Liz Salic y Sofía Monzón / Sin Cuentos

Cuando iniciamos esta serie de columnas hace cuatro semanas, nuestro propósito era contar las cosas Sin Cuentos y denunciar el acoso callejero que a diario vivimos muchas personas en Guatemala, especialmente las mujeres, con la esperanza de promover la reflexión sobre la gravedad de este problema.

Nos hemos dirigido a los agresores, hemos discutido sobre las prácticas del acoso, pero también hemos utilizado este espacio para hablar sobre el enojo que sentimos las mujeres por vivir con el miedo constante a ser violentadas en cualquier momento. También hemos expresado nuestra frustración frente al desinterés del Estado para generar un cambio contundente ante esta situación, condenándonos a vivir en un ambiente hostil.

Aprendimos durante este tiempo, que erradicar esta violencia en la sociedad es un proyecto a largo plazo en el hay que transformar los estigmas, los estereotipos y los roles impuestos históricamente a las mujeres y los hombres. 

Lograr que los espacios públicos sean verdaderamente accesibles para todas las personas debe ser una tarea multisectorial e integral, no unidireccional como se ha tratado hasta ahora.

Para acabar con un problema histórico y generacional, tan enraizado en la cultura, además de la existencia de estructuras sociales y estatales, se necesita de voluntad social y política para su erradicación. Y cuando comprendamos que invadir el espacio personal de alguien, sin su consentimiento, no es normal, si no es violencia, entonces podremos avanzar en la construcción de espacios libres de violencias.

Generalmente la problemática del acoso callejero se relaciona a las mujeres, puesto que solemos estar más expuestas, pero no se puede dejar de visibilizar que existen otros cuerpos que enfrentan situaciones que limitan su libertad en las calles y a quienes les hacen vivir con el mismo miedo que nosotras sentimos a diario. Sus historias son válidas y también tienen que ser escuchadas. Mientras más personas alcen la voz en contra de lo que está mal, habrá un mayor reconocimiento de la urgencia que se requiere para atender esta situación.

También te invitamos a leer: El desinterés también es violencia

Comprendemos ahora, de mejor manera, que el papel de los hombres en esta lucha es importante y no puede obviarse ni sustituirse por el de alguien más. No solo porque son ellos quienes, con sus palabras, gestos y acciones, nos han apartado de los espacios públicos, sino también porque tienen la capacidad y la obligación de generar cambios transversales desde su posición y espacios de poder.

Excusas como “pero yo no soy así” o “yo no hago nada”, ya no son aceptables. No hacer nada también perpetúa la violencia. No hacer nada no es suficiente.  

Escuchar a quienes gritan desesperación, cuando nunca se ha sido ignorado, no es fácil, pero tampoco imposible. Para evitar y detener el acoso callejero es necesario invitar a los hombres a romper con el silencio cómplice. 

Queremos generar conciencia.  Conciencia de que las mujeres no vivimos o nos vestimos en función de alguien más; de que este problema empieza en casa y de que resulta urgente crear una ley que tipifique el acoso como delito y como una violencia más, y que al mismo tiempo establezca condenas para quienes lo ejerzan. 

Todo ello podría motivar un proyecto orientado a procurar seguridad para todas las personas en los espacios públicos, tendría que ser una prioridad del Estado garantizar el cuidado de la población.  

Las mujeres y hombres que formamos parte de Sin Cuentos, no dejaremos de denunciar lo que está mal. Decidimos quitarnos la venda, no solo durante las cuatro semanas que publicamos estas columnas, sino por el resto de nuestras vidas. Queremos espacios libres, seguros y accesibles. 

Quisimos con estos textos motivar la reflexión sobre el acoso callejero. Sabemos que el camino para erradicar esta problemática es arduo, pero nosotras y nosotros hemos decidido empezar a hablar y alzar nuestra voz; a tomar acción para informarnos y concientizarnos. ¿Te unís?