, sino también nuestras maneras de conocer el mundo, nuestras expresiones religiosas, culturales y todo aquello que concierne a nuestra identidad. La raza es sin duda, el elemento sin el que la colonialidad no habría sido plausible. La raza y sus jerarquizaciones raciales, son piezas vitales en la justificación de la trata transatlántica, del genocidio a los pueblos originarios y en la instauración de la supremacía blanca.

Entonces, el racismo al crear ideas, se materializa en las relaciones y en las maneras de estar en la vida. Pone a las personas no-blancas en la otredad, en lo “diferente” y se obstina en colocarlas en la parte inferior de las estructuras. El racismo otorga un valor a características como el color de piel, el tipo de pelo, el color de ojos, la vestimenta, el idioma, el lugar geopolítico de nacimiento y el hábitat. Según Sandra Xinico B’atz, joven maya kaqchikel, escritora, antropóloga y migrante a la ciudad de Guatemala, analiza cómo en países colonizados como Guatemala permanece la idea colonial sobre las “indias y los indios” como salvajes, “animales de monte, cuyos cuerpos deben ser domesticados a la fuerza”.

Para continuar con este análisis, Aura Estela Cumes ha elaborado dos categorías para analizar el racismo y su sentido colonial. Habla de la “raza de patrones” en referencia a los criollos, ladinos y extranjeros, quienes han forzado a personas indígenas a convertirse en las “razas de sirvientes”. Esta clasificación sigue presente, configura y mantiene una segregación en las relaciones sociales y económicas. 

Las jóvenes xinkas de la montaña de Xalapán también relatan cómo viajan las “maestras” que llegan a dar clases, separadas de todas las personas no-ladinas, es decir xinkas de ese territorio. Las maestras exigen que no realicen paradas mientras suben a la montaña, pues -según relatan las jóvenes-, aducen que son buses especiales para ellas. Las maestras provienen de la cabecera (un territorio ladino) de Jalapa, al oriente del país. 

Así mismo, Sandra Xinico en una publicación en sus redes digitales sintetiza el significado del racismo en sus cuerpos y por qué es un sistema de dominación:

A pesar de que el racismo es un problema cotidiano, que ha atravesado nuestros cuerpos por generaciones, aún se nos dificulta comprender su dimensión, sus efectos y su manera de operar, que como he mencionado en distintas acusaciones, dista de interpretarse solamente a partir de la discriminación, porque se trata de un sistema, eso quiere decir que su funcionamiento se debe a la existencia de un cuerpo compuesto por políticas, instituciones, leyes, ideas, relaciones sociales y de poder, que permiten su reproducción porque dicho cuerpo fue creado para ello, para garantizar que esta estructura no se detenga y que su forma de operar llegue a ser incluso incomprensible, para que la confusión no permita identificar que el país se sostiene sobre un andamiaje racista que permea todos los ámbitos de nuestras vidas.

El llamado a romper el silencio de este sistema o política de dominio es urgente, ya que si no se reflexiona para cambiar las estructuras coloniales, no se lograrán condiciones dignas para todas las personas. Adicionalmente, es necesario reivindicar los orígenes en cuanto a cosmovisión, organización, rituales y relaciones desde estas tierras. 

El papel del ladino en la reproducción y mantenimiento del racismo

En este camino en busca de relaciones anti-racistas, es necesario reflexionar sobre el proceso de ladinización como una de las formas para perpetuar el racismo y el régimen colonial en sociedades latinoamericanas y caribeñas. Empezaremos preguntándonos ¿qué significa un proceso de ladinización? ¿quiénes lo reproducen? y ¿para qué? 

Para este análisis, es importante pensar la diferencia entre los grupos de personas construidas como ladinas, como una complejidad que responde a las relaciones históricas que se han desarrollado en estas tierras. Por ejemplo, existen personas quienes, con el objetivo de resguardarse y resistir, adoptan la ladinización para sobrevivir en una ciudad donde portar la indumentaria originaria o hablar un idioma no-oficial, resulta violento como menciona Ketzalí. Para muchas familias indígenas, tomar la decisión de soltar su idioma, su vestimenta y migrar a ciudades como Guatemala, Cobán, Xela, etc., es una estrategia de intentar cambiar el rumbo impuesto por la estructura de dominio. En la actualidad, muchas jóvenes habitantes de esta ciudad, han retomado sus orígenes ancestrales como una práctica de resistencia y reconciliación con la cosmovisión de sus territorios y pueblos. 

