Rosario Orellana Palomo

Hacer un recorrido por el último cuarto de siglo en la historia del país requiere de manera insoslayable que se haga un llamado a las voces de quienes han hecho frente al sistema, quienes con su propio cuerpo y su quehacer día con día hacen eco a las demandas de las mujeres que decidieron transgredir las prácticas de dominación patriarcales, racistas y capitalistas para construir vidas dignas; aquellas miradas que han acompañado y visibilizado los esfuerzos que con el paso del tiempo han ampliado las posibilidades de escalonar discusiones y acciones que atraviesan específicamente a las mujeres, demostrando no ser actoras pasivas de la historia sino sujetas políticas capaces de transformar sus realidades y las de otras.

Para este artículo recopilamos algunas experiencias articuladas y de autogestión que son pruebas de la diversidad de vivencias y senti-pensares alrededor de los alcances, logros, aprendizajes y desafíos que el movimiento de mujeres y feministas ha encarado durante los últimos 25 años en Guatemala. Se procura retratar la enérgica lucha sostenida en el tiempo que, aunque el mismo Estado y los amantes del status quo han querido negar, nos permite soñar con alcanzar la plenitud y armonía colectiva…el Buen Vivir.

Las semillas que cobraron vida

Para Elsa Rabanales, maya mam integrante de la colectiva Actoras de Cambio, los movimientos de mujeres y feministas en Guatemala han impulsado múltiples acciones para nombrar y afrontar, desde diferentes aristas, la violencia contra las mujeres. Enfatiza en la primera caravana de mujeres realizada en el país el 8 de marzo de 1994, afirmando que fue un momen- to crucial para que muchas pudieran abiertamente reconocerse y nombrarse como feministas, hablar sobre feminismo y sobre todo de los derechos de las mujeres, provocando una revolución.

Este primer paso contribuyó a romper imposiciones patriarcales, racistas y clasistas que en la historia han reprimido los cuerpos, especialmente los feminizados, prácticas que les han despojado de sus espacios vitales y sus propios deseos de bien-estar. “Al nombrar todo lo que hemos vivido, toda la represión que nos ha atravesado, nos hizo pasar a otro momento en el que nos hemos podido posicionar; incluso hay más jóvenes y niñas sumándonos a los movimientos, hablando de lo que queremos vivir y no sólo en la ciudad, sino en las demás regiones, en las comunidades, en los pueblos mayas”, detalla. Rabanales hace hincapié en los espacios que las propias mujeres han gestionado para hablar sobre sexualidades libres sin miedos ni vergüenza; ambientes donde se ha permitido nombrar la violencia sexual como un delito. “Éstas han sido tan sólo algunas semillas que se fueron regando por la tierra y esas semillas han cobrado vida, empezaron a florecer”, señala.

Desde la mirada de Elsa, estos 25 años de resistencia han permitido, además, que las vivencias compartidas trasciendan a redes de apoyo mutuo, abriendo las puertas para que muchas más hablen sobre las violencias que han enfrentado, sintiéndose acompañadas y evolucionando a nuevas formas de pensar, actuar y organizarse de manera genuina, colocando la vida al centro…así es como lo describe.

“Ya no tenemos miedo, los miedos empiezan a desaparecer porque ponemos más fuerza en nuestra vitalidad, en nuestro ser mujer; rompemos con creencias que nos han minimizado. Hemos podido unir nuestra fuerza y rebeldía para sentirnos con más luz, volvemos a vivir y empezamos a florecer”, puntualiza.

A pesar de las valiosas y sólidas repercusiones que han tenido las luchas del movimiento de mujeres y feministas, Rabanales reconoce que no ha sido suficiente y aún existen desafíos por carear porque sigue habiendo agresividad por parte “de algunas autoridades comunitarias y políticas” que intentan infundir miedo y así reprimir las voces que disienten de la normatividad hegemónica. “Sabemos que no nos pueden apagar nuestras luces, pero si necesitamos organizarnos más”, expresa. También admite que a través de la religión se han impulsado discursos de odio creando entornos hostiles alrededor de quienes se nombran feministas o incluso sobre mujeres que abiertamente luchan por la equidad y por condiciones dignas para todas; procuran que prevalezca el desconocimiento y silencio mientras muchas mujeres despiertan cada día descubriendo y construyendo nuevas realidades sin culpas.

