verónica sajbin velásquez*/ La Cuerda

Hace unos días, la Comisión Legislativa de Agricultura, Ganadería y Pesca del Congreso conoció la iniciativa 6283 que busca la protección del derecho de obtener la propiedad sobre variedades vegetales. Pero ¿de qué se trata esta iniciativa? Según varias expertas y expertos en la materia, el contenido de esta iniciativa es una copia fiel del Decreto 19-2014, Ley Monsanto, que ratificó el expresidente Pérez Molina y fue derogada por considerarse que atentaba contra los derechos de las personas agricultoras. Esta ley, en síntesis, busca privatizar variedades vegetales «mejoradas». Posteriormente, se buscaría eliminar las variedades nativas por medio de mecanismos de competitividad, incrementando ampliamente la rentabilidad de estos mercados.

Lo peligroso de iniciativas o leyes como estas, es que mediante un proceso de despojo a las comunidades campesinas, se nos estaría dejando sin semillas nativas y criollas para la producción de nuestros alimentos en un país donde alrededor de 4.6 millones de personas enfrentan inseguridad alimentaria, según Oxfam, y esto vendría a agravar más esta situación. Las semillas son parte fundamental de nuestras vidas, por lo que no se puede aceptar que terceras personas se conviertan en dueños de ellas y que, con el tiempo, las y los campesinos no puedan producir, reproducir, multiplicar o propagar los alimentos.

Ya en la actualidad es complicado para el común de las personas reconocer qué maíz es todavía nativo de estas tierras. Mi madre, que es una conocedora experta, lo distingue todavía, pero cada vez hay menos de ese grano, como siempre cuenta ella. Y obviamente, al comer los productos que se cocinan con el grano de maíz nativo, poco o nada se parecen a los cocinados con otros granos que vienen de otros lados.

En un foro internacional sobre agroecología, visto en redes virtuales, se decía que como humanidad nos encontramos en una encrucijada evolutiva y tenemos dos opciones: o nos unimos con nuestro planeta, con los otros seres vivos que lo habitan y celebramos nuestras muchas diversidades, interconectados por vínculos compasivos, interdependientes y solidarios, o vivimos esclavizados por ese uno por ciento que le tiene miedo al cambio y vive aferrado a ilusiones de seguridad, mientras que nuestra verdadera seguridad ecológica se va minando, al igual que nuestra verdadera seguridad social, generando relaciones que se quiebran y se rompen a partir de las políticas de la división, del odio y el miedo.

No hay razón que valga ante el deseo de ese uno por ciento de patentar las semillas, que en lugar de darnos vida nos está llevando a la extinción y a su exterminio. Uno de estos días, decía Awex Mejía de la REDSAG, que estos procesos nos conducen a la enfermedad y a la muerte, esparcen veneno y contribuyen a la inestabilidad del clima, transformando nuestro pan de cada día en nuestro veneno de cada día.

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No hay futuro bueno sin semillas. Para los pueblos con diversas culturas, como los que habitamos en Iximulew, las semillas son parte sustancial de nuestras historias, ya que es por ellas que podemos reunirnos alrededor de nuestras comidas, intercambiar conocimientos alrededor de nuestra agricultura, visualizar nuestra riqueza y potenciar nuestra diversidad a través del intercambio que las semillas son capaces de generar entre los pueblos. Es urgente que nos involucremos y nos manifestemos en contra de quienes quieren adueñarse de nuestra vida, esto nos dará la valentía de proteger y defender nuestras semillas.