También existe la población ladina empobrecida que ha pasado por este proceso desde hace varias generaciones y el olvido ha marcado sus vidas. Muchas de estas personas en su diario vivir intentan a toda costa distanciarse de lo “indio” utilizando, a estas alturas, frases como “pobre, pero no indio”. Sin embargo, tienen las mismas condiciones precarias y el mismo trato de dominio por parte de las élites económicas y militares. Según González Ponciano (citado por Charles Hale), al “ladino no-blanco se le hace sentir inferior porque él o ella es demasiado cercano al indio, y se encuentra amenazado de forma más directa cuando los indígenas hacen valer sus derechos”. 

Una estrategia contrasubversiva y colonial ha sido distanciar a estas poblaciones para que no exista una organización anticolonial de parte de los grupos ladinos urbanos y rurales junto a las poblaciones de los pueblos originarios y de la diáspora negra. 

Otro grupo, igual de complejo y heterogéneo que los anteriores, son los ladinos (más cercanos a lo blanco) con recursos, con posición de clase alta y poder adquisitivo. Provenientes de la clase de ladinos de las zonas urbanas, enriquecidos en la reforma liberal, en los regímenes militares, por puestos en las instituciones estatales; también, personas de una clase asalariada en empresas privadas. Este último es de los grupos cercanos a la oligarquía en la jerarquía económica. Orgullosos chapines o guatemaltecos, religiosos, vigilantes del sistema, etcétera.

Es imposible generalizar las características de las poblaciones, aquí se tratará de describir el proceso y no tanto las poblaciones que han estado sumergidas en él y así proponer una herramienta para la reflexión interna sobre cuáles son las prácticas que reproducimos y cuáles no, y cuáles han tomado otro camino y todavía no las reconocemos dentro de este proceso. De esta manera pretendemos contribuir a complejizar la reflexión para des-estructurar este proceso y poner un cese a la construcción de la ideología racista. 

Una de las ideas/acciones del proceso de ladinización es convertirse en ser anti-indígena: “la antítesis racial, cultural y social del indígena.” Es decir, según el historiador Arturo Taracena, no existió una política de homogenización de “lo ladino”, lo importante fue fundar la ideología anti-indígena, un sujeto político racista, instalando la blancura como deseo y única forma de ser. 

Numa Dávila, artista no binarie, originaria de la Ciudad de Guatemala, argumenta que no es posible pensar en lo ladino como una situación o construcción homogenizante, más bien existen diversas experiencias de lo ladino. “Es una experiencia geográfica”, es una experiencia desde la geopolítica. Comenta que “cumplimos los mandatos del opresor” y es necesario “activar la conciencia en qué territorios habitamos”. No solo reproducir lo que nos indican que son las normas de convivencia, las normas “adecuadas” o aceptadas, si no más bien, abrir y cuestionar las ideas, más si han dicho que éstas son inamovibles.

Este proceso conlleva analizar la vinculación entre lo anti-indígena con el nacionalismo, es decir la construcción de la identidad “guatemalteca”, el ser “chapín” y el fervor patrio; y ello entrelazado con el pensamiento judeo-cristiano. Las élites económicas y militares utilizan la mezcla de nacionalismo con la religión (no importa cuál) como parte de este proceso de ladinización.  Los pastores y curas son difusores de mensajes coloniales, por ejemplo, argumentan que las prácticas de la espiritualidad maya son prácticas de brujería. En Guatemala, como en muchos otros lugares, la brujería es vista como una práctica “diabólica” que es necesario erradicar. Un ejemplo de estas creencias fue el asesinato del líder comunitario, Domingo Choc, maya q’eqchi’, experto en medicina maya e integrante de la Asociación de Concejos de Guías Espirituales Releb’Aal Saq’E, por considerarlo “brujo”. 

Para Aura Estela Cumes la idea que “todos somos hijos de dios fomentada por el nacionalismo guatemalteco y las religiones tanto católicas como evangélicas, se convierten en mecanismos de asimilación y ladinización de los Pueblos Indígenas.” Dice que el ser colonial se escribe en los cuerpos de los pueblos indígenas porque no se aceptan tal cual son, sino hasta que se acercan a “a las características que el dominante desea darles.”