Considera que el movimiento continúa generando cambios trascendentales y a su paso, provocando reflexiones capaces de fracturar creencias internalizadas como el racismo, que funciona como mecanismo social y político para subyugar a las mujeres racializadas, negándoles las posibilidades de plenitud. “Para nosotros, los pueblos originarios, ha sido un punto importante de lucha. Ahí está el equilibrio de la vida… la cosmovisión maya nos enseña la sincronía que tenemos con nuestros cuerpos, nuestras sexualidades y la tierra, el viento, el agua, el sol. Estas reflexiones nos ayudan a sanar y trabajarnos como mujeres y como feministas”, concluye.

Defendemos lo que nos pertenece

En este caminar de 25 años, la confluencia de los cuatro pueblos ha sido esencial para alcanzar la formación de espacios de incidencia, participación y organización que han dado paso para que las mujeres reivindiquen sus derechos. Uno de los ángulos desde los que el movimiento de mujeres y feministas ha contribuido significativamente, y en el que han protagonizado aguerridas batallas, es el de las políticas públicas con las que se busca garantizar la debida atención integral para las mujeres.

Victoria Cumes, de la organización Nuestra Voz, razona que las leyes y acuerdos en beneficio de las mujeres son un hito fundamental en el análisis de los últimos 25 años, porque han acortado brechas para que las mujeres se posicionaran desde su ser mujeres y en defensa de sus intereses. Sin embargo, Cumes declara que en este periodo ha existido una profunda y preocupante falta de voluntad política que interrumpe y apaga los esfuerzos por cumplir estos preceptos. “Nos han visto como botín de guerra, hablar del cuerpo o de la sexualidad se convierte en motivo para llevar a cabo un ataque directo. A los conservadores no les gusta que las mujeres defendamos lo que nos pertenece”, dice. Apunta también, desde el reconocimiento, que el movimiento de mujeres y feministas ha procurado negociaciones en espacios de incidencia, situaciones que han facilitado la creación de iniciativas de ley a las que hoy se les debe dar continuidad para alcanzar los objetivos propuestos y que éstas no sean engavetadas, perjudicando así otra vez a los grupos históricamente oprimidos.

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Para Cumes una de las luchas más intensas que ha permanecido en los últimos 25 años es la que pretende alcanzar calidad de vida para las niñas, jóvenes y mujeres adultas; educación -incluyendo la educación integral en sexualidad-, salud, alimentación, vivienda y servicios con pertinencia cultural, entre otras vertientes en las que se ocupa la organización a la que pertenece desde 1997.

Su militancia en Nuestra Voz ha estado acompañada de permanente cambio individual y colectivo; la labor diaria ha abierto discusiones y nuevas maneras de caracterizarse, además de generar participaciones activas a nivel nacional e incluso internacional, cuestionando al sistema, generando análisis y deconstruyendo los estereotipos que han perseguido a las mujeres que alzan la voz. “Sabemos que es necesario crear debates internos para que no haya discriminación ni violencia en nuestros espacios, luego esto se lleva hacia afuera”, explica. En contraparte, afirma que, a pesar de tener un amplio y notable recorrido, aún existen retos que contravienen las intensiones del movimiento de mujeres y feministas en Guatemala, que ocasionalmente logran resquebrajar las alianzas o articulaciones, causando confusión y nubosidad en la acción colectiva.

Cumes subraya que siendo el 2023 un año tan complejo por el contexto electoral, es pertinente que las organizaciones encuentren puntos comunes que prioricen y coloquen sobre la mesa las demandas de las mujeres, “que nos pronunciemos, que generemos análisis en nuestras comunidades para que no permitamos más retrocesos en nuestra agenda. Tenemos que seguir sensibilizándonos y descentralizarnos para impulsar cambios haciendo un frente común ante este sistema que nos está haciendo mucho daño a nosotras y a toda la población”, asevera.

