Fátima Hidalgo Rojas / Estudiante UVG y Molly Acevedo / Estudiante USAC

La violencia machista atraviesa todos nuestros espacios. Oculta a la vista, acecha a las mujeres en las sombras, cambiando de forma o de cuerpo; es un maestro del disfraz, crece junto a nosotras. Llevábamos heridas en todo el cuerpo hasta que decidimos alzar la voz, acuerpar y abrazarnos después de tanto tiempo. Los movimientos estudiantiles, últimamente, han sido un refugio en el cual sanamos, denunciamos el acoso sexual, al mismo tiempo que rompemos con los esquemas patriarcales. Son espacios seguros que como estudiantas hemos construido en situaciones críticas.

El acoso sexual es una violación a los derechos humanos de proporciones pandémicas que ocurre en espacios públicos y privados, afectando a 9 de cada 10 mujeres.1 Nuestro entorno hostil genera un impacto psicológico negativo, coarta nuestra autonomía y genera miedo a participar en espacios académicos. Distintas denuncias realizadas en los últimos años han evidenciado que la mayoría de agresores son autoridades: desde profesores hasta decanos, valiéndose de su grado jerárquico para ejercer algún tipo de violencia, bajo la lógica de las relaciones desiguales de poder. 

Definitivamente, no es un problema aislado, es una emergencia que nos priva de oportunidades al igual que de nuestra dignidad. Esta situación nos ha llevado a organizarnos de distintas maneras ante la convulsión social. Nuestra mayor preocupación tiene que ser nuestro futuro, no cuidarnos las espaldas. Por ello, desde las universidades privadas hasta la pública, hemos alzado la voz a través de varios movimientos estudiantiles que se manifiestan tanto en redes sociales como en los pasillos. 

Las distintas acciones que hemos ejercido las mujeres universitarias en los últimos meses no tienen antecedentes. «Ni en la pública ni en las privadas seremos acosadas», es el lema que se escucha a gritos, acompañado de la exigencia de contar con instrumentos especializados en atender la problemática. Las mujeres universitarias estamos unidas, tejiendo redes cada vez más grandes para tomar los espacios que históricamente nos pertenecen. Estos espacios significan liderazgo y participación en la toma de decisiones a todos los niveles. Movimientos como Landivarianas, CECOVIG o RISE son algunos de los espacios que hoy figuran como piedras angulares en las universidades, el puente entre autoridades y estudiantes; entre la información y las soluciones.

La formación comienza al interior, para ir desarrollando una serie de herramientas que constituyan nuestras defensas de primera línea contra la violencia. Éstas vienen de capacitarnos y nombrar el acoso; saber identificar la violencia nos hace poderosas y la unión es nuestra fuerza. Pasamos de la individualidad a la interconexión, ahora la denuncia pública no es un proceso solitario, sino un acto de valentía en conjunto con nuestras compañeras que se vuelven amigas. No llevamos únicamente el estandarte por la causa, sino por todas las estudiantas, para que no haya ni una más.

¿Por qué las aulas son áreas de peligro? ¿Por qué hay tanto silencio? ¿Por qué somos nosotras quienes tenemos miedo y no los acosadores? Son algunas de las preguntas que los movimientos estudiantiles hemos planteado ante las autoridades, las cuales siguen dormidas ante una herida que sangra. Por ello, nos hemos dado a la tarea de romper ese silencio que se mantiene en las universidades, y con nuestras propias manos hemos comenzado a feminizar y crear, desde cero, los cimientos de nuevas dinámicas que nos incluyan. 

Y es que, las heridas no sanan con un simple comunicado, el papel no basta para callarnos. Replantearnos el sistema es la única solución para combatir esta crisis. Es necesario contar con políticas de equidad de género en la educación superior, reglamentos y protocolos especializados, mecanismos de denuncia, apoyo integral; y así, paso a paso, comenzar a resarcir la deuda histórica con las mujeres. Es fundamental que estos procesos sean liderados por mujeres, para que se conviertan en una ventana llena de oportunidades para ésta y las demás generaciones de estudiantas. 

Desde sanciones a los acosadores hasta comités conformados por alumnas; nos movemos poco a poco en la dirección correcta gracias a la lucha que hemos librado. Juntas, como jacarandas rebeldes, estamos renaciendo. Siempre alerta de las investigaciones ya iniciadas, construyendo alianzas interuniversitarias, visibilizando a los acosadores, pero sobre todo, acuerpándonos con ternura para sopesar el acoso sexual que por años las universidades han decidido ignorar. Aprendimos a nombrar la problemática, como primer paso, y a identificar la violencia para no volver más a ella. El silencio nunca fue una opción, no volveremos a él.

Perdimos el miedo porque era lo único que teníamos y ya nada nos puede detener. Aunque aún hay mucho trabajo por hacer, el fuego que llevamos en el pecho es solo el inicio para cambiar la realidad que nos afecta día a día. Las mujeres universitarias no nos rendiremos hasta alcanzar la creación de un entorno educacional y social libre de violencia donde se trate en pie de igualdad a las mujeres y a los hombres. Hasta que caigan los agresores de sus tronos y podamos estudiar tranquilas, no nos detendremos.

Nuestros futuros también importan, los planes de vida que trazamos merecen ejecutarse y no ser truncados por la violencia. Aun cuando nos queda camino por recorrer, cada vez más mujeres se unen a la lucha. Hemos logrado poner el tema en la mesa, se está hablando de acoso, y ni siquiera el poder de las grandes universidades podrá detener nuestro proceso. ¡En pie de lucha porque educadas y seguras nos queremos!

Fuentes consultadas:

Solano, Francelia. 2019. “USAC: El acoso sexual afecta a 9 de cada 10 estudiantes, revela encuesta.” Nómada. Septiembre 6. Último acceso: junio 23, 2021.