Otra característica de lo ladino es la reproducción de la ideología de “El más vivo se salva”. A veces, con posibles causas de sobrevivencia; otras, se convierte en la forma de relacionarse con las otras personas, porque las relaciones sociales están fuertemente influenciadas por el individualismo que promociona el neoliberalismo y no se toma en serio la propuesta de cooperación para ser parte de una colectividad. Como menciona Numa, “lo ladino es corrupción; es “ser bien vivo”, implica políticas de despojo, de muerte. Es necesario reflexionar que muchas veces, sólo por ser ladinas, mantenemos y movilizamos prácticas de despojo, servidumbres y muerte”

El proceso de ladinización recurre a la des-memoria junto al odio hacia “lo otro”, a pesar de que, seguramente, los orígenes de la mayoría de personas están en ese “otro”. Recurre a emociones como la vergüenza, el miedo y el rechazo. También genera prácticas como el oportunismo, la corrupción, la violencia y la vigilancia opresora. 

En los movimientos sociales, tal vez desde antes de los Acuerdos de Paz, existe una tendencia a buscar un lugar de enunciación para las personas ladinas, algunas reivindicando este lugar, otras nombrándose mestizas y otras buscando todavía el lugar. ¿Es necesario que en este momento nos nombremos? O tal vez lo más importante es des-estructurar las prácticas racistas y después, encontrar cómo nombrar ese lugar. Adriana Guzmán, aymara y lesbiana, nos recuerda un mensaje de los pueblos ancestrales, “primero actúa, después te nombrás”. Sandra Xinico también ha realizado esta reflexión:

  • Lxs ladinxs piensan que nombrándose «mestizos» dejan de ser racistas. Reconocer la ladinidad implica reconocer el racismo implícito en la identidad bajo la cual les criaron y esto es solo un matiz de lo que significa la ladinización, porque esta responde a un racismo sistemático, se trata de genocidio y empobrecimiento, no de una camisa que te quitas y te pones cuando te conviene. Decir que son «indígenas» porque se reconocen «mestizxs» me parece bastante racista y apropiador, porque justo «lo ladino» responde a una estructura de poder, que a pesar de que fue impuesta, da mínimos privilegios a partir no sólo de negar la «indianidad», sino principalmente de «decidir» vivir de una forma diferente, lo cual ha trastocado nuestro ser como pueblos o como culturas, porque este proceso implica “adoptar” una ideología de destrucción, muerte y devastación, o sea irnos contra nosotrxs mismxs, contra lo que nos alimenta y cobija, contra nuestro origen.

Así como afirman Sandra y Numa, lo ladino no es biológico, sino más bien es social, político y económico; por lo tanto, buscar cuáles son las mezclas, o re-buscar la sangre europea u occidental, lo único que expresa es el racismo internalizado que tenemos y materializamos en la estructura racial de la sociedad. 

María José Pérez Sián, antropóloga maya tz’utujil en un diálogo con La Cuerda menciona que el proceso de ladinización nunca termina. Todo el tiempo se fortalece y se asegura que cada vez sean más “ladinos”; más racistas y se rechace todos los símbolos, códigos y materia que represente lo no-blanco, lo “indígena”, lo negro. 

Elaboración propia

La ciudad de Guatemala y la esperanza de la resistencia anti-racista

Es importante mencionar la intención de convertir el territorio de la ciudad de Guatemala en uno de los puntos coloniales con más fuerza a nivel mesoamericano, donde las relaciones de los grupos criollos y más adelante oligarcas, se vinculaban con la red de los otros territorios de esta región. Para que funcionara la organización tipo “finca”, en el sentido económico, político e ideológico, el racismo era/es fundamental. Por eso mismo, la ciudad de Guatemala se convierte en un territorio que encarna el ejemplo de una sociedad racialmente clasificada.

Conforme se ha desarrollado esta ciudad, es uno de los lugares hacia donde las migraciones se han dirigido, pues ha significado una fuente de empleo, comercio e ingresos para personas de otros lugares. Es posible observar redes o comunidades de pueblos k’iche, ixil, kaqchikel, poqomam, q’eqchi’, garífuna y ladino, entre otros. También, existen brechas sobre las condiciones de vida, en donde encontramos áreas (pocas) con exceso de agua, viviendas, recursos, calles, drenajes; y otras áreas donde no hay condiciones dignas, con problemas profundos de escasez de agua, sin drenajes, riesgos en la vivienda, inseguridad, militarismo, y falta de empleo o trabajo para generar los ingresos necesarios. 

