Paula Irene del Cid Vargas / La Cuerda

En las últimas semanas observamos cómo la esperanza se abrió paso en el ánimo de quienes habitamos en este país e irrumpió en esta cotidianeidad del atasco a la que nos han querido acostumbrar.

En ciencias sociales, se habla de coyuntura para nombrar al conjunto articulado o concurrencia de hechos o fenómenos sociales en un período de tiempo. Coyuntura en la cual se actúa de una u otra forma, dependiendo de la existencia de información, de tener acceso a ella, de la capacidad para organizar ese conocimiento, emociones e intereses a futuro. Este concepto también hace referencia a la articulación entre lo que sucede, la situación y la acción, la práctica.

Quienes actúan detrás de las caras visibles que intentan frenar el cambio, estoy segura que no son homogéneos: corporaciones internacionales, empresarios locales, políticos, autoridades de iglesias, funcionarios que ven todo como mercancía. Aunque diferentes, imagino que se sientan a analizar, identifican cursos de acción, toman decisiones y actúan en coordinación. Han sido relativamente exitosos en su tarea de enriquecerse a costa de las mayorías. Aunque nos disguste, han tenido la capacidad de mantenernos en zozobra durante muchas décadas.

El presidente y la vicepresidenta electos hicieron un llamado a la unidad donde mencionaron a «los pueblos de Guatemala, sociedad civil, empresarios, trabajadores, movimiento popular, iglesias, autoridades indígenas, fuerzas políticas legítimas, estudiantes, academia, juventudes, autoridades electas, a todas y todos los que rechazamos la corrupción y el autoritarismo». 

Las personas convocadas y que tienen capacidades de movilización, no es que únicamente sean «diversas», están atravesadas por diferenciaciones construidas con base en el racismo, el expolio, la discriminación por ser joven o mayor de sesenta años, por ser mujeres o por ser disidentes sexuales. Por estas diferenciaciones es que muchas de las personas llamadas a participar se encuentran debajo de la línea de pobreza. También hay empresarios y personas que no pasan hambre y algunas que tienen privilegios que se han pronunciado y que plantean que ya no se puede seguir por el rumbo en el que estamos.

También hay diferencias en cuanto a cómo se ve el país ahora y a futuro, lo que significa desarrollo y bienestar. Algunas ven a la naturaleza como mercancía y otras ven a sus elementos como parte de la red de la vida, donde los humanos somos parte de esta red, y somos responsables de sostenerla, para nuestro presente y para las futuras generaciones. 

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La filósofa feminista Celia Amorós plantea que la base para construir alianzas es considerarse iguales. En nuestro caso significa que cada protagonista reconozca a la otra/otro como igualmente importante y necesario para poder construir una propuesta que rompa la inercia de la indiferencia y construya acción organizada. Tan importante es conocer lo común como lo diferente y lo totalmente opuesto de quienes integren la alianza. 

Es necesario tener un propósito común, sabiendo qué parte de la problemática le afecta a cada quien y qué parte de su visión de futuro aporta para el bienestar colectivo. Es un juego de ceder y aportar. El reto es cómo, con estas miradas tan distintas, se puede constituir una plataforma común que permita aprovechar la coyuntura y cabalgarla, como dice la socióloga argentina Isabel Rauber.

Las manifestaciones sabatinas son necesarias porque dan una muestra del hartazgo y de la esperanza, tenemos el reto de desarrollar conciencia y organización para que la articulación sea efectiva.