Anamaría Cofiño K./ La Cuerda

La sexualidad es el tabú más grande y difundido en Guatemala, visto como asunto morboso del que mejor no se habla; un territorio desconocido, encarnación viviente del pecado y del mal. A lo largo de la historia, el Estado ha propiciado una interpretación sobre la sexualidad que la liga a la reproducción en el caso de las mujeres, y a la violación sexual en el de los hombres. De maneras “legales” se imponen normas que atan a las mujeres a su rol obligatorio de madres, y leyes que protegen a los violadores mientras culpan a las mujeres.

Es tan extendida la ignorancia sobre ese ámbito maravilloso de nuestras vidas que gente, supuestamente informada, sostiene prejuicios tan arraigados que les impiden ampliar sus conocimientos y abrir sus mentalidades, ya no digamos disfrutar de sus cuerpos. Los mandatos religiosos que convierten en pecado los placeres, condenan a las personas a esconder sus sentimientos, a padecer culpas, a sufrir secretamente por deseos insatisfechos.

La derecha fascistoide se ha aferrado a la sexualidad de manera enfermiza como campo sobre el cual ellos deben gobernar, aunque se trate de los cuerpos de las mujeres, quienes somos la mayoría de la población. Han tomado como banderas de guerra el derecho a decidir, la libertad sexual y la información sobre sexualidad como objetivos a eliminar. El aborto, la homosexualidad y el género son los aspectos que más destacan, como los peores males de los que ellos nos van a salvar.

Es notorio cómo líderes espirituales e instituciones patriarcales con intereses capitalistas se han erigido en dictadores morales sobre el resto de la humanidad. Con argumentos basados en creencias religiosas, pretenden prohibir a las personas a ser libres con sus vidas y cuerpos, obligándonos a reproducir las grandes hipocresías, las mentiras más denigrantes, propiciando las persecuciones y matanzas contra quienes no obedecen sus patrones. Orillando a las niñas y mujeres a parirle mano de obra barata al sistema.

Obtusas son las mentalidades de quienes niegan la diversidad y rechazan a quienes consideran diferentes. Estrechas y cerradas quienes invisibilizan el daño que conlleva la discriminación. La violencia que ejercen no tiene justificación, por mucho que citen la Biblia. Es tiempo de desechar esa cultura de hipocresía que se burla y margina a quienes no le sirven, a quienes se posicionan como personas libres.

La libertad de elegir, de ser, de decir son derechos que les inspiran temor a quienes se han acomodado en sus prejuicios e ignorancia. La libertad es una forma de ser congruentes con nuestra ética y nuestras propuestas. Es una responsabilidad porque requiere cuidado, respeto, consideración. Ser libre implica tomar decisiones y hacerse cargo de las consecuencias. Hablar con libertad es un compromiso si consideramos que las palabras tienen valor. La libertad sexual consiste en la decisión consciente de asumirla con responsabilidad hacia sí y hacia el entorno.

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Disfrutar de nuestra sexualidad es un derecho que muchas personas desconocen. Se las ha despojado de un aspecto fundamental de sus vidas, con lo cual se propaga el malestar general. Creer que el placer, el erotismo, el deseo son pecados es coartar una pulsión de vida esencial. Propagar la idea de que la reproducción es obligatoria o forzada es imponer una forma de esclavitud. Prohibir el acceso a información, un crimen.

Quienes pretenden satanizar a sus adversarios políticos con supuestos insultos, ven en la libertad una amenaza que pone en riesgo sus privilegios y poder. Es bien conocida la táctica de manipular a la opinión pública con petates de muerto como el comunismo. Son tan absurdos y anacrónicos sus mensajes que ya aburren a la gente. Verlos agachar la cabeza en oración, con fingida humildad, es un gesto que los delata como farsantes, que genera vergüenza ajena, porque ante tanta burda mentira ya nadie les cree.

La sexualidad es un impulso vital que nos potencializa, siempre y cuando se pueda vivir en condiciones adecuadas. Eso significa que la sociedad reconoce su existencia y necesidad, que el Estado garantiza que todas las personas tengan sexualidades libres e informadas y que la población cuida todos los aspectos de la vida para convivir en armonía.