Alzamos la voz contra las violencias

La Coordinadora Ejecutiva del Grupo Guatemalteco de Mujeres (GGM), Giovana Lemus manifiesta que la visión académica y vivencial de las feministas que han hecho movimiento en los últimos 25 años en Guatemala, ha coadyuvado en las transformaciones sustanciales de la sociedad, disponiendo conocimientos como contribución sistemática e incidiendo en cambios estructurales; considera fundamental de todo este proceso que, desde distintos espacios, las mujeres participan como sujetas de derechos y se han posicionado contra la discriminación, las opresiones y las violencias…las primeras consignas que fueron evolucionando en particular en el sistema legal y de políticas públicas.

Reconoce que, en este periodo, medios como laCuerda, “innovadores y revolucionarios de la época”, han aportado a través de la difusión de expresiones que recogen los pensamientos feministas argumentando, reflexionando y llegando a otras mujeres y sectores de la población; un quehacer invaluable “sobre todo en un país en el que también se lucha por la construcción de la democracia y una participación ciudadana más consciente”.

De acuerdo con Lemus, en 25 años el movimiento de mujeres y feministas ha profundizado en el conocimiento de los derechos de las mujeres y en identificar las formas de violencias y sus ciclos evolutivos… “siempre hemos generado conocimiento, no sólo estoy hablando de un ambiente estrictamente académico, sino que ha sido conocimiento trasladado en el intercambio y apoyo que hemos podido proponer en todos los niveles, incluso políticos y legales”, argumenta.

Para Giovana las tareas asumidas por el movimiento de mujeres y feministas han aportado de manera incalculable en la formación de sociedades más dignas. Destaca que la lucha sostenida en el tiempo ha visibilizado las violencias contra las mujeres y su letalidad. “Ha sido un esfuerzo sistemático desde el acompañamiento integral que ha llevado a la elaboración de políticas, planes, proyectos y acciones. Hemos logrado visibilizar que es el delito más denunciado y denunciarlo”, ratifica.

Este alcance está estrechamente vinculado con la creación de mecanismos para que el Estado sea el responsable de articular, prevenir y atender a las mujeres… enfocarse en erradicar la problemática. “Este ha sido un aporte sustantivo que deviene de las feministas”, expresa.

Lemus recuerda que hace 25 años las mujeres en el país permanecían en una mayor desprotección y vulnerabilidad comparado con este momento, y cómo en el camino, el movimiento de mujeres y feministas ha construido desde cero otras realidades, enfrentándose a la institucionalidad, que hoy está obligada a responder, y al desconocimiento “del objetivo político, que es transformar”.

Acentúa en que uno de los principales desafíos en la actualidad para el movimiento de mujeres y feministas, es el reconocimiento mutuo y la sumatoria de esfuerzos colectivos que aclaren las rutas de acción para lograr avances profundos.

Ausencias históricamente presentes

En concordancia con la comunicadora feminista afrodescendiente guatemalteca, Joanna Wetherborn, los últimos 25 años del movimiento de mujeres y feministas en el país ha atravesado muchos cambios que han incitado a reflexiones desde protagonismos que quizá no siempre estuvieron presentes y ahora se escuchan con fuerza. Han sido 25 años sinónimo de posicionamientos contundentes, nuevas formas de nombrar las relaciones de género en la narrativa, intercambios y acciones intergeneracionales, “y por supuesto, duelos y pérdidas de pioneras referentes que han dejado una gran herencia de lucha y resistencia”. Veinticinco años en los que, según Joanna, a pesar de un arduo trabajo por lograr avances en políticas públicas y normativas e institucionalidad, los Estados no han sido capaces de establecer bases sólidas que garanticen vidas libres de violencias para las mujeres; sociedades en las que se afiancen los derechos, liderazgos, la participación de las mujeres y su autonomía.

