Anamaría Cofiño K. / La Cuerda

… con el sentimiento de tristeza a flor de piel por el reciente fallecimiento

de Lucrecia Hernández Mack

 

Escribo inspirada por mujeres a quienes he conocido personalmente, militantes ejemplares en las que se puede confiar, mujeres comprometidas que no van a quedar mal, compañeras de larga data que han padecido la violencia y persisten en sus luchas. Colegas que cuentan con una experiencia prolija digna de admiración.

Entiendo la militancia como el compromiso activo con una causa, en una organización o colectividad con una ideología. Podemos hablar de militancia religiosa, política, cultural. Inclusive hay quienes militan en sus identidades, como muchas mujeres en la maternidad, por ejemplo. En los años setenta, al decir militante, se pensaba en una persona involucrada en las organizaciones revolucionarias. Hasta hoy, algunas todavía nos consideramos militantes en el sentido de ser una más de miles que asumimos el feminismo como forma de vida.

La militancia política implica la adscripción a una colectividad u organización con objetivos puntuales y formas de llevarlos a la práctica: estrategias o proyectos que implican coordinación, reglas, disciplina. Integrarse a una colectividad política y hacerlo de manera responsable, conlleva prácticas relacionadas con los principios y valores asumidos: ser parte de una colectividad exige cumplimiento de los acuerdos en los mejores términos posibles. Implica determinación y entrega, puesto que el trabajo usualmente es arduo y prolongado. Los objetivos de profundidad son procesos dinámicos de larga duración. No por ello inalcanzables.

La formación es parte de la militancia puesto que es necesario aprender cómo conseguir los fines propuestos. Así en las congregaciones religiosas como en los distintos gremios, hay procesos de formación-inducción que preparan a la militancia para el desarrollo de sus actividades. Compartir conocimientos (no impartirlos) es fundamental para la adhesión y la cohesión. La lectura, la discusión, el ejercicio de la palabra son elementales para la participación. Hacer en común significa involucrarse.

El compromiso es cosa seria. Se trata de la implicación personal en un pacto colectivo que demanda tiempo, obligaciones e inclusive sacrificios. La falla de una persona puede perjudicar a la colectividad, por ello, el compromiso es una promesa que es necesario cumplir. Si dicho acuerdo se asume voluntaria y conscientemente, es decir con juicio y criterio, el trabajo se lleva a cabo con buen pie. Si se hace de corazón, hay muchas satisfacciones y probablemente dolores, pero en ello se va la vida, como destino, como misión o como decisión.

La militancia de las mujeres en la política es reciente en nuestra historia, aunque reconocemos a ancestras de siglos anteriores que tuvieron la osadía de luchar con las armas en la mano, salir del ámbito doméstico para rechazar tiranías y adherirse a sindicatos, ligas o partidos. El auge de la participación política de los años posteriores a 1944 y la presencia numerosa de mujeres en esos espacios es producto de su interés por tomar parte en las decisiones que afectan a toda la sociedad.

Convertirse en mujeres públicas al ejercer alguna función dentro del aparato estatal es un desafío que pone a prueba las convicciones y las fuerzas. Es usual que los medios de comunicación, el entorno político y laboral, así como el familiar, exijan de las mujeres mucho más que de cualquier hombre. A las mujeres se les juzga por su apariencia, por su papel familiar, por la forma en que se conducen en lo personal. A diferencia de los varones, a quienes se les permite y tolera la estupidez, la irresponsabilidad y la grosería. 

Dado que la militancia política de las mujeres en Guatemala es un riesgo en muchos sentidos, requiere valor integrarse a un partido o asumir un cargo político. No deja de asombrar que mujeres jóvenes estén cubriendo más espacios en cargos de decisión. Desgraciadamente, no todas orientadas por la misma ética ni con las mismas intenciones. Es necesario hablar de las mujeres patriarcales que militan en el sostenimiento de un sistema centrado en lo masculino como eje del mundo, y que sostienen los pilares de las opresiones a través de la violencia, mujeres conservadoras, militantes del fundamentalismo.

Escribo este texto con el sentimiento de tristeza a flor de piel por el reciente fallecimiento de Lucrecia Hernández Mack, a quien tuve el privilegio de conocer, primero como la hija de Myrna Mack, antropóloga comprometida con la causa de las comunidades que resistieron la violencia del ejército, asesinada en 1990 por miembros de dicha institución. Luego supe de sus andanzas en el movimiento estudiantil universitario y más tarde la entrevisté como Ministra de Salud. También tuve la fortuna de conversar amistosamente con ella, y disfrutar de su sentido del humor, sagacidad y una inteligencia poco común, cultivada y abonada por su sed de conocimientos.

Lucrecia, como su madre Myrna, como su tía Helen Mack son íconos de mujeres dignas que han luchado por el bien común. Las tres, a su manera, nos han dado muestras de valentía para enfrentar a los poderes más crueles e implacables encarnados en el ejército y las élites, desde la ética y dando la cara, pública, legal y pacíficamente. Myrna con sus investigaciones y el acompañamiento a las poblaciones afectadas por la violencia, Helen en el fortalecimiento de la justicia y la democracia, Lucrecia desde el Estado, promoviendo políticas de salud como profesional de la medicina social. 

Es un bien social valiosísimo contar con modelos que inspiren a las nuevas generaciones, con personajes que se constituyen en luces que alumbran los caminos. Las cualidades y el ejemplo de mujeres grandes en virtudes, en coherencia y lucidez son tesoros para las niñas y jóvenes que desean ser dueñas de sus vidas. Para quienes sueñan con vivir en un mundo donde la convivencia sea auténticamente armónica, es preciso observar la brújula ética de la que hablaba Lucrecia con sus colegas militantes, y tener presente que el trabajo por el bien común requiere más que la aparición en público, una decisión de sostener y reproducir el círculo virtuoso del Buen Ser para Bien Vivir.