Maya Alvarado Chávez /l aCuerda

En medio de las circunstancias más aterradoras generadas por las guerras a lo largo de la historia y alrededor del mundo, encontramos siempre testimonios de creatividad, esperanza y luz. Justo esto último es lo que, según notas de prensa, ha generado un niño palestino desplazado, él y su familia en Rafah. En medio de los apagones ocasionados por los bombardeos israelitas sobre la población palestina, Hussam Al-Attar creó una fuente de electricidad para iluminar el refugio en el que él y su familia se resguardan.

Así es la historia de los pueblos, en cualquier instante, por desgarrador que sea, florece la sabiduría aprendida por siglos de observación, trasladada de generación en generación, a través de palabras y experiencias que han cultivado el pensamiento complejo, la inteligencia, las ganas de indagar sobre el mundo y explorarlo, haciendo acopio de la capacidad de vida que en él resiste; así como la paciencia para analizar cada suceso en el universo y sus ciclos en el tiempo. La transmisión de conocimientos ancestrales va dando frutos para los pueblos, a pesar de los horrores que los «seres humanos» provocamos. 

Genera impotencia que nada hasta ahora, ha logrado poner fin a la masacre contra el pueblo palestino en Gaza por parte del Estado de Israel. Se consensuan declaraciones, hay pronunciamientos, juventudes que reclaman al mundo su ceguera y su sordera y desafían a las instituciones universitarias que pretenden conservar para las élites los conocimientos que han generado los pueblos.  A pesar de todo ello, la gesta genocida de Israel sigue su marcha.

En las redes sociales, en general, dan vergüenza ajena los usuarios. Abordan el tema desde una limitada extensión de palabras; se conforman con pronunciarse, casi siempre sin muchos argumentos, a favor o en contra, como si de un partido de pelota habláramos. Y qué decir de la gala de perversidad e ignorancia de los diputados de seis bancadas del Congreso de la República que se han opuesto al voto de Guatemala en la Asamblea General de Naciones Unidas a favor de que Palestina sea integrada como miembro de pleno derecho a esa instancia internacional, surgida precisamente para evitar las guerras. Esto es lo mínimo que puede hacer un gobierno que generó expectativas de cambios a favor de la justicia.

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Palestina es una herida que nos atraviesa, una bofetada en el rostro de eso que llamamos «humanidad», porque no hay forma de cerrar los ojos sin pensar en aquella masacre, en este instante, en aquellos cuerpos vinculados a nuestras entrañas, aquella pesadilla que retumba en nuestras noches.

Estamos seguras de que las niñas y niños palestinos sobrevivirán este momento, se convertirán en poetas, personas de ciencia, contadoras de historias y artesanas de la vida. Sabrán darnos lecciones de creatividad con las que celebraremos con luz o sin ella.  A final de cuentas, si «algo» logra aplacar el odio genocida de Israel, el pueblo palestino volverá a contar estrellas que iluminen su noche.

En este territorio también hemos conocido la guerra y el genocidio; también hemos hecho acopio de la creatividad transmitida por generaciones, no sólo para sobrevivir, sino para vivir plenamente. Aquí estamos y puede no ser suficiente, mientras la muerte despliega su manto contra cualquier pueblo del mundo. Aun así, seguimos teniendo razones para rehacernos y caminar hacia el abrazo de quienes generan luz, porque están habitados por ella.