Wetherborn considera que para lograr transformaciones efectivas es esencial recuperar la memoria histórica de los feminismos, nombrarlos en la pluralidad y diversidad que son, encarnados por personas con diferentes experiencias, perspectivas, corporalidades, y senti-pensares. Es preciso vincular “las luchas históricas del movimiento con las defensas que nos sitúan en esta coyuntura, articular esos procesos de resistencia y reivindicaciones, de logros y conquistas con realidades que no son priorizadas y que se sirven del machismo y de la desigualdad social para generar confusión y promover discursos violentos”, aclara. Razona que en este cuarto de siglo también ha quedado demostrado que ninguna ideología política es consecuente con la lucha de las mujeres, por tanto se necesita romper “lealtades que ya nos han jugado en contra” y así poder formar nuevas articulaciones y alianzas.

Sin dudarlo, Joanna Wetherborn afirma que, en 25 años, el movimiento de mujeres y feministas le abrió a ella, y a muchas otras, los caminos para abrazar la interseccionalidad y posicionarse desde su lugar de enunciación, identificando “los sistemas que me oprimen, me violentan, pero también desde dónde configuro mis posibilidades, mis deseos de actuar, de incidir y de transformar” y a su vez, permitiéndose “dar cuenta de las ausencias históricamente presentes, es decir las voces y protagonismos que nunca estuvieron en los discursos y ahora lo están, con voz propia”, como las luchas de las mujeres afrodescendientes, las diversidades sexuales y de género y personas con discapacidad. Para Wetherborn es inexcusable conectar la historia con el presente para evitar que las luchas feministas parezcan un rompecabezas fragmentado y así desmontar los imaginarios sociales y estigmas alrededor de la figura de las feministas. Reconoce que existe como inminente amenaza el avance de los fundamentalismos, no sólo religiosos -que son los “más contagiosos”-, sino también los políticos y los fundamentalismos culturales y económicos que “recurren a cualquier pretexto para seguir sometiendo a las mujeres.”

Joanna agrega, además, los retos que en la actualidad se enfrentan debido a las brechas digitales “que privilegian el uso comercial y hegemonizante para placeres masculinos y machistas” condicionando el acceso de las mujeres, principalmente de quienes viven en zonas rurales o en marginalidad, estereotipando a las personas que “merecen ocupar espacios y naturalizando la exclusión de las mujeres en la toma de decisiones”, sostiene.

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Finalmente explica que otro desafío que aún afronta el movimiento de mujeres y feministas es la ausencia de reconocimiento en la combinación de la agenda establecida por las nuevas generaciones con las anteriores. “Vemos que asuntos de la primera ola [de los feminismos] como el de la ciudadanía de las mujeres, sigue siendo un aspecto pendiente para muchas. El reto es integrar las agendas y comprender que es algo cíclico y no lineal”, detalla.

El sueño de un mejor país

Si bien es cierto que han transcurrido más de 25 años desde la firma de los Acuerdos de Paz en Guatemala, para Álida Vicente, Autoridad Indígena de Palín, dicho momento de la historia simbolizó esperanza y el punto de partida para las mujeres que deseaban poner fin al conflicto armado y a su vez construir desde el equilibrio, la armonía, la colectividad y la justicia, porque fueron décadas aprisionadas entre el terror y las vejaciones a los derechos humanos, y sobre todo porque sus cuerpos fueron utilizados como “trofeos de guerra”, sometidos a la violencia sexual con la que el ejército las torturó.

A partir de aquella coyuntura, Álida asegura que el movimiento de mujeres y feministas ha contribuido grandemente en la generación de espacios de participación en lo organizativo, pero también desde la institucionalidad, como cuando se instaló el Foro Nacional de la Mujer y se crearon la Secretaría Presidencial de la Mujer (SEPREM), la Defensoría de la Mujer Indígena (DEMI) y las Direcciones Municipales de la Mujer. Sin embargo, cuestiona lo alcanzado y asevera que las transformaciones más profundas nunca llegaron. “Es más, en los últimos siete años hemos tenido un retroceso incluso previo a los Acuerdos de Paz, porque los niveles de extrema violencia contra las mujeres son alarmantes”, afirma. Vicente lamenta que, a pesar de los considerables avances y esfuerzos en materia legislativa y de políticas públicas en favor de las mujeres, promovidos en los últimos 25 años, el sistema no ha cambiado y “el poder sigue en manos de la oligarquía que hace lo que se le da la gana. Cuando ven amenazados sus privilegios e intereses, operativizan y legislan a favor de unos pocos”, advierte.

