verónica sajbin velásquez[1]

Por el trabajo que realizo me toca viajar por las carreteras de este país al que me gusta llamar Iximulew. Un día de estos viajé en un bus extraurbano que se jacta de ser una «veloz quichelense».  Sé que lo que voy a narrar ya se ha dicho en otras ocasiones, pero que sirva para recordarle a la nueva administración gubernamental que la población necesita un servicio digno, eficiente y eficaz para transportarse de un lugar a otro. 

Inicio mi relato desde el momento en que hago la parada al bus y que por lo rápido que va, para como a una cuadra de donde estoy, con el ayudante diciéndome «¡Pilas, pilas, pilas!»,  agitando su mano para que yo corra tras el bus con mi mochila para poder abordarlo.

Me pregunta a dónde voy, le digo que a la capital, me responde que son 30; ni modo, ya estoy dentro del bus. Me cuesta acomodarme, pues va «volando». El ayudante me ayuda a colocar mi mochila en la parrilla, al fin logro sentarme. En el asiento contiguo va una señora con un bebé de brazos, calculo que no camina aún. El bus va tan rápido que en las vueltas debemos agarrarnos bien porque si no, salimos despedidas hasta el asiento de al lado. Veo a la señora que en cada vuelta tiene que agarrarse con un solo brazo para no caerse y además no soltar a su bebé que va plácidamente dormida. En una de las vueltas la ayudo, se nota que la fuerza de su brazo ya no da más.

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Luego me empiezo a fijar en otras personas a bordo del bus: un señor mayor con una toalla sobre su cabeza, con los ojos cerrados, asumo que va enfermo de algo; en cada vuelta hace gestos de dolor, supongo que va a la capital en busca de algún remedio. A mí ya me dolió la cintura por cada jalón que da el bus. Aún me pregunto si el dolor que sentí al día siguiente en la zona lumbar baja es producto de esas sacudidas.

Un joven borracho se sube al bus, el ayudante trata de robarle, le dice que son 50 quetzales. Para fortuna del joven, su borrachera no era tan severa y logró decirle que de Tecpán para la capital son 20 y no más, el ayudante muy serio y bravo le dice que son 50, pero lo deja tranquilo, quizás porque se dio cuenta que el joven no iba tan borracho como para que le diera lo que estaba pidiendo.

Además de la música estrepitosa, hay también mensajes que me provocan náusea, tales como: «bendecido por Dios», «Se inflan panzas gratis», «51% princesas, 40% perras», los leo en forma de párrafo de esta manera: «El bendecido por dios que viola porque cree que las mujeres somos en un 40% perras». Nadie dice nada, ni yo que voy con todos estos pensamientos, porque sospecho que si digo algo, en venganza, correrá mucho más rápido y quizás no hubiera logrado escribir este artículo.

Otro día, me dieron jalón para la capital, nos hicieron el alto en un retén de la PNC, estábamos ahí cuando pasó una Xoyita «rasurando el viento». Le dijimos al agente: «Esos buses van muy rápidos», nos respondió: «Sí, usté, así son ellos». 

Ojalá el ministro de Gobernación pueda leer esta crónica y hacer algo para que lo recordemos como aquel que dignificó el transporte extraurbano en Iximulew.

Mientras tanto, la próxima semana volveré, junto a cientos de personas, a vivir otra de éstas. 

 

 

[1]  La autora escribe su nombre con minúsculas.