Julia Silvestre / Socióloga feminista, integrante de la Colectiva Mujeres en Movimienta

Mucho antes del caos me había prometido aprender a escucharme: mi cuerpo, mis emociones, mis historias. Decidí aprender a reconocer mi luz y mi oscuridad, afinar los sentidos para seguir mi intuición. Había buscado tener un tiempo para poder ocuparme en mi cuidado, me lamentaba que en las vacaciones tenía que hacer mil y una cosas para cumplir con los compromisos sociales y apenas un par de días para mí. Busqué terapias, busqué grupos, busqué información, todo lo que me permitiese continuar ese camino de forma más profunda.

Una pandemia vino a paralizarnos, a soltar los urgentes para reconocer la fragilidad de nuestra sociedad. A tener miedo, a pensar en nuestra sobrevivencia, en revertir las prioridades y darnos cuenta de que el mundo ya no va a ser igual.

Una cuarentena me vino a regalar un tiempo que no había tenido durante años.

Me ha dado un tiempo para botar todas las paredes que han impedido verme con ojos ciertos y sin reproche, para luchar contra mandatos históricos que me ahogaban como nudos en la garganta, contra esas voces que tenían más peso sobre mi vida que mi propia voz, para reconocer el dolor con el que vivo todos los días gracias al silencio. Para reconocer las cargas que se llevan cuando no existen límites, ser demasiado condescendiente por temor a incomodar, y ahogar la voz propia por miedo a la sanción. Este encierro me hizo estar en guerra conmigo misma. Esta guerra me dejaba tanto dolor y porquería en mi cuerpo que me descubrí cansada del silencio pues hacía mucho tiempo dejó de ser un refugio y se volvió una cárcel.

Decidí dejar de pelear conmigo misma y darme chance de conocerme en esa sombra, de dialogar con ella, encontrar qué hay detrás de tanto miedo, de tanta ansiedad y encontrarme en esa niña a la que le quisieron robar la risa y la alegría pero que ahí está… siempre ha estado ahí, oculta entre montañas de inseguridades. Ver a esa niña y amarla por haber resistido a pesar de todo, me reconcilia con esta mujer que soy ahora.

Ha sido aprender a amarme cuando tengo miedo y ansiedad, ha sido renunciar a las certezas, dar el salto al vacío, honrar los límites que me prometí no debía tolerar, honrar mi cuerpo cuando me dice basta, ha sido decidir por mí y mi bienestar. Reconocer que la que soy ahora, es la mujer que necesito en mi vida.

Es una introspección que ha tomado su lugar, sin tener una habitación propia, desempleada y en el limbo. Ha sido reconocer que soy mi hogar y al igual que la abuela grillo, canto por la vida para que el sol me cobije, la lluvia me lave y la noche me resguarde. Ser nómada en tiempos de coronavirus.

Porque cuando me amo en medio de la incertidumbre, descubro mi fuego, mi fuerza y mi lucidez, y es un momento en el que soy mi propia maestra. Es un momento fugaz, de comunión conmigo misma que me regala la posibilidad de sorprenderme ante los regalos de la vida. Lo que me ha dado la cuarentena es nutrir la relación conmigo misma. Un acto altamente político y necesario en una época que nos quieren temerosas, aisladas y dóciles. “Cuidarme no es autocomplacencia, es autoconservación y eso es un acto de guerra política”, dice Audre Lorde.

Esta enfermedad que nos azota ahora, contiene la medicina que necesitamos: paralizó la economía para reinventar otras formas de economía solidaria, nos despojó de los urgentes para decirle más veces “te amo” a nuestros seres queridos; nos distancia físicamente de los demás para habitar nuestra piel; nos muestra desigualdad para compartir la comida; nos puso fuera de los horarios y las rutinas para reinventarnos.

A pesar de estar en medio de una pandemia, hecho que no habíamos vivido en estas dimensiones durante generaciones, las mujeres guardamos una certeza, una esperanza que no se basa en utopías, se basa en el trabajo real y concreto que  hacemos día a día.

Esta fuerza, inspirada desde los feminismos y su ética del cuidado, desde hace más de 30 años, nos habla de la importancia de replantear paradigmas alrededor de lo que entendemos por cuidar, despojarlo de su carga patriarcal y convertirlo en un medio para reaprender a amarnos nosotras mismas y a lxs demxs y construir esas redes de cuidado que recuperan la solidaridad, la empatía y la colectividad desde los tratos justos y amorosos.

Para ello, el cuidado parte de la premisa que “damos lo que recibimos”. Esto nos lleva a ver hacia nosotras y reconocer que, si mi historia está atravesada por el dolor y la violencia ¿qué tipo de amor y solidaridad estoy dando? ¿Cómo puedo amar a lxs demxs si me enseñaron a odiar y desconfiar de mi naturaleza? Estas preguntas han resonado en mi cabeza, luego de que comprendí que amamos desde la carencia, que como lo dijo magistralmente RuPaul “Si no te puedes amar a ti misma, como diablos vas a poder amar a alguien más”.

Aprendemos a dar desde la negación de nosotras mismas. Primero los demás, después yo. Estos mandatos, que vienen cargados de sufrimiento, se alojan en mi cuerpo cuando termino envuelta en dinámicas tóxicas donde mi vitalidad se drena de a pocos, volviéndome una persona cansada, frustrada y doliente.

Me he dado cuenta de que mantenerme en ese lugar de carencias es rentable para ese capitalismo que le interesa llenar esos vacíos con sus productos de porquería, desnutriendo mi cuerpo con sus alimentos nocivos y adormeciéndome con sus trucos de confort y estatus. Pero más que nada, es un lugar que me despoja de mi propio poder, de mi propia fuerza creativa que puede transformar el dolor, el miedo, la violencia. Una mujer, una persona satisfecha consigo misma no es rentable para el capital, por eso para mí el legado que nos han dejado mujeres como Audre Lorde, quien insiste en que recuperar el placer es tan político como cualquier otra reivindicación feminista, pues es recuperar el motor que hace que me mueva, que hace que provoque, que cree, que busque y co-cree otros mundos. Hace que encuentre y nombre mi diferencia, mi naturaleza.

Voy aprendiendo que cuidar de otrxs implica cuidar de mí misma. Es un acto amoroso que podemos tejer en estos tiempos. Soltar el miedo a la incertidumbre para recibir este presente y aprender las enseñanzas que nos viene a dejar, y así darle forma a ese otro mundo que todavía tenemos chance de construir.

Por eso, hoy decidí amarme, amar a mis hermanas, honrar mi familia, mi linaje, mi historia. Y desde ese lugar tejer afectos vibrantes, tiernos y placenteros. Decido vivir este presente.