Como respuesta a quienes ostentan ese poder, que con alevosía han “fortalecido en estrategias de despojo y privatización de los recursos”, Álida resalta la organización comunitaria y las articulaciones que han promovido la solidaridad entre los pueblos y las mujeres. Reconoce que se ha logrado que muchas pierdan el miedo, levanten la mirada y alcen la voz ante situaciones que las colocan en vulnerabilidad. También rescata la labor de quienes, en medio de su articulación, “promueven la unidad desde la diversidad y la consciencia, motivadas y motivados por el sueño de un mejor país, el anhelo por la verdad y dejar un importante legado a las futuras generaciones”.

Da cuenta de la necesidad de “seguir generando análisis crítico, recuperar la memoria y promover la educación para transformar la historia”.

Huellas del movimiento lésbico


La activista en Derechos Humanos, Andrea Díaz también refiere que los Acuerdos de Paz en Guatemala suponían para las mujeres en su diversidad un primer paso en busca de la equidad, empero ante la falta de compromiso e interés por parte del Estado, esos acuerdos se establecieron como plataformas que facultaron posicionar las demandas de las mujeres y encausar las acciones colectivas hacia la creación de nuevos pactos sociales en los que las mujeres cobraron relevancia.

Reitera que, en estos 25 años, el camino ha sido cuesta arriba, pero las complejidades no han detenido el impulso de las mujeres que han tomado las calles para manifestar, pelear por sus derechos y crear espacios en los que particularmente el movimiento de mujeres y feministas ha abierto caminos para exigir garantías en el cumplimiento de los derechos humanos.

Díaz argumenta que la sororidad y las discusiones que se han originado en este lapso, han sido claves para alcanzar la fuerza necesaria con la que los movimientos de mujeres y feministas han podido transitar en una clara dirección hacia vidas plenas para todas, a paso lento, pero sin pausa. Acentúa que los esfuerzos de los movimientos por abrir espacios de escucha mutua han permitido reconocer la pluralidad de experiencias y con ello hacer acercamientos a una visión más incluyente de la historia, como por ejemplo hablar sobre los hitos del movimiento lésbico en Guatemala. Admite que estos espacios favorecen al intercambio de vivencias y que, así como a ella, acercan a más mujeres a la historia de las ancestras para marcar sus propias vidas, reconociendo en ellas la fortaleza con la que diligenciaron avances y prepararon el camino a las nuevas generaciones.

“A mí me han marcado cuatro mujeres: Sandra Morán, María Dolores Marroquín, Rosario Escobedo y Claudia Acevedo”, resalta. De cada una de ellas admite tener impetuosas referencias que le han guiado hacia una militancia más consciente y justa. Morán, por ejemplo, debido a su fuerza y valor para nombrarse abiertamente como mujer lesbiana dentro del Congreso…el templo del conservadurismo más crudo. “Posicionó el tema en iniciativas de ley dentro de un congreso machista, misógino, racista y patriarcal. Abrió brecha”, alude.

Sobre Marroquín destaca su enérgica participación en el movimiento de mujeres y feministas, además de sus múltiples aportes desde los conocimientos, con los que nutre la construcción colectiva del bienestar para la población; también por haberla acercado a espacios en los que pudo crecer “como mujer y tener una visión más amplia”.

Escobedo, por su lado, creyó en la capacidad de Andrea para fortalecer su liderazgo en el movimiento lésbico, la apoyó personalmente para encontrar el equilibrio emocional en tiempos de crisis y a reconstruirse internamente; la orientó para conducir la organización a la que perteneció por años, Vidas Paralelas. “Me dio las herramientas que necesitaba para construir una organización y construirme a mí”, agrega.