Muchas de las reflexiones de las jóvenes mayas migrantes a la ciudad de Guatemala, señalan el racismo que experimentan en las calles de la ciudad, más si usan la indumentaria maya. Nora Murillo, poeta feminista, en una entrevista para la investigación de La Cuerda sobre Sexualidades y activistas, relató su experiencia cuando migró a la ciudad de Guatemala desde Puerto Barrios “fue cuando supe que yo era negra”. Analiza qué significó salir de su espacio seguro donde creció y era “igual” a sus vecinas, compañeras, etc., y empezar una vida estudiantil en la ciudad de Guatemala, donde la identificaron como “la diferente”, “la negra”

Al sistematizar experiencias de mujeres mayas, xinkas, garífunas y negras sobre el estar-caminar por las calles de la ciudad de Guatemala es posible evidenciar un modo de operar, el mismo comportamiento de las prácticas racistas de parte de los ladinos/mestizos de esta ciudad. Las mujeres a quienes se asigna una inferiorización por la marca de la racialización, reciben sobre sus cuerpos palabras llenas de odio, agresiones físicas y acoso racial y sexual. Además, del empobrecimiento, el trabajo forzado y la violencia sexual a que son sometidas. 

Ante estas reflexiones y la magnitud de la política de despojo en estos territorios, invitamos a hacernos algunas preguntas: ¿Queremos seguir materializando las relaciones de racismo? ¿Qué hacemos desde nuestros lugares? Y si somos ladinas, ¿qué podemos hacer? Recordamos las palabras de la Colectiva Actoras de Cambio: “Invitamos a todas y todos a sanar las experiencias vividas como carencia, miedo y ruptura que nos hacen creer que es necesario oprimir a otros y otras para ser. Podemos ser en armonía, equilibrio y sincronía.”

 

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[1] Este artículo es parte del ensayo “Eliminar el racismo de lo cotidiano, una apuesta por la dignidad: jóvenes en la ciudad de Guatemala”, Iximulew, 2022.

[2] Rossih Amira, afrofeminista y periodista de Buenaventura, Colombia, dice que todas las personas somos racializadas, no obstante, algunas para obtener privilegios y, otras, son racializadas para oprimirlas. “Los blancos son la raza humana y en esa medida son racializados como blancos. Usar la categoria racializado solo para hablar de personas que son oprimidas por el racismo es un error político que encubre que el racismo también otorga privilegios”. En Revista Marea, #MujeresQueLuchan

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Fuentes consultadas: 

Awalb’iitz Pérez, Ketzalí en foro: Eliminar el racismo de lo cotidiano, una apuesta por la dignidad. Realizado el 29 de junio 2021. Facebook La Cuerda Guatemala.

Cumes, Aura Estela,“Diagnóstico sobre formas contemporáneas del racismo en Guatemala y un breve esbozo sobre el racismo en Centroamérica y México”, Guatemala, Movimiento de mujeres indígenas Tz’ununija’, 2019, página 91.

Dávila, Numa en foro: Eliminar el racismo de lo cotidiano, una apuesta por la dignidad. Realizado el 29 de junio 2021. Facebook La Cuerda Guatemala.

González Ponciano, Jorge Ramón, “Blancura, cosmopolitismo y representación en Guatemala”, en revista Estudios de cultura maya, vol. 27, 2006, págs 131 y 132.

Guzmán, Adriana, en Movimiento MaricasBolivia, publicado el 26 de junio 2019. 3:37 – 3:53.

Hale, Charles R. ,“Identidades politizadas, derechos culturales y las nuevas formas de gobierno en la época neoliberal”, en Memorias del mestizaje. Cultura política en Centroamérica de 1920 al presente, Guatemala, Cirma 2004, pág. 43.

Taracena, Arturo, citado por Aura Estela Cumes en “Multiculturalismo y voces ‘no indígenas’”. en Santiago Bastos y Aura Cumes, Mayanización y vida cotidiana. La ideología multicultural en la sociedad guatemalteca, Guatemala, FLACSO, CIRMA, CHOLSAMAJ, 2007, pág. 119. 

Xinico B’atz, Sandra, “El racismo no da tregua”, La Hora, publicado el 20 de junio 2020.

Xinico B’atz, Sandra, en Twitter publicado el 14 de abril 2021. 

Zambrano Zableto, Betty y Pretel, Alejandra, “Rotundamente negra”, en Afroféminas publicado el 28 de julio 2021.