La participación de Acevedo en Lesbiradas le brindó un marco de reflexiones que visibilizaron la existencia del movimiento lésbico y rompieron con el estigma de que solamente existía el movimiento gay; esta apertura permitió a su vez, liderar espacios en el Encuentro Feminista de América Latina y el Caribe celebrado en Guatemala… “son de admirar y motivan a seguir en la lucha”, señala.

Organizarnos, visibilizarnos y apoyarnos

Desde la perspectiva de Inocenta Macz Caal, mujer q’eqchi’ de Alta Verapaz, en los últimos 25 años ha sido el movimiento de mujeres y feministas el que se ha articulado para recuperar los compromisos no asumidos, y hasta parece que olvidados, desde la firma de los Acuerdos de Paz, para generar las condiciones necesarias de vidas plenas. Pese a que los sueños de sociedad desde las miradas feministas no concuerdan con el sistema capitalista, patriarcal, neoliberal y racista en el que hoy las sociedades estamos inmersas, se han creado mecanismos con los cuales las mujeres pueden constituirse como sujetas políticas y exigir espacios y el reconocimiento en cuanto a su participación social y política.

Existen figuras institucionales como la Secretaría Presidencial de la Mujer (SEPREM), la Defensoría de la Mujer Indígena (DEMI) y el Fondo de Desarrollo Indígena Guatemalteco (FODIGUA) que, “aunque no funcionan como nos gustaría que funcionaran, ni tienen los presupuestos necesarios o el personal capacitado que se requiere”, simbolizan los esfuerzos de las mujeres que no han quitado el dedo del renglón y persisten en la lucha por equidad y paz.

Macz Caal no titubea al afirmar que los principales aprendizajes de los últimos 25 años han sido la organización, visibilización y apoyo, articulados entre mujeres diversas, que con denuedo han ido posicionando los temas de su interés en diferentes espacios como el comunitario, municipal, departamental, a nivel nacional e internacional. “Las mujeres estamos en constante vigilancia del cumplimiento de nuestros derechos, nos pronunciamos ante las violaciones y creo que tenemos un poco más de espacios de participación y formación”, declara. Reivindica que para construir un presente y futuro armónicos, es necesario conocer la historia y mantener un gesto de gratitud hacia las ancestras que han arado el camino con su lucha y su compromiso. “Las mujeres siempre hemos sabido estar en resistencia y somos tan fuertes que cuando unimos esas fuerzas, podemos transformar nuestros entornos y seguir organizándonos”, dice.

Inocenta, a su vez, reconoce que en el camino aún se hallarán desafíos por superar, como la creación de espacios reales y efectivos de participación, en donde las mujeres tengan un protagonismo activo en la toma de decisiones, como las instituciones del Estado, congreso y organización civil. “Se hace cada vez más necesario que en estos espacios estén mujeres que conozcan las realidades de las mujeres indígenas, que nos enfrentamos a retos que otras no”, señala. Recalca que, además de potenciar la institucionalidad y los aparatos de justicia para transformar las realidades de todas, es pertinente fortalecer los espacios comunitarios, proveyendo educación de calidad e integral que genere reflexiones y alianzas capaces de contribuir a los cambios estructurales.

Desde Asociación Feminista La Cuerda valoramos y reconocemos las luchas y resistencias del movimiento de mujeres y feministas porque estamos conscientes que han sido y son actoras clave en la búsqueda del bienestar colectivo. Recordamos con respeto y admiración los aportes y el enérgico desborde de conocimientos y experiencias que han trascendido desde las ancestras hasta las nuevas generaciones.

Para la presente edición de laCuerda asumimos el reto de recuperar 25 años del ejercicio político de las mujeres desde los múltiples feminismos y aunque en esta pieza retratamos las miradas de siete de ellas, sabemos que existen muchas más que han dejado huella en la historia de la sociedad guatemalteca, pero sobre todo en la memoria de las mujeres.

 

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